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Egipto, egipcio

Egipto, egipcio

La Biblia hace referencia a Egipto y sus habitantes más de 700 veces. A Egipto por lo general se le llama Mizraim (Mits·rá·yim) en las Escrituras Hebreas (compárese con Gé 50:11), seguramente debido a la importancia o preponderancia de los descendientes de ese hijo de Cam en dicha región. (Gé 10:6.) En la actualidad los árabes todavía llaman a Egipto Misr. En algunos salmos se le denomina “la tierra de Cam”. (Sl 105:23, 27; 106:21, 22.)

Límites y geografía. (MAPA, vol. 1, pág. 531.) Tanto en tiempos antiguos como modernos, Egipto ha debido su existencia al río Nilo, con su fértil valle que se extiende como una cinta verde larga y estrecha a través de las regiones desérticas y resecas del África nororiental. El Bajo Egipto comprendía la vasta región del delta, donde las aguas del Nilo se abren en abanico antes de vaciarse en el mar Mediterráneo, en un tiempo, por medio de por lo menos cinco brazos separados, y hoy, solo por dos. Desde el punto donde divergen las aguas del Nilo (en la región de El Cairo moderno) hasta la costa marítima, hay aproximadamente 160 Km. La antigua Heliópolis (la bíblica On) se halla a poca distancia al N. de El Cairo, mientras que a pocos kilómetros al S. de El Cairo está Menfis (por lo general llamada Nof en la Biblia). (Gé 46:20; Jer 46:19; Os 9:6.) Hacia el S. de Menfis empieza la región del Alto Egipto, que se extiende a lo largo de todo el valle hasta la primera catarata del Nilo, en Asuán (la antigua Siene), a una distancia de unos 960 Km. No obstante, muchos doctos creen que es más lógico referirse a la parte septentrional de esta sección como Medio Egipto. Por toda esta región (del Medio y Alto Egipto), el valle llano del Nilo raras veces supera los 20 Km. de anchura, y está bordeado por ambos lados de abruptas pendientes calizas y areniscas, que forman el límite del desierto.

Más allá de la primera catarata estaba la antigua Etiopía, por lo que se dice que Egipto llegaba “desde Migdol [lugar que por lo visto estaba al NE. de Egipto] a Siene y al límite de Etiopía”. (Eze 29:10.) Aunque lo común es usar la palabra hebrea Mits·rá·yim para referirse a toda la tierra de Egipto, muchos doctos creen que en algunos casos representa al Bajo Egipto, y quizás al Medio Egipto, mientras que el nombre “Patrós” designa el Alto Egipto. La referencia a ‘Egipto [Mits·rá·yim], Patrós y Cus’ en Isaías 11:11 es comparable a una lista geográfica similar que aparece en una inscripción del rey asirio Esar-hadón, que enumera dentro de su imperio las regiones de “Musur, Paturisi y Kusu”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 290.)

Egipto lindaba con el mar Mediterráneo al N. y la primera catarata del Nilo y Nubia-Etiopía al S., y estaba rodeado por el desierto de Libia (parte del Sáhara) al O. y el desierto del mar Rojo al E. Por lo tanto, en su mayor parte, estaba bastante aislado de la influencia exterior y protegido de invasiones. Sin embargo, el istmo del Sinaí, situado al NE., formaba un puente con el continente asiático (1Sa 15:7; 27:8) por el que llegaban las caravanas de mercaderes (Gé 37:25), inmigrantes y, con el tiempo, ejércitos invasores. El “valle torrencial de Egipto”, por lo general identificado con Wadi el-ʽArish, situado en la península del Sinaí, al parecer marcaba el extremo nororiental del dominio de Egipto. (2Re 24:7.) Más allá estaba Canaán. (Jos 15:4.) En el desierto que quedaba al O. del Nilo había por lo menos cinco oasis que llegaron a formar parte del reino egipcio. El gran oasis Faiyum, a unos 72 Km. al SO. de la antigua Menfis, recibía agua del Nilo por medio de un canal.

Economía dependiente del Nilo. Aunque hoy día las regiones desérticas que bordean el valle del Nilo tienen poca o ninguna vegetación para sustentar la vida animal, hay indicios de que en tiempos antiguos había en los uadis o valles torrenciales muchos animales que los egipcios cazaban. Sin embargo, en aquel entonces la lluvia era escasa, y en la actualidad aún lo es más (la precipitación anual en El Cairo es de unos 50 mm.). Por lo tanto, la vida en Egipto dependía de las aguas del Nilo.

Las fuentes del Nilo se originan en las montañas de Etiopía y tierras cercanas. En esa zona la precipitación durante la estación de lluvias era suficiente para hacer crecer el caudal del río, lo que ocasionaba que todos los años durante los meses de julio a septiembre sus riberas se inundasen en Egipto. (Compárese con Am 8:8; 9:5.) Esto no solo proveía agua para los canales de riego y cuencas, sino que también depositaba tierra de aluvión que enriquecía el suelo. Tan fértil era el valle del Nilo, y también su delta, que la región bien regada de Sodoma y Gomorra que contempló Lot se asemejó al “jardín de Jehová, como la tierra de Egipto”. (Gé 13:10.) Las inundaciones del Nilo eran variables; cuando eran bajas, la producción era pobre y como resultado había hambre. (Gé 41:29-31.) La ausencia total de inundaciones provocadas por el Nilo representaba un desastre de primer orden que podía convertir al país en un yermo desolado. (Isa 19:5-7; Eze 29:10-12.)

Productos. Egipto era un país rico en agricultura, siendo sus cosechas principales la cebada, el trigo, la espelta (variedad de trigo) y el lino (que se exportaba a muchos países ya manufacturado). (Éx 9:31, 32; Pr 7:16.) Había también viñas, datileras, higueras, granados y huertos que producían una gran variedad de frutos, entre los que se contaban los pepinos, las sandías, los puerros, las cebollas y los ajos. (Gé 40:9-11; Nú 11:5; 20:5.) Según algunos doctos, la frase ‘hacer el riego de la tierra con el pie’ (Dt 11:10) hace referencia al uso de un tipo de noria que se accionaba con el pie, si bien también pudiera referirse al uso del pie para abrir y cerrar canales por los que fluía el agua para el riego.

Cuando azotaba el hambre en las tierras vecinas, la gente solía trasladarse al fructífero país de Egipto, como hizo Abrahán a principios del II milenio a. E.C. (Gé 12:10.) Con el tiempo Egipto se convirtió en el “granero” de una gran parte de la zona mediterránea. El barco que partió de Alejandría (Egipto), y en el que embarcó el apóstol Pablo en Mira en el siglo I E.C., transportaba cereales a Italia. (Hch 27:5, 6, 38.)

Otra exportación importante de Egipto era el papiro, planta parecida a los juncos que crecía en las numerosas marismas del delta (Éx 2:3; compárese con Job 8:11) y que se usaba para fabricar material para escribir. Sin embargo, debido a la escasez de bosques, Egipto se veía obligado a importar madera de Fenicia, sobre todo cedros de las ciudades portuarias, como Tiro, donde se valoraba mucho el lino egipcio de colores variados. (Eze 27:7.) Los templos y monumentos egipcios se construían de granito y algunas piedras más blandas, como la roca caliza, que abundaba en las colinas que flanqueaban el valle del Nilo. Las casas corrientes, e incluso los palacios, se construían de adobe (el material que se usaba para la construcción de los edificios). Las minas egipcias de las montañas situadas a lo largo del mar Rojo (así como en la península del Sinaí) producían oro y cobre, y con este último metal se hacían artículos de bronce que también se exportaban. (Gé 13:1, 2; Sl 68:31.)

La ganadería desempeñaba un papel importante en la economía egipcia; Abrahán adquirió ovejas, ganado y bestias de carga, como asnos y camellos, durante su estancia en ese país. (Gé 12:16; Éx 9:3.) Se hace mención de los caballos durante el período de la administración de José en Egipto (1737-1657 a. E.C.); por lo general se cree que procedían de Asia. (Gé 47:17; 50:9.) Puede que al principio los obtuviesen mediante transacciones comerciales o que los capturasen durante las incursiones egipcias en las tierras situadas al NE. Para el tiempo de Salomón, los caballos egipcios eran tan apreciados y su cantidad era tal, que se convirtieron en un artículo importante (junto con los carros egipcios) en el mercado mundial. (1Re 10:28, 29.)

Abundaban las aves de rapiña y las carroñeras —buitres, milanos, águilas y halcones—, así como varias aves acuáticas, entre ellas el ibis y la grulla. En el Nilo abundaban los peces (Isa 19:8), y eran comunes los hipopótamos y los cocodrilos. (Compárese con el lenguaje simbólico de Eze 29:2-5.) Las regiones desérticas estaban habitadas por chacales, lobos, hienas y leones, así como por varias clases de serpientes y otros reptiles.

Población. Los habitantes de Egipto eran camitas, seguramente descendientes de Mizraim, el hijo de Cam. (Gé 10:6.) Es posible que después de la dispersión de Babel (Gé 11:8, 9), muchos de los descendientes de Mizraim, como los ludim, los anamim, los lehabim, los naftuhim y los patrusim, emigraran al N. de África. (Gé 10:6, 13, 14.) Como se ha dicho antes, se relaciona Patrós (singular de patrusim) con el Alto Egipto, y hay cierta base para situar a los naftuhim en la región del delta.

El hecho de que el país estuviera dividido en varias secciones (llamadas más tarde nomos) desde sus tiempos más primitivos, y el que estas siguieran existiendo y formaran parte de la estructura gubernamental cuando el país se unificó bajo un gobernante principal y continuaran hasta el fin del imperio, es un indicio de que la población de Egipto debió estar compuesta de diferentes tribus familiares. Suele hablarse de 42 nomos, 20 en el Bajo Egipto y 22 en el Alto Egipto. Aunque la continua distinción que se hace en la historia egipcia entre el Alto y el Bajo Egipto quizás obedezca a razones geográficas, también puede dar cuenta de una población original dividida en tribus. Cuando el gobierno central se debilitó, el país se dividió en estas dos grandes secciones e incluso corrió el peligro de desintegrarse en numerosos reinos pequeños dentro de los diferentes nomos.

Algunas pinturas antiguas y cuerpos momificados parecen indicar que los egipcios eran de estatura pequeña, delgados y de piel oscura, aunque no negra. No obstante, puede apreciarse una variedad considerable en estas pinturas y esculturas antiguas.

Lengua. Los eruditos modernos tienden a clasificar la lengua egipcia como “semítico-camítica”. Aunque era básicamente camítica, se dice que hay muchas analogías entre su gramática y la de las lenguas semíticas, así como algunas similitudes en el vocabulario. A pesar de estas aparentes semejanzas, se reconoce que “el egipcio difiere de todas las lenguas semíticas mucho más que estas entre sí, de modo que, al menos hasta que se defina mejor su relación con las lenguas africanas, se le debe excluir del grupo semítico”. (Egyptian Grammar, de A. Gardiner, Londres, 1957, pág. 3.) José se valió de un intérprete egipcio para hablar con sus hermanos cuando quiso esconderles su identidad. (Gé 42:23.)

Hay muchos factores que hacen extremadamente difícil llegar a conclusiones definitivas sobre el idioma primitivo utilizado en Egipto. Uno de ellos es el sistema egipcio de escritura. Las inscripciones antiguas usan signos pictográficos (representaciones de animales, pájaros, plantas u otros objetos) combinados con algunas formas geométricas, sistema de escritura que los griegos llamaron jeroglífico. Aunque algunos signos representaban sílabas, estas solo se emplearon para complementar los jeroglíficos, nunca para sustituirlos. Además, en la actualidad se desconocen los sonidos que aquellas sílabas representaban. Algunos escritos cuneiformes de mediados del II milenio a. E.C. que hablan de Egipto han aportado datos de interés. Las transcripciones griegas de nombres egipcios y de otras palabras, de aproximadamente el siglo VI E.C., y algunas transcripciones arameas de un siglo más tarde, también han ayudado a deletrear las palabras egipcias transcritas. No obstante, la reconstrucción de la fonología del antiguo egipcio aún se basa en el copto, el egipcio hablado a partir del siglo III E.C. De modo que solo se puede tener un conocimiento aproximado de la estructura original del vocabulario antiguo en su forma más primitiva, en particular anterior a la estancia israelita en Egipto. Como ejemplo, véase NO, NO-AMÓN.

Por otra parte, el conocimiento de otros idiomas camíticos africanos es muy limitado en la actualidad, por lo que es difícil determinar la relación del egipcio con estos. No se conoce ninguna inscripción de idiomas africanos no egipcios anterior a nuestra era. Los hechos apoyan el relato bíblico de la confusión de las lenguas, y parece claro que los egipcios primitivos, en tanto descendientes de Cam por medio de Mizraim, hablaban un idioma separado y distinto de las lenguas semíticas.

La escritura jeroglífica se usó sobre todo para inscripciones en monumentos y pinturas murales, en las que los símbolos se trazaban con gran detalle. Aunque continuó empleándose hasta el principio de la era común, en particular en textos religiosos, los escribas idearon una escritura menos incómoda, de formas cursivas y más simplificadas, que impresionaban con tinta sobre cuero y papiro. A este sistema se le denominó hierático. Le siguió otro todavía más fácil de escribir, llamado demótico, en especial a partir de la “dinastía XXVI” (siglos VII y VI a. E.C.). No se logró descifrar los textos egipcios hasta después del descubrimiento de la Piedra Rosetta, en el año 1799. Esta inscripción, actualmente en el Museo Británico, contiene un decreto en honor a Tolomeo V Epífanes que data del año 196 a. E.C. La escritura está en jeroglífico egipcio, demótico y griego; gracias al texto en este último idioma fue posible descifrar el egipcio.

Religión. Egipto era un país muy religioso; el politeísmo era su principal característica. Cada población y ciudad tenía su propia deidad local, que ostentaba el título de “Señor de la ciudad”. Una lista hallada en la tumba de Tutmosis III contiene los nombres de unos 740 dioses. (Éx 12:12.) Era frecuente representar al dios casado con una diosa que le daba un hijo, “y los tres formaban una tríada divina o trinidad, en la que el padre, por otra parte, no era siempre el principal, contentándose en ocasiones con el papel de príncipe consorte, mientras que la deidad principal de la localidad era la diosa”. (New Larousse Encyclopedia of Mythology, 1968, pág. 10.) Cada uno de los dioses principales moraba en un templo, que no estaba abierto al público, y era adorado por los sacerdotes, que lo despertaban cada mañana con un himno, lo bañaban, lo vestían, lo “alimentaban” y le rendían otros servicios. (Contrástese con Sl 121:3, 4; Isa 40:28.) Parece ser que en el cumplimiento de ese servicio se consideraba a los sacerdotes representantes de Faraón, quien, según se creía, también era un dios vivo, el hijo del dios Ra. Estos hechos subrayan el valor que mostraron Moisés y Aarón al personarse delante de Faraón para comunicarle el decreto del Dios verdadero, y añaden significado a la respuesta desdeñosa del monarca: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz [...]?”. (Éx 5:2.)

A pesar de los muchos descubrimientos arqueológicos —templos, estatuas, pinturas religiosas y escritos—, poco se conoce acerca de las verdaderas creencias religiosas de los egipcios. Los textos religiosos presentan un cuadro irregular e incompleto, y por lo general omiten tanto como lo que incluyen o más. Mucho de lo que se conoce sobre la naturaleza de sus dioses y prácticas se basa en la deducción o en la información de los escritores griegos, como Heródoto y Plutarco.

Estatua de Amón con forma de carnero con el faraón Taharka (Tirhaqá); simbolizaba la protección del dios al gobernante

Lo que se sabe es que hubo diversidad de creencias, pues las diferencias regionales, siempre presentes en la historia egipcia, resultaron en un sinfín de leyendas y mitos, a menudo contradictorios. Por ejemplo, al dios Ra se le conocía por 75 nombres y formas distintos. Al parecer, solo unas pocas de los centenares de deidades recibían adoración a nivel verdaderamente nacional. Entre las más populares estaba la trinidad o tríada de Osiris, Isis (su esposa) y Horus (su hijo). También estaban los dioses “cósmicos”, encabezados por Ra, el dios-sol, y también los dioses de la Luna, del firmamento, del aire, de la Tierra, del río Nilo, etc. En Tebas (la bíblica No) el dios Amón era el más importante, y con el tiempo se le concedió el título de “rey de los dioses” con el nombre de Amón-Ra. (Jer 46:25.) Durante las fiestas (Jer 46:17), llevaban a los dioses por las calles de la ciudad. Cuando, por ejemplo, los sacerdotes llevaban el ídolo de Ra en procesión religiosa, el pueblo procuraba estar presente, esperando obtener méritos por ello. Los egipcios creían que su mera presencia era un cumplimiento de su obligación religiosa, y pensaban que Ra estaba obligado a su vez a continuar concediéndoles prosperidad. Solo acudían a él para pedir bendiciones materiales y prosperidad, nunca con relación a asuntos de índole espiritual. Hay numerosas correspondencias entre los dioses principales de Egipto y de Babilonia, aunque todo parece indicar que se originaron en Babilonia y Egipto los perpetuó. (Véase DIOSES Y DIOSAS.)

Esta adoración politeísta no benefició nada a los egipcios. Tal como observa la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 53), “la imaginación clásica y moderna atribuye [a la religión egipcia] verdades profundas encerradas en sus misterios impresionantes. Tenían misterios, por supuesto, como los ashanti o los ibo [tribus africanas]. Sin embargo, es un error creer que estos misterios encerrasen una verdad y que hubiese una ‘fe’ oculta tras ellos”. En realidad, la información disponible muestra que los elementos básicos de la adoración egipcia eran la magia y la superstición primitiva. (Gé 41:8.) La magia religiosa se usaba para evitar la enfermedad; el espiritismo estaba extendido, y había muchos “encantadores”, “médium espiritistas” y “pronosticadores profesionales de sucesos”. (Isa 19:3.) Se llevaban amuletos y ‘encantamientos de la buena suerte’, se escribían sortilegios en trozos de papiro y luego se ataban alrededor del cuello. (Compárese con Dt 18:10, 11.) Cuando Moisés y Aarón efectuaron hechos milagrosos por el poder divino, los sacerdotes practicantes de magia y hechiceros de la corte de Faraón dieron la impresión de repetir esos hechos mediante artes mágicas, hasta que se vieron obligados a reconocer su impotencia. (Éx 7:11, 22; 8:7, 18, 19.)

Adoración de animales. Esta adoración supersticiosa condujo a los egipcios a practicar una idolatría sumamente degradante, que incluía la adoración de animales. (Compárese con Ro 1:22, 23.) A muchos de los dioses más importantes se les solía representar con un cuerpo humano y la cabeza de un animal o pájaro. Por ejemplo, el dios Horus tenía cabeza de halcón, y Thot, de un ibis o un mono. En algunos casos se creía que el dios realmente estaba encarnado en el cuerpo del animal, como en el caso de los bueyes Apis. Al buey Apis, considerado como una encarnación del dios Osiris, se le mantenía en un templo, y cuando moría se efectuaba un funeral y un entierro complejos. La creencia de que ciertos animales, como los gatos, babuinos, cocodrilos, chacales y varias aves, eran sagrados por virtud de su relación con ciertos dioses resultó en que los egipcios momificasen centenares de miles de tales criaturas y los enterrasen en cementerios especiales.

La plaga de peste que Jehová trajo sobre el ganado egipcio deshonró a su dios Apis, representado por un toro

¿Por qué dijo Moisés que los sacrificios de Israel serían “detestables a los egipcios”?

El hecho de que se veneraran tantos diferentes animales en todo Egipto fue lo que hizo que Moisés insistiese en que se le permitiese a Israel ir al desierto para hacer sus sacrificios, diciéndole a Faraón: “Suponiendo que sacrificáramos una cosa detestable a los egipcios delante de sus ojos; ¿no nos apedrearían?”. (Éx 8:26, 27.) En efecto, la mayoría de los sacrificios que Israel ofreció después habrían sido muy ofensivos para los egipcios. (Al dios-sol Ra a veces se le representaba como un becerro nacido de la vaca celestial.) Por otra parte, como se muestra en el artículo DIOSES Y DIOSAS, Jehová ejecutó juicios “en todos los dioses de Egipto” mediante las diez plagas, y los humilló en gran manera a la vez que hacía que se conociera su propio nombre por toda la tierra. (Éx 12:12.)

Durante los dos siglos que la nación de Israel permaneció en Egipto, no escapó por completo de la influencia contaminante de tal adoración falsa (Jos 24:14), lo que puede explicar las actitudes incorrectas que manifestaron muchos israelitas al comienzo del éxodo. Aunque Jehová les dijo que se deshiciesen de los “ídolos estercolizos de Egipto”, no obedecieron. (Eze 20:7, 8; 23:3, 4, 8.) El que hicieran en el desierto un becerro de oro para adorarlo quizás refleje la adoración egipcia de animales que había corrompido a algunos israelitas. (Éx 32:1-8; Hch 7:39-41.) Antes de que Israel entrase en la Tierra Prometida, Jehová volvió a advertir de forma explícita que no se mezclara con su adoración el culto a representaciones animales o a cuerpos “cósmicos”. (Dt 4:15-20.) Sin embargo, la adoración de animales resurgió de nuevo siglos más tarde, cuando Jeroboán hizo dos becerros de oro una vez regresó de Egipto y empezó a gobernar sobre el reino norteño de Israel. (1Re 12:2, 28, 29.) Es digno de mención que los escritos inspirados de Moisés están completamente libres de la influencia de la idolatría y superstición egipcias.

Falta de cualidades morales y espirituales. Algunos doctos opinan que el concepto de pecado expresado en ciertos textos religiosos egipcios se debe a la influencia semítica. Sin embargo, su confesión del pecado siempre era en sentido negativo, como comenta la Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 56): “Cuando [el egipcio] confesaba, no decía ‘soy culpable’; decía ‘no soy culpable’. Su confesión era negativa, y el onus probandi [la obligación de probar] recaía en sus jueces, quienes, según los papiros funerarios, siempre daban el veredicto a su favor, o por lo menos se esperaba y se confiaba que lo hicieran”. (Contrástese con Sl 51:1-5.) La religión del antiguo Egipto se basaba principalmente en ceremonias y sortilegios destinados a conseguir ciertos resultados deseados por medio del concurso de uno o más de sus numerosos dioses.

Aunque se ha afirmado que existía una forma de monoteísmo durante los reinados de los faraones Amenhotep III y Amenhotep IV (Akhenatón), cuando la adoración al dios-sol Atón llegó a ser casi exclusiva, en realidad no fue un verdadero monoteísmo. A Faraón mismo se le siguió adorando como si fuera un dios; e incluso en este período no había calidad ética en los textos religiosos egipcios, ya que los himnos al dios-sol Atón tan solo lo alababan por su calor dador de vida, pero carecían de cualquier expresión de alabanza o aprecio por cualquier cualidad espiritual o moral. Por lo tanto, cualquier alegación de que el monoteísmo de los escritos de Moisés se derivó de la influencia egipcia carece de todo fundamento.

Creencias con respecto a los muertos. En la religión egipcia se daba mucha importancia al cuidado de los muertos y a la preocupación por asegurar su bienestar y felicidad después del “cambio” o muerte. La creencia en la reencarnación o transmigración del alma fue una de las doctrinas más extendidas. Se creía que debía conservarse el cuerpo humano a fin de que el alma pudiese regresar y usarlo de vez en cuando. Los egipcios embalsamaban a sus muertos debido a esta creencia. La tumba en la que se colocaba al difunto momificado se consideraba el “hogar” del difunto. Las pirámides eran residencias colosales para los regios difuntos. Las necesidades y lujos de la vida, como joyas, ropa, muebles y suministros de alimento, se almacenaban en las tumbas para uso futuro del difunto, junto con sortilegios escritos y encantamientos (por ejemplo, el “Libro de los Muertos”) para protegerle de los espíritus inicuos. (GRABADO, vol. 1, pág. 533.) Sin embargo, estos encantamientos no los protegieron de los ladrones de tumbas, que con el tiempo saquearon casi todas las tumbas de cierta importancia.

Aunque los cuerpos de Jacob y José fueron embalsamados, en el caso de Jacob se debió principalmente a que se deseaba conservarlo hasta que se pudiese trasladar a una tumba en la Tierra Prometida, como expresión de fe de sus descendientes. En el caso del cuerpo de José, es posible que el embalsamamiento lo efectuaran los egipcios como muestra de respeto y honra. (Gé 47:29-31; 50:2-14, 24-26.)

Vida y cultura egipcias. Tiempo atrás, los eruditos decían que Egipto era la ‘civilización más antigua’ y el lugar de origen de muchos de los inventos y del progreso. No obstante, la información más reciente disponible indica que la cuna de la civilización fue Mesopotamia. Se cree que ciertos métodos arquitectónicos egipcios, el uso de la rueda, tal vez los principios básicos de la escritura pictográfica y, en particular, los rasgos fundamentales de la religión egipcia, tuvieron su origen en Mesopotamia. Esta idea concuerda con el registro bíblico sobre la dispersión de los pueblos después del Diluvio.

El legado mejor conocido de la arquitectura egipcia son las pirámides que construyeron en Giza los faraones Khufu (Kéops), Khafra y Menkaura, pertenecientes a la IV dinastía. La mayor, la de Khufu, tiene una base que ocupa 5,3 Ha. y una altura de 137 m. (el equivalente a un edificio moderno de 40 pisos). Se calcula que se usaron 2.300.000 bloques de piedra, con un peso medio de 2,3 Tm. cada uno. Los bloques estaban tan bien cortados que encajaban casi al milímetro. También se construyeron templos colosales; el de Karnak, en Tebas (la No bíblica; Jer 46:25; Eze 30:14-16), es la mayor edificación con columnas jamás construida.

Esfinge gigante que parece montar guardia ante las pirámides de Giza

La circuncisión fue una costumbre común entre los egipcios desde tiempos antiguos, por lo que la Biblia los menciona junto con otros pueblos circuncisos. (Jer 9:25, 26.)

La educación se centraba fundamentalmente en la preparación de escribas en escuelas que estaban en manos del sacerdocio. Los escribas reales debían ser expertos en la escritura egipcia, y además tenían que conocer bien el arameo cuneiforme; para mediados del II milenio a. E.C., los reyes vasallos de Siria y Palestina se comunicaban con regularidad con la capital egipcia en arameo. Las matemáticas egipcias habían alcanzado el nivel de desarrollo necesario para hacer posible las proezas arquitectónicas que aquí se han referido, lo que incluiría algunos conocimientos de geometría y álgebra. Debe notarse que “Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios”. (Hch 7:22.) Aunque mucha de la sabiduría de Egipto carecía de valor, parte de ella era provechosa y útil.

El gobierno y la ley se centraban en el rey o Faraón, considerado un dios con forma humana. Gobernaba el país mediante subordinados, o ministros, y mediante jefes feudales, cuyo poder rivalizaba con el del mismo rey en tiempos de debilidad del gobierno central. Es posible que los súbditos de estos gobernadores los vieran prácticamente como reyes, lo que explica la expresión bíblica “los reyes de Egipto” referida a tiempos específicos. (2Re 7:6; Jer 46:25.) Después de la conquista egipcia de Nubia-Etiopía, un virrey llamado “el hijo del rey de Cus” gobernó esta región situada al S. de Egipto, y hay indicios de que también Fenicia tuvo un virrey egipcio.

No se conoce ningún código de leyes egipcio; las leyes se promulgaban mediante decreto real, como en el caso en que Faraón ordenó que se sometiera a los israelitas a trabajos forzados y se ahogara a todos los varones hebreos recién nacidos. (Éx 1:8-22; 5:6-18; compárese con Gé 41:44.) Se gravaban con impuestos todas las cosechas de los terratenientes, una costumbre que al parecer empezó en los días de José, cuando toda la tierra, excepto la de los sacerdotes, llegó a ser propiedad de Faraón. (Gé 47:20-26.) Los impuestos no solo se pagaban con parte de los productos agrícolas o del ganado, sino también trabajando en proyectos del gobierno y en el ejército. Algunas de las penas que se imponían eran: amputación de la nariz, exilio en las minas, azotes con varas, encarcelamiento y muerte, normalmente por decapitación. (Gé 39:20; 40:1-3, 16-22.)

Las costumbres sobre el matrimonio permitían la poligamia y el casamiento entre hermanos y hermanas. Esta última práctica continuó en algunos lugares de Egipto hasta el siglo II a. E.C. Se sabe que ciertos Faraones se casaron con sus hermanas, al parecer porque se pensaba que ninguna otra mujer era lo suficientemente sagrada como para casarse con un “dios viviente”. La Ley dada a Israel cuando salió de Egipto prohibía el matrimonio incestuoso, diciendo: “De la manera como hace la tierra de Egipto [...] no deben hacer ustedes; [ni] de la manera como hace la tierra de Canaán”. (Le 18:3, 6-16.)

Una creencia general es que los antiguos egipcios tenían conocimientos sobre medicina bastante científicos y avanzados. Aunque hay que reconocer que poseían algunos conocimientos de anatomía y que desarrollaron y catalogaron ciertos métodos simples de cirugía, también es cierto que en la medicina egipcia se observa mucha ignorancia. Por ejemplo, un papiro egipcio dice que el corazón está conectado a todas las partes del cuerpo mediante vasos, pero al mismo tiempo explica que estos transportan aire, agua, semen y mucosidad, en vez de sangre. No solo había un desconocimiento fundamental de las funciones del cuerpo humano, sino que los textos médicos están plagados de magia y superstición; los sortilegios y encantamientos ocupaban la mayor parte de estos textos. Entre los remedios no solo se contaban plantas y hierbas beneficiosas, sino que también se prescribían sangre de ratones, orina o excremento de moscas, que, junto con los sortilegios, “tenían el propósito de expulsar con gran disgusto al demonio que poseía el cuerpo de la persona”. (History of Mankind, de J. Hawkes y sir Leonard Woolley, 1963, vol. 1, pág. 695.) Tal falta de información pudo contribuir a algunas de las ‘malas dolencias de Egipto’, como, por ejemplo, la elefantiasis, la disentería, la viruela, la peste bubónica, la oftalmía y otras enfermedades; la obediencia fiel resultaría en una buena protección para Israel. (Dt 7:15; compárese con Dt 28:27, 58-60; Am 4:10.) Las medidas higiénicas que se impusieron a los israelitas después del éxodo contrastan marcadamente con muchas de las costumbres mencionadas en los textos egipcios. (Le 11:32-40; véase ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO.)

Entre los oficios egipcios estaban la alfarería, la tejeduría, la metalistería, la joyería y la manufactura de amuletos religiosos. (Isa 19:1, 9, 10.) Para mediados del II milenio a. E.C. Egipto se había convertido en un centro de manufactura del vidrio. (Compárese con Job 28:17.)

El transporte en el interior se centraba en el río Nilo. Los vientos del N. ayudaban a los barcos a navegar contra la corriente, y a los que viajaban desde el S. los llevaba el propio curso del río. Además de esta “calzada” principal, había canales y varios caminos, algunos de los cuales llevaban a Canaán.

Se utilizaban las caravanas y la navegación por el mar Rojo para los intercambios comerciales con otros países africanos, y grandes galeras egipcias transportaban mercancías y pasajeros a muchos puertos del Mediterráneo oriental.

La indumentaria egipcia era sencilla. Durante gran parte de la historia primitiva de ese país, los hombres llevaron una especie de delantal con pliegues por delante; más tarde, solo las clases más humildes iban con el torso descubierto. La mujer egipcia llevaba un vestido de tirantes ceñido, hecho por lo general de lino fino. La costumbre era ir descalzo, posible causa de la proliferación de ciertas enfermedades.

En las pinturas egipcias se representa a los hombres con el pelo corto o rapado y afeitados. (Gé 41:14.) Las mujeres solían usar cosméticos.

Había distintos tipos de casas en Egipto, desde las simples cabañas de los pobres a las espaciosas casas de los ricos, con sus jardines, huertos y estanques. Como Potifar era un oficial de Faraón, probablemente vivía en una de estas casas de lujo. (Gé 39:1, 4-6.) El mobiliario también variaba: de simples taburetes a elaboradas sillas y lechos. Las casas de cierto tamaño por lo general se construían alrededor de patios abiertos. (Compárese con Éx 8:3, 13.) En el patio se solía amasar el pan y cocinar el alimento. La dieta normal egipcia constaba, probablemente, de pan de cebada, verduras, pescado (abundante y barato; Nú 11:5) y cerveza, que era la bebida común. Los que podían permitírselo, añadían diferentes carnes a su dieta. (Éx 16:3.)

Los soldados egipcios usaban las armas de la época: arcos y flechas, lanzas, mazas, hachas y dagas. Los carros tirados por caballos desempeñaron un papel importante en la guerra. Aunque parece ser que al principio la armadura se utilizó poco, con el tiempo se generalizó su uso, al igual que el del yelmo, a menudo empenachado. La profecía de Jeremías (46:2-4) describe con exactitud a los soldados egipcios del siglo VII a. E.C. Al parecer, al principio la mayor parte del ejército se reclutaba del pueblo; después se emplearon tropas mercenarias de otras naciones. (Jer 46:7-9.)

Historia. La historia egipcia procedente de fuentes seglares es muy imprecisa, sobre todo en sus períodos iniciales. (Véase CRONOLOGÍA [Cronología egipcia].)

Visita de Abrahán. Algún tiempo después del Diluvio (2370-2369 a. E.C.) y de que comenzara la dispersión de los pueblos en Babel, los camitas ocuparon Egipto. Para cuando el hambre obligó a Abrahán (Abrán) a abandonar Canaán y bajar a Egipto (entre los años 1943 a. E.C. y 1932 a. E.C.), un Faraón (cuyo nombre no se da en la Biblia) gobernaba el país. (Gé 12:4, 14, 15; 16:16.)

Parece que Egipto recibía bien a los extranjeros, y no hay registro de que se le tuviera ninguna animosidad a Abrahán, un nómada que moraba en tiendas. Sin embargo, el temor de Abrahán a ser asesinado por causa de su bella esposa debió estar bien fundado, e indica el bajo grado de moralidad que existía en Egipto. (Gé 12:11-13.) Las plagas que le sobrevinieron a Faraón por haber llevado a Sara a su casa tuvieron su efecto y resultaron en que se ordenase a Abrahán que abandonara el país; sin embargo, no se marchó solo con su esposa, sino con más bienes de los que había llevado. (Gé 12:15-20; 13:1, 2.) Quizás fue durante su estancia en Egipto cuando Abrahán obtuvo a la sierva de Sara, Agar. (Gé 16:1.) Esta le dio un hijo, Ismael (1932 a. E.C.), que más tarde se casó con una egipcia. (Gé 16:3, 4, 15, 16; 21:21.) Así pues, los ismaelitas fueron en su comienzo predominantemente egipcios, y las regiones donde a veces levantaban sus campamentos estaban cerca de la frontera de Egipto. (Gé 25:13-18.)

El hambre azotó por segunda vez y Egipto se convirtió en el lugar adonde acudir para obtener provisiones, pero en esa ocasión (algún tiempo después de 1843 a. E.C., el año de la muerte de Abrahán) Jehová le dijo a Isaac que no planease mudarse a este país. (Gé 26:1, 2.)

José en Egipto. Unos dos siglos después de la estancia de Abrahán en Egipto, el hijo joven de Jacob, José, fue vendido en dos ocasiones: primero a una caravana madianita-ismaelita y después, en Egipto, a un oficial de la corte de Faraón (1750 a. E.C.). (Gé 37:25-28, 36.) Tal como José explicó más tarde a sus hermanos, Dios permitió esto a fin de preparar el camino para la futura mudanza de toda la familia de Jacob en un tiempo de hambre extrema. (Gé 45:5-8.) No se puede negar que la narración de los principales acontecimientos de la vida de José presenta un cuadro exacto de Egipto. (Véase JOSÉ núm. 1.) La información obtenida en monumentos, pinturas y escritos egipcios corrobora los títulos de los funcionarios, las costumbres, la indumentaria, el uso de la magia y muchos otros detalles. La investidura de José como virrey de Egipto (Gé 41:42), por ejemplo, sigue el procedimiento representado en inscripciones y murales egipcios. (Gé 45-47.)

La aversión de los egipcios a comer con los hebreos, como en el caso de la comida que José ofreció a sus hermanos, tal vez haya sido el resultado del orgullo y prejuicio religioso o racial, o de su desprecio por los pastores. (Gé 43:31, 32; 46:31-34.) Es muy posible que este último sentimiento se debiera a que un sistema egipcio de castas colocaba a los pastores en uno de los últimos lugares, o quizás a un fuerte rechazo de aquellos que buscaban pasto para los rebaños, pues escaseaba la tierra de cultivo.

“El período de los hicsos.” Muchos comentaristas sitúan la entrada de José en Egipto, así como la de su padre y su familia, en lo que se suele conocer como el período de los hicsos. No obstante, Merrill Unger hace la siguiente observación (Archaeology and the Old Testament, 1964, pág. 134): “Desgraciadamente [este período] es muy oscuro en Egipto, y la conquista de los hicsos no se entiende con claridad”.

Algunos eruditos sitúan el período de los hicsos entre las dinastías XIIIXVII, que gobernaron durante unos doscientos años; otros lo circunscriben a las dinastías XVXVI, en un período de cien a ciento cincuenta años. Algunos piensan que el nombre hicsos significa “reyes pastores”, y otros, “gobernantes de países extranjeros”. Las conjeturas sobre su raza o nacionalidad han sido aún más variadas, y se ha apuntado tanto que son pueblos indoeuropeos del Cáucaso o de Asia Central, como que son hititas, gobernantes siropalestinos (cananeos o incluso amorreos) o tribus árabes.

Algunos arqueólogos dicen que la “conquista hicsa” de Egipto fue una invasión de Palestina y Egipto por parte de hordas nórdicas en veloces carros, mientras que otros piensan que fue una conquista lenta y progresiva, es decir, una infiltración gradual, o migraciones nómadas o seminómadas que o bien tomaron poco a poco el control del país, o bien se pusieron a la cabeza del gobierno existente mediante un rápido golpe de estado. En el libro The World of the Past (1963, parte V, pág. 444), la arqueóloga Jacquetta Hawkes dice: “Ya no se piensa que los gobernantes hicsos [...] representen la invasión de unas hordas conquistadoras asiáticas. El nombre al parecer significa ‘gobernantes de las tierras altas’, y eran grupos errantes de semitas que hacía tiempo que habían ido a Egipto con fines comerciales u otros fines pacíficos”. Aunque puede que este sea el punto de vista popular hoy día, aún queda el difícil problema de explicar cómo estos “grupos errantes” pudieron conquistar la tierra de Egipto, sobre todo en vista de que se cree que la dinastía XII, anterior a ese período, llevó al país al cenit del poder.

The Encyclopedia Americana (1956, vol. 14, pág. 595) dice: “El único relato detallado acerca de [los hicsos] que nos ha legado la antigüedad es un pasaje poco confiable de una obra perdida de Manetón, citada por Josefo en su réplica a Apión”. Algunas de las declaraciones que Josefo atribuye a Manetón son la fuente del nombre “hicsos”. Es interesante el hecho de que Josefo, que afirma citar literalmente a Manetón, establezca una relación directa entre los hicsos y los israelitas. Al parecer, Josefo acepta esta relación, pero rechaza sin paliativos muchos de los detalles del relato. Prefiere traducir hicsos por “pastores cautivos” en vez de “reyes pastores”. Según Josefo, Manetón (Maneto) dice que los “hicsos” conquistaron Egipto sin pelear una batalla, destruyeron ciudades y “los templos de los dioses” y causaron estragos y una gran matanza. También dice que se asentaron en la región del delta. Por último explica que los egipcios se alzaron con 480.000 hombres y pelearon una terrible y larga guerra. Cuenta que sitiaron a los hicsos en su ciudad capital, Avaris, y que luego, extrañamente, llegaron a un acuerdo que les permitió abandonar el país junto con sus familias y posesiones sin sufrir daño, después de lo cual fueron a Judea y edificaron Jerusalén. (Contra Apión, libro I, secs. 14-16, 25, 26.)

En los escritos contemporáneos los nombres de estos gobernantes iban precedidos de títulos como “Buen Dios”, “Hijo de Reʽ” (Hik-khoswet) o “Gobernante de tierras extranjeras”. El término “hicsos” debe haberse derivado de este último título. Los documentos egipcios inmediatamente posteriores a su hegemonía los llaman ‘asiáticos’. Con respecto a este período de la historia egipcia, C. E. DeVries hizo la siguiente observación: “Al querer relacionar la historia seglar con la información bíblica, algunos eruditos han intentado asociar la expulsión de los hicsos de Egipto con el éxodo israelita, pero la cronología descarta tal identificación, y otros factores hacen asimismo insostenible la hipótesis [...]. El origen de los hicsos es incierto; llegaron de algún lugar de Asia, y, en su mayor parte, llevaban nombres semíticos”. (The International Standard Bible Encyclopedia, edición de G. Bromiley, 1982, vol. 2, pág. 787.)

Puesto que el ascenso de José al poder y los beneficios que eso supuso para Israel se debieron a la providencia divina, no hay necesidad de buscar ninguna otra razón, como la de “reyes pastores” amigables. (Gé 45:7-9.) Sin embargo, es posible que el relato de Manetón, de donde procede la teoría de los “hicsos”, tan solo evoque una tradición egipcia falseada, urdida para justificar lo que aconteció en Egipto durante la estancia israelita. La ascensión de José a la posición de gobernante (Gé 41:39-46; 45:26); sus profundos cambios administrativos, que resultaron en que los egipcios vendieran sus tierras e incluso se vendieran ellos mismos a Faraón (Gé 47:13-20); el impuesto del 20% de sus productos que pagaron más tarde (Gé 47:21-26); los doscientos quince años de residencia israelita en Gosén y el hecho de llegar a exceder en número y fuerza a la población nativa, según las palabras de Faraón (Éx 1:7-10, 12, 20); las diez plagas y la devastación que estas produjeron no solo en la economía egipcia, sino incluso en sus creencias religiosas y en el prestigio de su sacerdocio (Éx 10:7; 11:1-3; 12:12, 13); el éxodo de Israel después de la muerte de todos los primogénitos de Egipto y la posterior aniquilación de lo mejor de las fuerzas militares de Egipto en el mar Rojo (Éx 12:2-38; 14:1-28); todos estos sucesos tuvieron un tremendo efecto en el país, por lo que el estamento oficial egipcio se vio ante la necesidad de dar algún tipo de explicación.

No debe olvidarse que el registro de la historia de Egipto, así como el de muchos países del Oriente Medio, estaba ligado inseparablemente al sacerdocio, bajo cuya tutela se instruía a los escribas. Habría sido muy extraño que no se hubiera inventado alguna explicación propagandística que justificara el que los dioses egipcios no hubieran podido evitar de ningún modo la calamidad que Dios trajo sobre Egipto y sus habitantes. En la historia, incluso la reciente, se han dado muchos casos en los que tal propaganda ha desvirtuado de forma tan descarada los hechos, que a los oprimidos se les ha presentado como los opresores, y a las víctimas inocentes, como los agresores peligrosos y crueles. Si Josefo transmitió con exactitud el relato de Manetón (de unos mil años después del éxodo), este tal vez represente las tradiciones distorsionadas transmitidas por las generaciones egipcias posteriores para justificar los elementos básicos del relato verdadero de la estancia de Israel en Egipto: el registrado en la Biblia. (Véase ÉXODO [Autenticidad del relato del éxodo].)

Esclavitud de Israel. Puesto que la Biblia no menciona el nombre del Faraón que empezó a oprimir a los israelitas (Éx 1:8-22) ni tampoco el del siguiente, ante quien se presentaron Moisés y Aarón, y en cuyo reinado tuvo lugar el éxodo (Éx 2:23; 5:1), y dado que estos acontecimientos o bien se omitieron deliberadamente de los registros egipcios o bien los registros fueron destruidos, no es posible determinar en qué dinastía específica o en el reinado de qué Faraón en particular ocurrieron estos hechos. Basándose en la referencia a la construcción de las ciudades de Pitom y Raamsés por los trabajadores israelitas (Éx 1:11), algunos han opinado que Ramsés II (Ramesés II) (de la XIX dinastía) fue el Faraón que los oprimió. Se cree que estas ciudades se edificaron durante el reinado de Ramsés II. Sin embargo, en Archaeology and the Old Testament (pág. 149), Merrill Unger comenta: “Pero a la luz de la práctica notoria de Ramsés II de atribuirse el mérito de los logros de sus antecesores, lo más seguro es que él tan solo reedificase o ampliase estos lugares”. En realidad, el nombre “Ramesés” al parecer ya se aplicaba a todo un distrito para el tiempo de José. (Gé 47:11.)

Abú Simbel: estatuas gigantes en honor de Ramsés II

Por medio de Moisés, Dios liberó a la nación de Israel de la “casa de esclavos” y del “horno de hierro”, tal como continuaron llamando a Egipto los escritores bíblicos. (Éx 13:3; Dt 4:20; Jer 11:4; Miq 6:4.) Cuarenta años más tarde, Israel inició la conquista de Canaán. Algunos han relacionado este acontecimiento bíblico con la situación narrada en lo que se conoce como las tablillas de Tell el-Amarna, halladas junto al Nilo en Tell el-Amarna a unos 270 Km. al S. de El Cairo. Las 379 tablillas son cartas de varios gobernantes cananeos y sirios (entre los que se cuentan los de Hebrón, Jerusalén y Lakís); muchas, dirigidas al Faraón que entonces gobernaba (por lo general, Akhenatón), contienen quejas acerca de las incursiones y depredaciones de los “habirú” (ʽapiru). Aunque algunos eruditos han tratado de identificar a los habirú con los hebreos o israelitas, el contenido mismo de las cartas no da base para ello. En ellas se representa a los habirú como meros invasores, a veces aliados con algunos gobernantes cananeos en rivalidades entre ciudades o regiones. Una de las ciudades que amenazaron los habirú era Biblos, en el Líbano septentrional, lejos del radio de acción de los ataques israelitas. Además, los hechos relatados en las cartas no pueden compararse con las grandes batallas y victorias que obtuvieron los israelitas en su conquista de Canaán después del éxodo. (Véase HEBREO, I [Los “habirú”].)

La estancia de Israel en Egipto quedó grabada de forma indeleble en la memoria de la nación, y la liberación milagrosa de ese país solía rememorarse como una prueba sobresaliente de la divinidad de Jehová (Éx 19:4; Le 22:32, 33; Dt 4:32-36; 2Re 17:36; Heb 11:23-29), de ahí la expresión: “Yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto”. (Os 13:4; compárese con Le 11:45.) Ninguna circunstancia o acontecimiento eclipsó este hecho, hasta que su liberación de Babilonia les dio más prueba del poder liberador de Jehová. (Jer 16:14, 15.) Su experiencia en Egipto se registró en la Ley que se les dio (Éx 20:2, 3; Dt 5:12-15), fue la base de la fiesta de la Pascua (Éx 12:1-27; Dt 16:1-3), los guió en sus tratos con los residentes forasteros (Éx 22:21; Le 19:33, 34) y con los pobres que se vendían a sí mismos en esclavitud (Le 25:39-43, 55; Dt 15:12-15), y también suministró una base legal para la selección y santificación de la tribu de Leví para servir en el santuario. (Nú 3:11-13.) Debido a que los israelitas habían sido residentes forasteros en Egipto, los egipcios podían ser aceptados en la congregación de Israel bajo ciertos requisitos. (Dt 23:7, 8.) Los reinos de Canaán y los habitantes de las naciones vecinas sentían admiración y temor debido a los informes que oían del poder que Dios demostró contra Egipto, lo que preparó el camino para la conquista que llevó a cabo Israel (Éx 18:1, 10, 11; Dt 7:17-20; Jos 2:10, 11; 9:9), conquista que se recordó durante siglos. (1Sa 4:7, 8.) A través de su historia, toda la nación de Israel recordó estos acontecimientos en sus canciones. (Sl 78:43-51; Sl 105 y 106; 136:10-15.)

Después de la conquista de Canaán por Israel. En Egipto no se menciona a Israel hasta el reinado del faraón Merneptah, hijo de Ramsés II (en la última parte de la XIX dinastía); esta es, en realidad, la única mención directa que puede hallarse en los registros egipcios antiguos. En una estela de victorias, Merneptah alardea de las derrotas que ha infligido a varias ciudades de Canaán y pasa a afirmar: “Israel ha sido arrasada, su descendencia ya no es”. Aunque solo era un alarde infundado, parece indicar que por aquel entonces la nación de Israel estaba establecida en Canaán.

No se informa que Israel tuviese contacto con Egipto durante el período de los jueces o durante los reinados de Saúl y David, aparte de la mención de un combate entre uno de los guerreros de David y un egipcio “de tamaño extraordinario”. (2Sa 23:21.) Durante el reinado de Salomón (1037-998 a. E.C.), las relaciones entre las dos naciones tuvieron tal magnitud que Salomón pudo hacer una alianza matrimonial con Faraón, casándose con su hija. (1Re 3:1.) No se especifica cuándo este Faraón desconocido conquistó Guézer, la ciudad que luego dio como dote o regalo de boda de despedida a su hija. (1Re 9:16.) Las relaciones comerciales de Salomón con Egipto incluyeron la adquisición por parte de Salomón de caballos y carros. (2Cr 1:16, 17.)

Egipto, no obstante, fue un refugio para algunos enemigos de los reyes de Jerusalén. Hadad el edomita escapó a Egipto después que David devastó Edom. Aunque era semita, el Faraón le honró con un hogar, alimento y tierra, se casó dentro de la realeza y a su hijo, Guenubat, se le trató como si fuera hijo de Faraón. (1Re 11:14-22.) Más tarde, Jeroboán, que llegó a ser rey del reino norteño de Israel después de la muerte de Salomón, también se refugió durante un tiempo en Egipto en el reinado de Sisaq. (1Re 11:40.)

Sisaq (conocido como Sesonq I en los registros egipcios) había fundado una dinastía libia de Faraones (la dinastía XXII), con su capital en Bubastis, en la región oriental del delta. En el quinto año del reinado del hijo de Salomón, Rehoboam (993 a. E.C.), Sisaq invadió Judá con una fuerza poderosa de carros, caballería e infantería, en la que figuraban soldados libios y etíopes; capturó muchas ciudades e incluso amenazó Jerusalén. Debido a la misericordia de Jehová, Jerusalén no fue devastada, pero Sisaq se llevó sus muchas riquezas. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:2-9.) Un relieve hallado en un muro de un templo en Karnak describe la campaña de Sisaq y enumera numerosas ciudades de Israel y Judá que fueron capturadas.

Es probable que Zérah el etíope, quien condujo sus tropas formadas por un millón de etíopes y libios contra el rey Asá de Judá (967 a. E.C.), iniciase su marcha desde Egipto. Sus fuerzas, reunidas en el valle de Zefata, al SO. de Jerusalén, sufrieron una derrota total. (2Cr 14:9-13; 16:8.)

Durante los siguientes dos siglos, Judá e Israel no sufrieron ningún ataque egipcio. Al parecer, por aquel entonces Egipto tenía considerables problemas internos, con ciertas dinastías que gobernaban simultáneamente. Mientras tanto, Asiria se convirtió en la potencia mundial dominante. Hosea, el último rey del reino de diez tribus de Israel (c. 758-740 a. E.C.), llegó a ser vasallo de Asiria, pero más tarde trató de romper el yugo asirio conspirando con el rey So de Egipto. El intento fracasó, y el reino norteño israelita pronto cayó ante Asiria. (2Re 17:4.)

Parece que entonces los nubioetíopes dominaban en Egipto, pues se cree que la XXV dinastía era etíope. Rabsaqué, el vociferante oficial del rey asirio Senaquerib, dijo a los habitantes de la ciudad de Jerusalén que confiar en la ayuda de Egipto era confiar en una “caña quebrantada”. (2Re 18:19-21, 24.) Al rey Tirhaqá de Etiopía, que entró en Canaán en ese tiempo (732 a. E.C.) y que distrajo temporalmente la atención de los asirios y sus fuerzas, se le suele relacionar con el gobernante etíope de Egipto: el faraón Taharka. (2Re 19:8-10.) La profecía que había pronunciado Isaías con anterioridad (7:18, 19) parece confirmarlo, pues dice que Jehová silbaría “a las moscas que están a la extremidad de los canales del Nilo de Egipto y a las abejas que están en la tierra de Asiria”, lo que resultaría en un choque entre las dos potencias en la tierra de Judá y sometería a ese país a una doble presión. El docto Franz Delitzsch observó a este respecto: “Los emblemas también corresponden a la naturaleza de los dos países: la mosca, al Egipto [pantanoso] con sus enjambres de insectos [...], y la abeja, a la Asiria más montañosa y boscosa”. (Commentary on the Old Testament, 1973, vol. 7, “Isaiah”, pág. 223.)

En su declaración formal contra Egipto, Isaías al parecer predice la inestable situación que existiría en Egipto durante la última parte del siglo VIII y la primera del siglo VII a. E.C. (Isa 19.) Dice que en Egipto habría guerra civil y desintegración, que guerrearía “ciudad contra ciudad, reino contra reino”. (Isa 19:2, 13, 14.) Los historiadores modernos tienen pruebas de que hubo dinastías contemporáneas que gobernaron en diferentes secciones del país en ese tiempo. La alabada “sabiduría” de Egipto, con sus ‘dioses que nada valen y encantadores’, no protegió a esta nación de ser entregada “en mano de un amo duro”. (Isa 19:3, 4.)

Invasión asiria. El rey asirio Esar-hadón (contemporáneo del rey judaíta Manasés [716-662 a. E.C.]) invadió Egipto, conquistó Menfis, en el Bajo Egipto, y envió a muchos al exilio. Al parecer el Faraón que gobernaba en ese tiempo todavía era Taharka (Tirhaqá).

Asurbanipal reanudó el ataque y saqueó la ciudad de Tebas (la bíblica No-amón), en el Alto Egipto, donde se encontraban las mayores riquezas de los templos de Egipto. De nuevo la Biblia señala la participación de etíopes, libios y otros pueblos africanos. (Na 3:8-10.)

Algún tiempo después se retiraron de Egipto las guarniciones asirias y el país empezó a recobrar algo de su anterior prosperidad y poder. Cuando Asiria cayó ante los medos y los babilonios, Egipto había obtenido suficiente fuerza (con el apoyo de tropas mercenarias) para acudir en ayuda del rey asirio. El Faraón (Nekoh II) condujo a las fuerzas egipcias, pero en el camino se enfrentó con el ejército judaíta del rey Josías en Meguidó y se vio obligado a entrar en una batalla que no deseaba, batalla que resultó en la derrota de Judá y la muerte de Josías. (2Re 23:29; 2Cr 35:20-24.) Tres meses más tarde (en 628 a. E.C.), Nekoh quitó del trono de Judá al hijo y sucesor de Josías, Jehoacaz, se lo llevó cautivo a Egipto y colocó en su lugar a su hermano Eliaquim (de sobrenombre Jehoiaquim). (2Re 23:31-35; 2Cr 36:1-4; compárese con Eze 19:1-4.) Judá se convirtió en tributaria de Egipto, pagando una cantidad inicial equivalente a 1.046.000 dólares (E.U.A.). Durante este período el profeta Uriya efectuó su vana huida a Egipto. (Jer 26:21-23.)

Derrotado por Nabucodonosor. No obstante, el intento de Egipto de restablecer su control en Siria y Palestina duró poco; se le sentenció a beber la copa amarga de la derrota, según la profecía que Jehová había pronunciado antes por medio de Jeremías (25:17-19). La caída de Egipto empezó con su derrota decisiva en Carquemis, junto al río Éufrates, ante los babilonios, mandados por el príncipe heredero Nabucodonosor, en el año 625 a. E.C. Se hace referencia a este acontecimiento en Jeremías 46:2-10, así como en una crónica de Babilonia.

Nabucodonosor, entonces rey de Babilonia, conquistó Siria y Palestina, y Judá se convirtió en un estado vasallo de Babilonia. (2Re 24:1.) Egipto intentó por última vez mantener su hegemonía en Asia. Una fuerza militar de Faraón (su nombre no se menciona en la Biblia) salió de Egipto en respuesta a la solicitud del rey Sedequías de recibir apoyo militar en su sublevación contra Babilonia en el año 609-607 a. E.C., lo que tan solo causó un levantamiento temporal del sitio babilonio, ya que se obligó a las tropas egipcias a retroceder y Jerusalén no escapó de la destrucción. (Jer 37:5-7; Eze 17:15-18.)

A pesar de las enérgicas advertencias de Jeremías (Jer 42:7-22), el resto de la población de Judá huyó a Egipto en busca de protección, y se unió a los judíos que ya estaban en ese país. (Jer 24:1, 8-10.) Los lugares donde residieron fueron: Tahpanhés, al parecer una ciudad fortificada de la región del delta (Jer 43:7-9), Migdol y Nof, otro posible nombre de Menfis, la capital primitiva del Bajo Egipto. (Jer 44:1; Eze 30:13.) Así pues, estos refugiados entonces hablaban el “lenguaje de Canaán” (seguramente el hebreo) en Egipto. (Isa 19:18.) De manera insensata, reanudaron en ese país las mismas prácticas idolátricas que habían ocasionado el juicio de Jehová sobre Judá. (Jer 44:2-25.) No obstante, el cumplimiento de las profecías de Jehová alcanzó a los refugiados israelitas cuando Nabucodonosor marchó contra Egipto y conquistó el país. (Jer 43:8-13; 46:13-26.)

Solo se ha hallado un texto babilonio, fechado en el año trigésimo séptimo de Nabucodonosor (588 a. E.C.), que mencione una campaña contra Egipto, aunque no se puede asegurar si se refiere a la conquista original o a una mera acción militar posterior. De todas formas, Nabucodonosor recibió la riqueza de Egipto como pago por el servicio militar que había prestado en la ejecución del juicio de Jehová contra Tiro, un opositor del pueblo de Dios. (Eze 29:18-20; 30:10-12.)

En Ezequiel 29:1-16 se predice que la desolación de Egipto duraría cuarenta años, lo que quizás haya sucedido después que Nabucodonosor conquistó este país. Los comentaristas que dicen que el reinado de Amasis II (Amosis II), sucesor de Hofrá, fue muy próspero durante más de cuarenta años, se basan sobre todo en el testimonio de Heródoto, quien visitó Egipto más de cien años después. No obstante, The Encyclopædia Britannica (1959, vol. 8, pág. 62) dice acerca de la historia de Heródoto sobre este período (el “período saíta”): “Sus declaraciones demuestran no ser del todo confiables cuando se examinan a la luz de las escasas pruebas autóctonas”. La obra Commentary, de F. C. Cook, hace notar que Heródoto ni siquiera menciona el ataque de Nabucodonosor contra Egipto, y después dice: “Es notorio que aunque Heródoto registró fielmente todo lo que oyó y vio en Egipto, dependía de los sacerdotes egipcios para su información acerca de la historia del pasado, cuyos relatos adoptó con credulidad ciega [...]. Todo el relato [de Heródoto] sobre Apries [Hofrá] y Amasis está tan lleno de incoherencias y leyendas que podemos rehusar aceptarlo como historia auténtica. No extraña en absoluto que los sacerdotes tratasen de disimular la deshonra nacional del sometimiento a un yugo extranjero” (nota B., pág. 132). Por lo tanto, aunque la historia seglar no aporta pruebas claras del cumplimiento de la profecía, podemos confiar en la exactitud del registro bíblico.

Bajo dominación persa. Posteriormente Egipto apoyó a Babilonia contra la ascendente potencia de Medo-Persia. Sin embargo, para el año 525 a. E.C., Cambises II, hijo de Ciro el Grande, subyugó el país, que así llegó a estar bajo la dominación imperial persa. (Isa 43:3.) Aunque muchos judíos abandonaron Egipto para regresar a su país natal (Isa 11:11-16; Os 11:11; Zac 10:10, 11), otros permanecieron en aquella tierra. Debido a este hecho, hubo una colonia judía en Elefantina (Yeb, en egipcio), isla del Nilo cercana a Asuán, a unos 690 Km. al S. de El Cairo. Un valioso hallazgo de papiros revela las condiciones existentes en ese lugar durante el siglo V a. E.C., cuando Esdras y Nehemías cumplían con su comisión en Jerusalén. Estos documentos, escritos en arameo, contienen el nombre de Sanbalat de Samaria (Ne 4:1, 2) y del sumo sacerdote Johanán. (Ne 12:22.) Es de interés una orden oficial emitida durante el reinado de Darío II (c. 423-405 a. E.C.) que mandaba que se celebrase en la colonia “la fiesta de las tortas no fermentadas”. (Éx 12:17; 13:3, 6, 7.) Asimismo, es notable el uso frecuente del nombre Yahu, una forma del nombre Jehová (o Yavé; compárese con Isa 19:18), aunque también hay considerables pruebas de la infiltración de la adoración pagana.

Bajo gobernación griega y romana. Egipto continuó bajo la gobernación persa hasta que Alejandro Magno conquistó el país en el año 332 a. E.C., supuestamente libertando a Egipto del yugo persa, pero terminando para siempre con la gobernación de Faraones nativos. El poderoso Egipto llegó a ser un “reino de condición humilde”. (Eze 29:14, 15.)

Durante el reinado de Alejandro se fundó la ciudad de Alejandría, y después de su muerte gobernaron el país los tolomeos. En el año 312 a. E.C., Tolomeo I capturó Jerusalén, de modo que Judá se convirtió en una provincia del Egipto tolemaico hasta el año 198 a. E.C. En ese año, tras una larga lucha con el Imperio seléucida de Siria, Egipto perdió al fin el control de Palestina cuando el rey sirio Antíoco III derrotó al ejército de Tolomeo V. Más tarde, Egipto llegó a estar gradualmente bajo la influencia de Roma. En el año 31 a. E.C., en la batalla decisiva de Accio, Cleopatra abandonó la flota de Antonio, su amante romano, quien fue derrotado por Octavio, el sobrino nieto de Julio César. Octavio procedió a conquistar Egipto en el año 30 a. E.C., y este país se convirtió en una provincia romana. A esta provincia romana huyeron José y María con Jesús para escapar del decreto asesino de Herodes, y de allí regresaron después de la muerte de este a fin de que se cumpliesen las palabras de Oseas: “De Egipto llamé a mi hijo”. (Mt 2:13-15; Os 11:1; compárese con Éx 4:22, 23.)

El “egipcio” sedicioso con el que el comandante militar de Jerusalén confundió a Pablo quizás fuera el mismo que menciona Josefo. (La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XIII, secs. 3-5.) Se dice que su insurrección se produjo durante el reinado de Nerón y cuando Félix era procurador en Judea, circunstancias que encajan con el relato de Hechos 21:37-39; 23:23, 24.

La segunda destrucción de Jerusalén, a manos de los romanos en el año 70 E.C., cumplió de nuevo las palabras de Deuteronomio 28:68, puesto que a muchos judíos sobrevivientes se les envió a Egipto como esclavos. (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IX, sec. 2.)

Otras referencias proféticas y simbólicas. Gran parte de las alusiones a Egipto se hacen en juicios pronunciados en lenguaje simbólico. (Eze 29:1-7; 32:1-32.) La alianza política con Egipto representaba para los israelitas fuerza y poderío militar, de modo que la dependencia de este país llegó a simbolizar la dependencia del poder humano en vez del divino. (Isa 31:1-3.) No obstante, en Isaías 30:1-7, Jehová mostró que el poder de Egipto era más aparente que real, llamándolo “Rahab... favorecen el sentarse quietos [“Rahab el perezoso”, CB]”. (Compárese con Sl 87:4; Isa 51:9, 10.) Junto con las muchas condenas, sin embargo, se prometió que una gran cantidad de “egipcios” llegarían a conocer a Jehová, al grado que se diría: “Bendito sea mi pueblo, Egipto”. (Isa 19:19-25; 45:14.)

Se menciona a Egipto como parte del dominio del simbólico “rey del sur”. (Da 11:5, 8, 42, 43.) En Revelación 11:8, a la infiel Jerusalén, donde se colgó en un madero al Señor Jesucristo, se la llama Egipto “en sentido espiritual”. Este es un paralelismo apropiado, pues la infiel Jerusalén esclavizó y oprimió religiosamente a los judíos; además, los primeros sacrificios de la Pascua se realizaron en Egipto, y el cordero pascual antitípico, Jesucristo, fue muerto en Jerusalén. (Jn 1:29, 36; 1Co 5:7; 1Pe 1:19.)

Valiosos hallazgos de papiros. El suelo seco de Egipto ha hecho posible la conservación de manuscritos de papiro, que en condiciones más húmedas se habrían estropeado. Desde finales del siglo XIX se han encontrado en ese país una gran cantidad de papiros, entre ellos muchos de naturaleza bíblica, como la colección de Chester Beatty. Estos constituyen un nexo importante entre los escritos originales de la Santa Biblia y los manuscritos posteriores de vitela.