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Nombre

Nombre

Palabra o frase con la que se designa a una persona o cosa (animal, planta, lugar u objeto) para distinguirla de las demás; también puede referirse a la reputación de la persona o a la propia persona.

“Toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre” a Jehová Dios. (Ef 3:14, 15.) Él creó la primera familia humana y permitió que Adán y Eva tuvieran hijos; por lo tanto, los linajes terrestres deben su nombre a Jehová. Es asimismo el Padre de su familia celestial, y tal como llama a todas las incontables estrellas por sus nombres (Sl 147:4), sin duda también dio nombres a los ángeles. (Jue 13:18.)

Un ejemplo interesante de cómo se dio nombre a algo completamente nuevo es el del maná milagroso. Cuando los israelitas lo vieron por primera vez, exclamaron: “¿Qué es?” (¿Man huʼ?). (Éx 16:15.) Al parecer, por esta razón lo llamaron “maná”, que probablemente significa “¿Qué es?”. (Éx 16:31.)

Respecto al origen de determinados nombres, su raíz y significado, los especialistas tienen opiniones muy diversas. Por esta razón el significado de los nombres bíblicos varía de una fuente de información a otra. En esta publicación se ha tomado la propia Biblia como autoridad principal para determinar el significado de los nombres. Un ejemplo es el significado del nombre Babel. En Génesis 11:9 Moisés escribió: “Por eso se le dio el nombre de Babel, porque allí había confundido Jehová el lenguaje de toda la tierra”. En este pasaje Moisés relaciona “Babel” con la raíz verbal ba·lál (confundir), lo que indica que el nombre significa “Confusión”.

Los nombres bíblicos consisten en una sola voz, en frases o hasta en oraciones. Los nombres con más de una sílaba a menudo tienen una forma abreviada. Cuando la Biblia no especifica el origen de un nombre, se ha procurado determinar su raíz o elementos que lo integran con la ayuda de diccionarios modernos acreditados. Por ejemplo: para determinar las raíces de los nombres hebreos y arameos, se han empleado el Lexicon in Veteris Testamenti Libros (de L. Koehler y W. Baumgartner, Leiden, 1958) y la revisión aún incompleta de dicha obra; y para los nombres griegos se ha empleado principalmente la novena edición de A Greek-English Lexicon (de H. G. Liddell y R. Scott, revisión de H. S. Jones, Oxford, 1968). Luego se han dado a esas raíces los significados que se hallan en la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Por ejemplo: el nombre Elnatán se compone de las raíces ʼEl (Dios) y na·thán (dar), por lo que significa “Dios Ha Dado”. (Compárese con Gé 28:4, donde na·thán se ha traducido “ha dado”.)

Nombres de animales y plantas. Jehová Dios concedió a Adán el privilegio de dar nombre a las criaturas inferiores. (Gé 2:19.) Los nombres que Adán puso probablemente eran descriptivos, como puede percibirse en algunos de los nombres hebreos de animales e incluso de plantas. La voz hebrea para “asno” (jamóhr), debe provenir de una raíz que significa “enrojecer”, con la que se hace referencia al color habitual del pelaje de este animal. El nombre hebreo de la tórtola (tohr o tor) debe imitar el arrullo “torrr torrr” que emite la citada ave. Al almendro se le llama “el que despierta”, al parecer por ser uno de los primeros árboles que florecen.

Nombres de lugares y accidentes topográficos. Algunas veces los hombres dieron a los lugares sus propios nombres, los de sus hijos o los de sus antepasados. El asesino Caín construyó una ciudad y le puso el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Nóbah empezó a llamar a la ciudad conquistada de Quenat por su propio nombre. (Nú 32:42.) Después de capturar la ciudad de Lésem, los danitas la llamaron Dan, el nombre de su antepasado. (Jos 19:47; véase también Dt 3:14.)

A los lugares comúnmente se les llamaba según los acontecimientos ocurridos en sus alrededores, como en el caso de altares (Éx 17:14-16), pozos (Gé 26:19-22) y manantiales (Jue 15:19). Otros ejemplos son: Babel (Gé 11:9), Jehová-yiré (Gé 22:13, 14), Beer-seba (Gé 26:28-33), Betel (Gé 28:10-19), Galeed (Gé 31:44-47), Sucot (Gé 33:17), Abel-mizraim (Gé 50:11), Masah, Meribá (Éx 17:7), Taberá (Nú 11:3), Quibrot-hataavá (Nú 11:34), Hormá (Nú 21:3), Guilgal (Jos 5:9), la llanura baja de Acor (Jos 7:26) y Baal-perazim (2Sa 5:20).

En algunas ocasiones se denominaba a los lugares, montañas y ríos por sus características físicas. Las ciudades de Gueba y Guibeah (ambas significan “Colina”) probablemente obtuvieron sus nombres debido a que estaban ubicadas en colinas. La cordillera del Líbano (que significa “[Montaña] Blanca”) puede haber recibido su nombre debido al color claro de sus laderas y cimas de piedra caliza, o porque sus cumbres están cubiertas de nieve durante la mayor parte del año. En otros casos, al nombre de las ciudades y pueblos se les añadían los prefijos “en” (fuente, o manantial), “beer” (pozo) y “abel” (cauce) cuando estaban situados en la proximidad de tales lugares.

Otros nombres se derivaban de características, como el tamaño, la ocupación y los productos agrícolas. Algunos ejemplos son: Belén (que significa “Casa de Pan”), Betsaida (Casa del Cazador [o, Pescador]), Gat (Lagar) y Bézer (Lugar Inaccesible).

También se empleaban los nombres de animales y plantas, muchos en forma compuesta. Entre estos estaban: Ayalón (que significa “Lugar de la Cierva; Lugar del Ciervo”), En-guedí (Fuente [Manantial] del Cabrito), En-eglaim (Fuente [Manantial] de Dos Terneros), Aqrabim (Escorpiones), Baal-tamar (Dueño de la Palmera) y En-Tapúah (Fuente [Manantial] de la Manzana [Manzano]).

“Bet” (casa), “baal” (dueño; amo) y “quiryat” (ciudad) frecuentemente constituían la parte inicial de los nombres compuestos.

Nombres de personas. Al principio de la historia bíblica se daba nombre a los hijos al tiempo de nacer, pero los niños hebreos recibían el nombre cuando se les circuncidaba, al octavo día de su nacimiento. (Lu 1:59; 2:21.) Por lo general, eran el padre o la madre quienes daban nombre al recién nacido. (Gé 4:25; 5:29; 16:15; 19:37, 38; 29:32.) Una excepción notable, sin embargo, fue el hijo que les nació a Boaz y Rut. Las vecinas de Noemí, la suegra de Rut, le llamaron Obed (que significa “Siervo; Sirviente”). (Rut 4:13-17.) En algunas ocasiones los padres recibieron dirección divina en cuanto al nombre que debían poner a sus hijos. Entre estos estuvieron: Ismael (Dios Oye [Escucha]) (Gé 16:11), Isaac (Risa) (Gé 17:19), Salomón (de una raíz que significa “paz”) (1Cr 22:9) y Juan (equivalente español de Jehohanán, que significa “Jehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo”) (Lu 1:13).

En particular los nombres que se pusieron por dirección divina solían tener un significado profético. Por ejemplo, el nombre del hijo de Isaías, Maher-salal-has-baz (que significa “¡Apresúrate, oh [o: Apresurándose al] Despojo! Él Se Ha Apresurado al Saqueo”), indicaba que el rey de Asiria sometería a Damasco y a Samaria. (Isa 8:3, 4.) El nombre del hijo de Oseas, Jezreel (Dios Sembrará Semilla [Simiente]), predecía que la casa de Jehú tendría que rendir cuentas. (Os 1:4.) Los nombres de los otros dos hijos de Oseas, Lo-ruhamá ([A Ella] No Se Le Mostró Misericordia) y Lo-ammí (No Mi Pueblo), indicaban que Jehová rechazaría a Israel. (Os 1:6-10.) En lo que respecta al nombre del Hijo de Dios, Jesús (Jehová Es Salvación), era en sí mismo una indicación profética del papel que desempeñaría como el Salvador nombrado por Dios, o el medio de alcanzar la salvación. (Mt 1:21; Lu 2:30.)

El nombre que se le daba a un niño con frecuencia reflejaba las circunstancias de su nacimiento o los sentimientos del padre o la madre. (Gé 29:32–30:13, 17-20, 22-24; 35:18; 41:51, 52; Éx 2:22; 1Sa 1:20; 4:20-22.) Eva llamó Caín (que significa “Algo Producido”) a su primogénito, pues dijo: “He producido un hombre con la ayuda de Jehová”. (Gé 4:1.) Eva consideró al hijo que le nació después del asesinato de Abel como un sustituto de este último, por lo que le puso por nombre Set (Nombrado; Puesto; Colocado). (Gé 4:25.) Isaac llamó a su hijo gemelo más joven Jacob (Que Ase el Talón; Suplantador), puesto que al nacer estaba asiendo el talón de su hermano Esaú. (Gé 25:26; compárese con el caso de Pérez, en Gé 38:28, 29.)

Algunas veces el nombre hacía referencia al aspecto del niño cuando nacía. Al hijo primogénito de Isaac se le llamó Esaú (Velludo) debido a su mucho vello, algo infrecuente en un recién nacido. (Gé 25:25.)

Los nombres que se daban a los niños a menudo incluían la partícula “El” (que significa “Dios”) o una abreviatura del nombre Jehová. Tales nombres expresaban la esperanza de los padres, reflejaban su aprecio por habérseles bendecido con descendencia o reconocían algún aspecto de Dios. He aquí algunos ejemplos: Jehdeyá (posiblemente, Que Jehová Se Sienta Contento), Elnatán (Dios Ha Dado), Jeberekías (Jehová Bendice), Jonatán (Jehová Ha Dado), Jehozabad (probablemente, Jehová Ha Dotado), Eldad (posiblemente, Dios Ha Amado), Abdiel (Siervo de Dios), Daniel (Mi Juez Es Dios), Jehozadaq (probablemente, Jehová Pronuncia Justo) y Pelatías (Jehová Ha Provisto Escape).

“Ab” (padre), “ah” (hermano), “am” (pueblo), “bat” (hija) y “ben” (hijo) se empleaban en nombres compuestos, como Abidá (Padre [Me] Ha Conocido), Abías ([Mi] Padre Es Jehová), Ahiézer (Mi Hermano Es un Ayudante), Amihud (Mi Pueblo Es Dignidad), Aminadab (Mi Pueblo Está Dispuesto [Noble; Generoso]), Bat-seba (Hija de Abundancia; posiblemente, Hija [Nacida en] el Séptimo [Día]) y Ben-hanán (Hijo del Que Muestra Favor; Hijo del Misericordioso). “Mélec” (rey), “adon” (señor) y “baal” (dueño; amo) también se combinaban con otras palabras para formar nombres compuestos, como Abimélec (Mi Padre Es Rey), Adonías (Jehová Es Señor) y Baal-tamar (Dueño de la Palmera).

Los nombres comunes de animales y plantas también se usaron para dar nombre a las personas. Algunos de estos son Débora (Abeja), Dorcas o Tabita (Gacela), Jonás (Paloma), Raquel (Oveja), Safán (Damán) y Tamar (Palmera).

La repetición de ciertos nombres en las listas genealógicas refleja la costumbre de dar a los hijos el nombre de algún pariente. (Véase 1Cr 6:9-14, 34-36.) Debido a esta costumbre, los parientes y conocidos de Elisabet no querían que le pusiera a su hijo el nombre de Juan. (Lu 1:57-61; véase GENEALOGÍA [Repetición de nombres].)

En el siglo I E.C. no era extraño que los judíos —en especial los que vivían fuera de Palestina o en ciudades con una población mixta de judíos y gentiles— tuvieran un nombre hebreo o arameo y otro latino o griego. Esta puede ser la razón por la que Dorcas se llamaba también Tabita y el apóstol Pablo, Saulo.

A veces los nombres llegaron a considerarse un reflejo de la personalidad o tendencias características de sus portadores. Esaú dijo lo siguiente de su hermano: “¿No es por eso por lo que se le llama por nombre Jacob [Que Ase el Talón; Suplantador], puesto que me suplantaría estas dos veces? ¡Mi primogenitura ya la ha tomado, y, mira, en esta ocasión ha tomado mi bendición!”. (Gé 27:36.) Abigail hizo la siguiente observación con respecto a su esposo: “Porque, como es su nombre, así es él. Nabal [Insensato; Estúpido] es su nombre, y la insensatez está con él”. (1 Sam. 25:25.) Como Noemí pensaba que su nombre ya no era apropiado en vista de las calamidades que le habían sobrevenido, dijo: “No me llamen Noemí [Mi Agradabilidad]. Llámenme Mará [Amarga], porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación”. (Rut 1:20.)

Cambios de nombre o nuevos nombres. En algunas ocasiones se cambiaba el nombre de una persona o se le daba otro nuevo con algún propósito especial. Poco antes de morir, Raquel llamó a su hijo recién nacido Ben-oní (que significa “Hijo de Mi Duelo”), pero su desconsolado esposo, Jacob, le puso por nombre Benjamín (Hijo de la Diestra). (Gé 35:16-18.) Jehová cambió el nombre de Abrán a Abrahán (Padre de una Muchedumbre [Multitud]) y el de Sarai (posiblemente, Contenciosa), a Sara (Princesa), ambos nombres nuevos con un significado profético. (Gé 17:5, 6, 15, 16.) Debido a su perseverancia en la lucha con un ángel, se le dijo a Jacob: “Ya no serás llamado por nombre Jacob, sino Israel [Contendiente (Perseverante) con Dios; o, Dios Contiende], porque has contendido con Dios y con hombres de modo que por fin prevaleciste”. (Gé 32:28.) Este cambio de nombre fue una muestra de la bendición de Dios y se confirmó con posterioridad. (Gé 35:10.) Por lo tanto, cuando las Escrituras hablan proféticamente de un “nombre nuevo”, se refieren a un nombre que represente apropiadamente a su portador. (Isa 62:2; 65:15; Rev 3:12.)

También se solían dar nuevos nombres a quienes ascendían a puestos de gobierno elevados o recibían privilegios especiales. Puesto que los que otorgaban estos nombres eran superiores, el cambio de nombre podía significar también la sumisión del portador del nuevo nombre a quien se lo había dado. Después de llegar a ser el administrador de alimento de Egipto, a José se le llamó Zafenat-panéah. (Gé 41:44, 45.) El faraón Nekoh le cambió el nombre a Eliaquim cuando le hizo rey vasallo de Judá, y le llamó Jehoiaquim. (2Re 23:34.) De igual manera, cuando Nabucodonosor hizo vasallo a Matanías, le cambió el nombre por Sedequías. (2Re 24:17.) Daniel y sus tres compañeros hebreos, Hananías, Misael y Azarías, recibieron nombres babilonios cuando se les seleccionó en Babilonia para una preparación especial. (Da 1:3-7.)

Un acontecimiento posterior en la vida de una persona podía dar razón para que se le cambiase de nombre. Por ejemplo, a Esaú se le cambió el nombre a Edom (que significa “Rojo”) debido al color del guisado de lentejas por el que vendió su derecho a la primogenitura. (Gé 25:30-34.)

Nombres de ángeles. La Biblia solo suministra el nombre personal de dos ángeles: Gabriel (que significa “Uno Físicamente Capacitado de Dios) y Miguel (¿Quién Es Como Dios?). Quizás fue con el fin de no recibir honra y veneración indebidas por lo que en ciertas ocasiones los ángeles no revelaron su nombre a las personas a quienes se aparecieron. (Gé 32:29; Jue 13:17, 18.)

¿Qué implica el conocer el nombre de Dios?

La creación material da testimonio de la existencia de Dios, pero no revela cuál es su nombre. (Sl 19:1; Ro 1:20.) Conocer el nombre de Dios significa más que un simple conocimiento de la palabra. (2Cr 6:33.) En realidad, significa conocer a la Persona: sus propósitos, actividades y cualidades según se revelan en su Palabra. (Compárese con 1Re 8:41-43; 9:3, 7; Ne 9:10.) Puede ilustrarse con el caso de Moisés, un hombre a quien Jehová ‘conoció por nombre’, esto es, conoció íntimamente. (Éx 33:12.) Moisés tuvo el privilegio de ver una manifestación de la gloria de Jehová y también ‘oír declarado el nombre de Jehová’. (Éx 34:5.) Aquella declaración no fue simplemente una repetición del nombre Jehová, sino una exposición de los atributos y actividades de Dios, en la que se decía: “Jehová, Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa y verdad, que conserva bondad amorosa para miles, que perdona error y transgresión y pecado, pero de ninguna manera dará exención de castigo, que hace venir el castigo por el error de padres sobre hijos y sobre nietos, sobre la tercera generación y sobre la cuarta generación”. (Éx 34:6, 7.) De manera similar, la canción de Moisés que incluye las palabras: “Porque yo declararé el nombre de Jehová”, cuenta los tratos de Dios con Israel y describe su personalidad. (Dt 32:3-44.)

Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, ‘puso el nombre de su Padre de manifiesto’ a sus discípulos. (Jn 17:6, 26.) Aunque ya conocían el nombre de Dios y estaban familiarizados con sus actividades, registradas en las Escrituras Hebreas, estos discípulos llegaron a conocer a Jehová de un modo mejor y mucho más amplio a través de aquel que está “en la posición del seno para con el Padre”. (Jn 1:18.) Cristo Jesús representó perfectamente a su Padre, pues hizo las obras de Él y habló, no de su propia iniciativa, sino las palabras de su Padre. (Jn 10:37, 38; 12:50; 14:10, 11, 24.) Por eso pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Jn 14:9.)

Estos hechos dejan claro que los únicos que de verdad conocen el nombre de Dios son sus siervos obedientes. (Compárese con 1Jn 4:8; 5:2, 3.) De modo que la promesa de Jehová registrada en el Salmo 91:14 aplica a tales personas: “Lo protegeré porque ha llegado a conocer mi nombre”. El nombre en sí mismo no tiene poder mágico; sin embargo, Aquel que posee ese nombre puede dar protección a su pueblo dedicado. De modo que el nombre representa a Dios mismo. Por esta razón el proverbio dice: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo y se le da protección”. (Pr 18:10.) Esta es la acción que toman las personas que arrojan su carga sobre Jehová. (Sl 55:22.) De igual modo, amar el nombre (Sl 5:11), celebrarlo con melodía (Sl 7:17), invocarlo (Gé 12:8), darle gracias (1Cr 16:35), jurar por él (Dt 6:13), recordarlo (Sl 119:55), temerlo (Sl 61:5), buscarlo (Sl 83:16), confiar en él (Sl 33:21), ensalzarlo (Sl 34:3) y esperar en él (Sl 52:9) es hacer estas cosas con referencia a Jehová mismo. Hablar abusivamente del nombre de Dios es blasfemar contra Dios. (Le 24:11, 15, 16.)

Jehová tiene celo por su nombre y no tolera rivalidad o infidelidad en cuestiones de adoración. (Éx 34:14; Eze 5:13.) Se mandó a los israelitas que ni siquiera mencionaran los nombres de otros dioses. (Éx 23:13.) En vista de que en las Escrituras aparecen los nombres de dioses falsos, la prohibición de mencionarlos debe entenderse con respecto a la adoración.

El fracaso de Israel como pueblo portador del nombre de Dios al no cumplir con Sus rectos mandatos constituyó una profanación del nombre que representaban. (Eze 43:8; Am 2:7.) El hecho de que Dios tuviese que castigar a los israelitas por su infidelidad dio oportunidad a las naciones circundantes para hablar irrespetuosamente del nombre divino. (Compárese con Sl 74:10, 18; Isa 52:5.) Como esas naciones no entendieron que las calamidades que sufría Israel eran un castigo de Jehová, dedujeron equivocadamente que Él era incapaz de proteger a su pueblo. Con el fin de limpiar su nombre de ese oprobio, Jehová intervino para liberar y repatriar a un resto de Israel. (Eze 36:22-24.)

Al manifestarse en determinadas ocasiones de un modo muy singular, Jehová hizo que su nombre se recordase, y en los lugares donde tuvieron lugar esas manifestaciones se erigieron altares. (Éx 20:24; compárese con 2Sa 24:16-18; véase JEHOVÁ.)

El nombre del Hijo de Dios. Debido a que Jesús permaneció fiel hasta la misma muerte, su Padre le recompensó con una posición superior y con un “nombre que está por encima de todo otro nombre”. (Flp 2:5-11.) Todos los que desean la vida deben reconocer lo que este nombre representa (Hch 4:12), esto es, la posición de Jesús como Juez (Jn 5:22), Rey (Rev 19:16), Sumo Sacerdote (Heb 6:20), Rescatador (Mt 20:28) y Agente Principal de la salvación. (Heb 2:10; véase JESUCRISTO.)

Cristo Jesús, en calidad de “Rey de reyes y Señor de señores”, también tiene que dirigir a los ejércitos celestiales en una guerra justa. Como ejecutor de la venganza de Dios, exhibirá facultades y cualidades completamente desconocidas para aquellos que peleen contra él. Por esta razón se dice que “tiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo”. (Rev 19:11-16.)

Varios usos de la palabra “nombre”. Un determinado nombre puede “llamarse sobre” una persona, ciudad o edificio. Cuando Jacob adoptó a los hijos de José, dijo: “Y sea llamado sobre ellos mi nombre y el nombre de mis padres, Abrahán e Isaac”. (Gé 48:16; véase también Isa 4:1; 44:5.) El que se llamara el nombre de Jehová sobre los israelitas indicaba que eran su pueblo. (Dt 28:10; 2Cr 7:14; Isa 43:7; 63:19; Da 9:19.) Jehová también puso su nombre sobre Jerusalén y el templo, aceptándolos así como el centro legítimo de su adoración. (2Re 21:4, 7.) Joab prefirió no acabar de tomar Rabá para que no se llamara su nombre sobre esa ciudad, es decir, para que no se le atribuyera a él el crédito de la conquista. (2Sa 12:28.)

Por otra parte, el nombre de la persona que moría sin descendencia masculina era “quitado”, según la expresión bíblica. (Nú 27:4; 2Sa 18:18.) Por eso el matrimonio de levirato prescrito en la ley de Moisés sirvió para conservar el nombre del hombre fallecido. (Dt 25:5, 6.) Por otra parte, la aniquilación de una nación, pueblo o familia significaba la desaparición o eliminación de su nombre. (Dt 7:24; 9:14; Jos 7:9; 1Sa 24:21; Sl 9:5.)

Hablar o actuar ‘en el nombre de’ otra persona significaba hacerlo como representante suyo. (Éx 5:23; Dt 10:8; 18:5, 7, 19-22; 1Sa 17:45; Est 3:12; 8:8, 10.) De modo similar, recibir a una persona en el nombre de alguien indica un reconocimiento de ese alguien. Por lo tanto, ‘recibir a un profeta en nombre de profeta’ significaría recibir a un profeta por el hecho de ser profeta. (Mt 10:41, BJ; CEBIHA; Leal; Redin; RH; NM; Val.) Del mismo modo, bautizar en el “nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” significa un reconocimiento del Padre, del Hijo y del espíritu santo. (Mt 28:19.)

Reputación o fama. La palabra “nombre” se emplea con frecuencia en las Escrituras con el sentido de fama o reputación. (1Cr 14:17, nota.) Ocasionar un mal nombre a alguien significaba acusar falsamente a esa persona y así manchar su reputación. (Dt 22:19.) El que a alguien se le ‘deseche su nombre como inicuo’ significa la pérdida de la buena reputación. (Lu 6:22.) Los hombres empezaron a edificar una torre y una ciudad después del Diluvio para hacerse “un nombre célebre”, en desafío a Jehová. (Gé 11:3, 4.) Por otra parte, Jehová prometió hacer grande el nombre de Abrán si dejaba su país y sus parientes y se mudaba a otra tierra. (Gé 12:1, 2.) Como testimonio del cumplimiento de esa promesa está el hecho de que en la actualidad pocos nombres de tiempos antiguos han llegado a ser tan grandes como el de Abrahán, sobre todo como ejemplo de fe sobresaliente. Millones de personas aún afirman que son los herederos de la bendición abrahámica debido a contarse entre sus descendientes. Jehová también hizo grande el nombre de David al bendecirlo y darle victorias sobre los enemigos de Israel. (1Sa 18:30; 2Sa 7:9.)

Cuando la persona nace no tiene ninguna reputación, por lo que su nombre es poco más que una etiqueta. Por esta razón Eclesiastés 7:1 dice: “Mejor es un nombre que el buen aceite, y el día de la muerte que el día en que uno nace”. No es cuando una persona nace, sino que es durante toda su vida cuando su “nombre” cobra un significado real, en el sentido de identificarlo como alguien que practica justicia o iniquidad. (Pr 22:1.) Debido a la fidelidad de Jesús hasta la muerte, su nombre pasó a ser el único nombre “dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”, y “ha heredado un nombre más admirable” que el de los ángeles. (Hch 4:12; Heb 1:3, 4.) En cambio, Salomón, de quien se esperaba que su nombre fuera “más espléndido” que el de David, murió con el nombre de un descarriado de la adoración verdadera. (1Re 1:47; 11:6, 9-11.) “El mismísimo nombre de los inicuos se pudrirá”, o llegará a ser un hedor odioso. (Pr 10:7.) Por todo lo antedicho, “ha de escogerse un [buen] nombre más bien que riquezas abundantes”. (Pr 22:1.)

Nombres escritos en el “libro de la vida”. Al parecer, en un sentido figurado, Jehová ha estado escribiendo nombres en el libro de la vida desde la “fundación del mundo”. (Rev 17:8.) Jesucristo relacionó el tiempo de Abel con la “fundación del mundo”, lo que indica que en este contexto la palabra “mundo” se refiere al mundo de la humanidad redimible. Este mundo tuvo su origen cuando nacieron los hijos de Adán y Eva. (Lu 11:48-51.) El nombre de Abel debe haber sido el primero que se registró en ese rollo simbólico.

Sin embargo, los nombres que aparecen en el rollo de la vida no son los de personas a las que se ha predestinado a ganarse la aprobación de Dios y la vida, puesto que según las Escrituras los nombres pueden ‘borrarse’ del “libro de la vida”. Por lo tanto, parece ser que el nombre de una persona se escribe en el “libro de la vida” cuando llega a ser siervo de Jehová, y solo permaneciendo fiel puede conservar su nombre en este libro. (Rev 3:5; 17:8; compárese con Éx 32:32, 33; Lu 10:20; Flp 4:3; véase también VIDA.)

Nombres registrados en el rollo del Cordero. De igual manera, los nombres de las personas que adoran a la simbólica bestia salvaje no se registran en el rollo del Cordero. (Rev 13:8.) La bestia salvaje ha recibido su autoridad, poder y trono del dragón, Satanás el Diablo. Los que adoran a la bestia salvaje son, por lo tanto, parte de la ‘descendencia de la serpiente’. (Rev 13:2; compárese con Jn 8:44; Rev 12:9.) Antes de que les nacieran hijos a Adán y Eva, Jehová Dios anunció que habría enemistad entre la ‘descendencia de la mujer’ y la ‘descendencia de la serpiente’. (Gé 3:15.) Así, ya se determinó desde la fundación del mundo que ningún adorador de la bestia salvaje tendría su nombre escrito en el rollo del Cordero. Solo tendrían ese privilegio personas que fueran ‘sagradas’ desde el punto de vista de Dios. (Rev 21:27.)

En vista de que este rollo pertenece al Cordero, es lógico concluir que los nombres registrados en él corresponden a las personas que Dios le ha dado. (Rev 13:8; Jn 17:9, 24.) Por eso es significativo que la siguiente referencia al Cordero en el libro de Revelación lo presente de pie en el monte Sión, con 144.000 personas compradas de entre la humanidad. (Rev 14:1-5.)