Ir al contenido

Ir al índice

Sí es posible volver a vivir

Sí es posible volver a vivir

EN CIERTA película aparecía un joven musitando delante de la tumba de un ser querido: “Mamá siempre decía que morir es parte de la vida”. Luego, ante un breve primer plano de la lápida, añadía: “¡Ojalá no lo fuera!”.

Así es como se sienten millones de personas que han perdido a un ser amado. ¡Qué enemigo tan implacable es la muerte! Sin embargo, Dios promete: “Como el último enemigo, la muerte ha de ser reducida a nada” (1 Corintios 15:26). Ahora, si tenemos la capacidad de vivir indefinidamente, ¿por qué morimos? ¿Cómo será eliminada la muerte?

Por qué envejecemos y morimos

La Biblia dice sobre nuestro Creador, Jehová Dios: “Perfecta es su actividad” (Deuteronomio 32:4; Salmo 83:18). El primer hombre, Adán, fue hecho perfecto y, por tanto, pudo haber vivido para siempre en el jardín de Edén, el paraíso terrenal en el que Dios lo había colocado (Génesis 2:7-9). ¿Por qué lo perdió y acabó envejeciendo y muriendo?

Sencillamente porque pasó por alto el mandato de no comer del fruto de cierto árbol. Dios le había advertido del castigo diciéndole: “Positivamente morirás” (Génesis 2:16, 17). Adán desobedeció, al igual que lo había hecho su esposa, Eva; de modo que ambos fueron expulsados del Edén. Dios actuó sin demora por una razón importante: para que Adán no tomara del fruto del árbol de la vida y viviera para siempre (Génesis 3:1-6, 22).

Nuestros primeros padres murieron por ser desobedientes. Ahora, ¿por qué envejecemos y morimos todos los seres humanos? Como descendientes de Adán, hemos heredado su pecado, el cual nos lleva a la imperfección y la muerte. La Biblia lo explica así: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12).

El medio para volver a la vida

Como antes leímos, “la muerte ha de ser reducida a nada”, es decir, eliminada para siempre (1 Corintios 15:26). ¿De qué manera? La Biblia responde: “Mediante un solo acto de justificación el resultado a toda clase de hombres es el declararlos justos para vida” (Romanos 5:18). ¿Qué es lo que nos permitirá alcanzar una posición justa ante Dios y disfrutar de vida eterna?

Es el medio que Dios ha dispuesto para borrar el pecado transmitido por Adán. En otras palabras: “El don que Dios da es vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 6:23). De este medio, Jesús dijo: “Tanto amó Dios al mundo [de la humanidad] que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Pensemos en el profundo amor que Dios nos tiene, así como en el de su Hijo, Jesucristo, quien sufrió lo indecible por nosotros. El apóstol Pablo escribió: “El Hijo de Dios [...] me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2:20). Ahora bien, ¿por qué es Jesús el único hombre que podía “dar su alma en rescate” por nosotros y así salvarnos de las nefastas consecuencias del pecado? (Mateo 20:28.)

Porque Jesús es el único ser humano que no ha heredado el pecado de Adán. ¿Por qué no? La razón es que Dios hizo que la vida de Jesús pasara milagrosamente desde el cielo a la matriz de María, que era virgen; así, como le dijo un ángel, su hijo sería “santo, Hijo de Dios” (Lucas 1:34, 35). Es por eso por lo que se llama a Jesús “el último Adán” y por lo que no heredó el pecado del “primer hombre, Adán” (1 Corintios 15:45). Como ser humano sin pecado, podía ofrecerse como “rescate correspondiente”, ya que su vida correspondía, o equivalía, a la vida perfecta y sin pecado de la que en un principio gozó el primer hombre (1 Timoteo 2:6).

Mediante el rescate, Dios hizo posible que recibiéramos lo que el primer Adán perdió, a saber, la vida eterna en un paraíso terrenal. No obstante, para tener esta oportunidad, la inmensa mayoría de la humanidad tendrá que volver a la vida. ¡Qué maravilla! Pero ¿no será esto demasiado bueno para ser verdad?

Razones para creer

¿Es tan difícil creer que Jehová Dios, el Originador de la vida, tenga el poder de recrear a una persona que ya ha vivido antes? Reflexione en la capacidad de concebir con que Dios dotó a la primera mujer. “Adán tuvo coito con Eva”, y a los nueve meses vino al mundo una réplica de ellos en miniatura, totalmente formada (Génesis 4:1). La formación y ensamblaje de todas las partes de una criatura en el seno materno todavía se cataloga como milagro, ya que no se alcanza a comprender bien (Salmo 139:13-16).

A pesar de que generalmente se da por sentado el acto de nacer, pues se produce centenares de miles de veces al día, muchas personas aún consideran imposible devolver la vida a alguien que ha muerto. Cuando Jesús dijo a unas personas que lloraban la muerte de una niña que esta simplemente dormía, “empezaron a reírse de él desdeñosamente” porque sabían que estaba muerta. Pero Jesús le dijo a la pequeña: “‘¡Levántate!’ E inmediatamente la jovencita se levantó y echó a andar”. Los presentes “en seguida estuvieron fuera de sí con gran éxtasis” (Marcos 5:39-43; Lucas 8:51-56).

Cuando Jesús pidió que se abriera la tumba de su querido amigo Lázaro, Marta, una de sus hermanas, protestó: “Ya debe oler mal, porque hace cuatro días”. Pero qué estallido de alegría se produjo cuando él le devolvió la vida a Lázaro (Juan 11:38-44). Muchos oyeron de estos milagros de Jesús. Hasta Juan el Bautista, que estaba encarcelado, se enteró por sus discípulos de que “los muertos [eran] levantados” (Lucas 7:22).

La resurrección lo hace posible

¿Por qué obró Jesús dichos milagros, si sabía que aquellos resucitados enfermarían y volverían a morir? Lo hizo para probar que lo que Adán había perdido —la vida eterna en un paraíso terrenal— iba a recuperarse con toda seguridad. Las resurrecciones que Jesús llevó a cabo mostraron cómo en el futuro millones de personas “poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29).

Felizmente, podemos tener esta magnífica perspectiva de vivir para siempre si practicamos “la devoción piadosa”. Tal devoción, afirma la Biblia, “encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir”. Esa vida “que ha de venir” es la que también se llama “la vida que realmente lo es” o “la vida de verdad” (1 Timoteo 4:8; 6:19; Nuevo Testamento, de José María Valverde).

Veamos cómo será la vida de verdad, la que tendremos en un nuevo mundo de justicia.