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“La batalla no es de ustedes, sino de Dios”

“La batalla no es de ustedes, sino de Dios”

“La batalla no es de ustedes, sino de Dios”

Relatado por W. Glen How

Durante las últimas seis décadas, los testigos de Jehová han peleado una gran cantidad de batallas legales en Canadá. Sus victorias no han pasado inadvertidas a la comunidad jurídica. En reconocimiento de mi intervención en algunas de esas luchas, el Colegio Norteamericano de Abogados me otorgó recientemente el Premio por Abogacía Valerosa. Durante la ceremonia se dijo que los casos relacionados con los testigos de Jehová “erigieron importantes baluartes contra los excesos del gobierno [...], pues crearon una carta de derechos aceptada de forma implícita en el ámbito jurídico, que reconocía y protegía las libertades de todos los canadienses”. Permítame detallar algunos de esos procesos judiciales y explicarle cómo me relacioné con los asuntos legales y con los testigos de Jehová.

EN 1924, George Rix, un Estudiante de la Biblia (así se conocía entonces a los testigos de Jehová), visitó a mis padres en Toronto (Canadá). Mi madre, Bessie How, una mujer de pequeña estatura, lo invitó a pasar y conversar. Yo tenía cinco años, y mi hermano Joe, tres.

Mamá pronto comenzó a asistir a las reuniones de los Estudiantes de la Biblia en Toronto. En 1929 se hizo precursora, es decir, ministra de tiempo completo, y continuó en dicha actividad hasta 1969, cuando terminó su carrera terrestre. Su determinación e incansable ministerio fueron un excelente ejemplo para nosotros, y contribuyó a que muchas personas aprendieran la verdad bíblica.

Mi padre, Frank How, era un hombre callado que al principio se opuso a las actividades religiosas de mi madre. Pero ella tuvo la prudencia de invitar a ministros viajantes, como a George Young, para que lo visitaran y hablaran con él. Con el tiempo, su actitud se suavizó y, al observar el efecto benéfico de la verdad bíblica en su familia, cooperó mucho con nosotros, a pesar de que nunca llegó a ser Testigo.

Tomo la decisión de servir a Dios

En 1936 me gradué de la escuela intermedia. Durante la adolescencia no me interesaban mucho los asuntos espirituales. Era la época de la Gran Depresión, y las perspectivas de conseguir empleo no eran buenas, así que me fui a la Universidad de Toronto. En 1940 tomé la decisión de inscribirme en la Facultad de Derecho, decisión que no tomó por sorpresa a mi madre. Muchas veces, cuando yo era pequeño, la oí decir exasperada: “¡Ese pequeño pícaro discute por todo! ¡Seguramente va a ser abogado!”.

El 4 de julio de 1940, justo antes del inicio de curso en la Facultad de Derecho, el gobierno canadiense proscribió sin advertencia a los testigos de Jehová. Ese fue el momento decisivo de mi vida. Cuando toda la fuerza del gobierno se dirigió contra aquella pequeña organización de personas inocentes y humildes, quedé convencido de que los testigos de Jehová eran los verdaderos seguidores de Jesús. Tal como él había profetizado, eran “objeto de odio de parte de todas las naciones por causa de [Su] nombre” (Mateo 24:9). Me decidí a servir al Poder Divino que estaba detrás de esa organización. El 10 de febrero de 1941 simbolicé mi dedicación a Jehová Dios por bautismo en agua.

Quería empezar de inmediato la obra de precursor, pero Jack Nathan, quien entonces llevaba la delantera en la obra de predicación en Canadá, me animó a terminar la carrera de Leyes. Así lo hice, y me gradué en mayo de 1943, después de lo cual inicié el precursorado. En agosto me invitaron a servir en la sucursal de la Sociedad Watch Tower de Toronto para ayudarles a resolver los problemas legales que afrontaban los testigos de Jehová. Al mes siguiente entré en el Colegio de Abogados de Ontario (Canadá).

Defendemos legalmente las buenas nuevas

La segunda guerra mundial estaba en su apogeo, y los Testigos seguían proscritos en Canadá. Se enviaba a prisión a hombres y mujeres por el simple hecho de ser testigos de Jehová. A los niños se les expulsaba de las escuelas, e incluso a algunos se los llevaron a hogares de crianza. La razón era que se negaban a participar en formas de adoración nacionalistas, como saludar la bandera o cantar el himno nacional. El profesor William Kaplan, autor del libro titulado State and Salvation: The Jehovah’s Witnesses and Their Fight for Civil Rights (El Estado y la salvación. Los Testigos de Jehová y su lucha por los derechos civiles), dijo que a los “Testigos se les injurió en público, y fueron objeto tanto de intervención estatal como de ataques personales por parte de un gobierno intolerante y una comunidad francamente hostil cautivada por las pasiones y el patriotismo de la guerra”.

Los Testigos habían intentado sin éxito que se levantara la proscripción; de pronto, el 14 de octubre de 1943, esta terminó. Con todo, seguían encarcelados y en campos de trabajos forzados, a los niños se les seguía negando el acceso a la educación pública, y seguía vigente la proscripción de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract y de la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, corporación que poseía el título de nuestra propiedad de Toronto.

A finales de 1943 viajé a Nueva York con Percy Chapman, el siervo de sucursal de Canadá, para entrevistarnos con Nathan Knorr, el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, y Hayden Covington, vicepresidente y consejero legal de la Sociedad. La experiencia del hermano Covington en el campo legal era inmensa; él ganó la impresionante cifra de treinta y seis de las cuarenta y cinco apelaciones que llevó ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos.

El alivio llegó poco a poco para los Testigos de Canadá. En 1944 se restituyó la propiedad de la sucursal en Toronto, y pudieron regresar los hermanos que habían trabajado allí antes de la proscripción. En 1945, el tribunal superior de la provincia de Ontario decretó que no se podía obligar a los niños a participar en ejercicios contrarios a su conciencia, y ordenó que se admitiera de nuevo a los pequeños de edad escolar que habían sido expulsados. Finalmente, en 1946, el gobierno canadiense liberó a todos los Testigos de los campos de trabajos forzados. Con la orientación del hermano Covington, aprendí a litigar esos procesos con valor y determinación, pero, sobre todo, con confianza en Jehová.

La batalla de Quebec

A pesar de que casi todo Canadá respetaba ya la libertad religiosa de los testigos de Jehová, había una excepción: la provincia católica francesa de Quebec, dominada directamente por la Iglesia Católica Romana durante más de trescientos años. Las escuelas, los hospitales y la mayoría de los servicios públicos pertenecían al clero o estaban bajo su control. El cardenal católico incluso tenía un trono junto a la silla del presidente de la Cámara Legislativa de Quebec.

El primer ministro y fiscal general de Quebec, Maurice Duplessis, era un dictador que, en palabras del historiador de Quebec, Gérard Pelletier, sometió a la provincia a “un reinado de veinte años de mentiras, injusticias y corrupción, el abuso sistemático del poder, la manipulación de mentes cerradas y el triunfo de la estupidez”. Duplessis consolidó su poder político trabajando de la mano del cardenal católico Villeneuve.

A principios de la década de los cuarenta había trescientos Testigos en Quebec. Muchos de ellos, incluido mi hermano Joe, eran precursores procedentes de otras regiones de Canadá. Cuando la obra de predicar aumentó en Quebec, el clero presionó a la policía y esta lanzó un contraataque, hostigando a los Testigos con repetidos arrestos y aplicando incorrectamente reglamentos comerciales a nuestras actividades religiosas.

Mis viajes de Toronto a Quebec eran tan frecuentes que finalmente se decidió que residiera en Quebec a fin de cooperar con los abogados no Testigos que representaban a nuestros hermanos cristianos. Mi primera obligación cada día era determinar a cuántos se había arrestado el día anterior y acudir sin demora al tribunal local para acordar la fianza. Felizmente contábamos con Frank Roncarelli, un Testigo acaudalado que en muchas ocasiones facilitó el dinero para la fianza.

De 1944 a 1946, la cantidad de procesos judiciales por supuestas infracciones a los reglamentos se dispararon, de cuarenta a ochocientos. A los Testigos no solo los detenían y acosaban las autoridades, sino que también los atacaban chusmas descontroladas, incitadas por el clero católico.

Los días 2 y 3 de noviembre de 1946 se celebró en Montreal una reunión especial para afrontar la crisis. El hermano Knorr pronunció el último discurso, titulado “¿Qué vamos a hacer?”. A todos los concurrentes les agradó escuchar su respuesta: la lectura en voz alta del documento, ahora histórico, Quebec’s Burning Hate for God and Christ and Freedom Is the Shame of All Canada (El odio ardiente de Quebec a Dios, Cristo y la libertad es la vergüenza de todo Canadá). Se trataba de un candente impreso de cuatro páginas, una denuncia detallada con nombres, fechas y lugares de disturbios instigados por el clero, brutalidad policíaca, detenciones y violencia de chusmas contra los testigos de Jehová de Quebec. Su distribución por todo Canadá comenzó solo doce días después.

A los pocos días, Duplessis declaró en público una “guerra sin cuartel” contra los testigos de Jehová. Pero, sin saberlo, nos hizo un bien. ¿De qué manera? Al dictar que cualquier persona que distribuyera el impreso Quebec’s Burning Hate sería culpable de sedición, un delito bastante grave que nos llevaría al Tribunal Supremo de Canadá, por encima de los tribunales de Quebec. En su arrebato de cólera, Duplessis imprudentemente pasó por alto esa consecuencia. Después, él mismo ordenó que se cancelara la licencia para la venta de licor de Frank Roncarelli, quien había sido nuestro principal apoyo para el pago de fianzas. Al no contar con vino, el buen restaurante que el hermano Roncarelli tenía en Montreal se cerró en cuestión de meses, y el hermano se arruinó.

Las detenciones se multiplicaron. En vez de ochocientos procesos, pronto tuvimos 1.600. Muchos abogados y jueces se quejaron de que todos esos juicios de testigos de Jehová estaban atascando los tribunales de Quebec. En respuesta, les propusimos un remedio sencillo: que la policía detuviera a los delincuentes en lugar de a los cristianos, lo cual resolvería el problema.

Dos valerosos abogados de origen judío, A. L. Stein, de Montreal, y Sam S. Bard, de la ciudad de Quebec, nos dieron su apoyo al representarnos en muchos litigios, sobre todo antes de que yo fuera admitido en el Colegio de Abogados de Quebec en 1949. Pierre Elliott Trudeau, posterior primer ministro de Canadá, escribió que los testigos de Jehová de Quebec habían “sido ridiculizados, perseguidos y odiados por toda nuestra sociedad; pero se las han arreglado por medios legales para luchar contra la Iglesia, el gobierno, la nación, la policía y la opinión pública”.

Se dejó ver la postura de los tribunales de Quebec por la forma en que trataron a mi hermano, Joe, acusado de perturbar la paz. El juez municipal Jean Mercier le dio la pena máxima de sesenta días de cárcel. Entonces perdió el control por completo y gritó desde el estrado que le hubiera gustado encarcelarlo de por vida.

Un periódico dijo que Mercier había ordenado a la policía de Quebec “detener en el acto a cualquier Testigo declarado o de quien se sospechara que lo fuera”. Tal conducta solo demostró la veracidad de las denuncias de nuestro tratado Quebec’s Burning Hate. En los diarios canadienses fuera de Quebec eran típicos los titulares como: “Vuelve el oscurantismo a Quebec” (The Toronto Star), “Resurge la Inquisición” (The Globe and Mail, de Toronto), “Apesta a fascismo” (The Gazette, de Glace Bay, Nueva Escocia).

Se litiga el cargo de sedición

En 1947 fui el asistente del señor Stein para nuestro primer litigio por cargo de sedición, el de Aimé Boucher. Aimé había distribuido algunos tratados cerca de su hogar. En el proceso demostramos que el impreso Quebec’s Burning Hate no contenía falsedades, sino que solo empleaba lenguaje fuerte de protesta por las atrocidades cometidas contra los testigos de Jehová. Señalamos que no se había presentado ningún cargo contra quienes las habían perpetrado. Aimé solo les había dado publicidad. La postura de la fiscalía era, en otras palabras, que decir la verdad se había convertido en delito.

Los tribunales de Quebec se habían basado en una vaga definición de “sedición” de trescientos cincuenta años de antigüedad, de la que se deducía que cualquier persona que criticara al gobierno sería incriminada. Duplessis había recurrido igualmente a dicha definición para reprimir las críticas contra su régimen. Pero en 1950, el Tribunal Supremo de Canadá aceptó nuestro argumento de que, en una democracia moderna, la “sedición” implica incitar a la violencia o provocar una insurrección contra el gobierno. El impreso Quebec’s Burning Hate no contenía ninguno de tales elementos, por lo que constituía un instrumento lícito de libertad de expresión. Con esa trascendental decisión quedaron anulados los 123 juicios por sedición. Pude ver con mis propios ojos cómo Jehová concedía la victoria.

Lucha contra la censura

La ciudad de Quebec tenía un reglamento que prohibía la distribución de obras impresas sin el permiso del jefe de la policía. Eso constituía censura directa y, por consiguiente, una violación de la libertad religiosa. Laurier Saumur, que en ese entonces era superintendente viajante, había pasado tres meses en la cárcel por la aplicación del reglamento y se le imputaban otros cargos relacionados.

En 1947 se entabló una demanda civil a favor del hermano Saumur en la que se pedía que se prohibiera a la ciudad de Quebec emplear su reglamento contra los testigos de Jehová. Los tribunales de Quebec fallaron en nuestra contra, y apelamos de nuevo al Tribunal Supremo de Canadá. En octubre de 1953, después de siete días de audiencia ante los nueve jueces del Tribunal, se aprobó nuestra petición de un interdicto. El Tribunal reconoció que la distribución pública de sermones bíblicos impresos constituye una parte fundamental de la adoración cristiana de los testigos de Jehová y, en consecuencia, se halla protegida por la Constitución contra la censura.

De este modo, en el caso Boucher se decidió que lo que los testigos de Jehová decían era legal, mientras que la decisión en el caso Saumur estableció cómo y dónde podían decirlo. La victoria en el caso Saumur condujo a que se desestimaran más de mil cien demandas por asuntos reglamentarios en Quebec; en Montreal también fueron retiradas más de quinientas acusaciones por total falta de pruebas. Pronto nuestro historial estuvo limpio, no quedó ningún juicio pendiente en Quebec.

El ataque final de Duplessis

A principios de enero de 1954, cuando se le acabaron las leyes que podía usar en contra de los testigos de Jehová, Duplessis pasó a la asamblea legislativa un nuevo proyecto de ley, la Ley número 38, descrita por los medios noticiosos como la “ley antitestigos de Jehová”, la cual decretaba que cualquier persona que sospechara de que alguien intentaba hacer una declaración “grosera o insultante” podía presentar una demanda sin la necesidad de suministrar ninguna prueba. Como fiscal general, Duplessis podría entonces conseguir un interdicto para prohibirle al acusado cualquier declaración en público. Una vez impuesta la prohibición a un individuo, todos los miembros de su iglesia quedarían igualmente incapacitados para expresarse. Además, se confiscarían y destruirían las Biblias y publicaciones religiosas que fueran propiedad de dicha iglesia, y se cerrarían sus lugares de culto hasta que se emitiera un fallo sobre el caso, lo cual podría tomar años.

La Ley número 38 era copia de una ley concebida en el siglo XV durante la Inquisición española bajo Torquemada. En aquel entonces, el acusado y sus colaboradores perdían todos sus derechos civiles aunque no existieran pruebas del delito. Con respecto a la Ley número 38, la prensa difundió la noticia de que la policía provincial había recibido órdenes de cerrar los Salones del Reino de los Testigos de Jehová y de confiscar sus Biblias y demás publicaciones para destruirlas. Ante tan monstruosa amenaza, los testigos de Jehová retiraron de la provincia todas sus publicaciones religiosas. No obstante, siguieron adelante con la predicación pública llevando tan solo su ejemplar personal de la Biblia.

El proyecto se convirtió en ley el 28 de enero de 1954. A las nueve de la mañana del 29 de enero, ya estaba yo a las puertas del tribunal para presentar una demanda, en representación de todos los testigos de Jehová de la provincia de Quebec, en la que se solicitaba la anulación permanente de esa ley antes de que Duplessis siquiera pudiera usarla. El juez no aceptó un interdicto temporal debido a que la Ley número 38 no se había empleado aún, pero dijo que si el gobierno intentaba aplicarla, yo podía acudir de nuevo a él para conseguir protección. La actuación del juez equivalía a una anulación temporal, pues se frenaría a Duplessis en cuanto intentara siquiera emplear la susodicha ley.

Esperamos esa semana para ver si la policía actuaría al amparo del nuevo estatuto. No ocurrió nada. Para descubrir la razón, preparé una prueba. Dos precursoras, Victoria Dougaluk (más tarde Steele) y Helen Dougaluk (más tarde Simcox), fueron de casa en casa con publicaciones en Trois-Rivières, la ciudad donde Duplessis vivía. Tampoco hubo ninguna reacción. Mientras las hermanas seguían predicando, pedí a Laurier Saumur que telefoneara a la policía provincial. Sin identificarse, se quejó de que los testigos de Jehová estaban predicando y que la policía no hacía valer la nueva legislación de Duplessis.

Tímidamente, el agente que estaba al cargo dijo: “Sí, sabemos que se aprobó la ley; pero al siguiente día los testigos de Jehová consiguieron una orden de juicio de amparo, así que no podemos hacer nada”. De inmediato llevamos de regreso nuestras publicaciones a la provincia, y durante los diez años que el proceso tomó en los tribunales, nuestra obra de predicación siguió adelante con buenos resultados.

Además de conseguir la orden de juicio de amparo, también pretendíamos que se declarara inconstitucional la Ley número 38. Para demostrar que estaba dirigida concretamente contra los testigos de Jehová, decidimos dar un paso arriesgado: enviar al mismo Duplessis un citatorio para que declarara en el juicio. Lo interrogué durante dos horas y media. En repetidas ocasiones, lo confronté con sus declaraciones públicas de “guerra sin cuartel contra los testigos de Jehová” y su afirmación de que la Ley número 38 sería el fin de ellos en Quebec. Enfurecido, me lanzó un ataque personal: “¡Es usted muy impertinente, jovencito!”.

“Señor Duplessis —respondí—, si estuviéramos examinando personalidades, yo podría hacer también unas cuantas observaciones. Pero como tenemos asuntos que atender, ¿quisiera, por favor, explicarle al tribunal por qué no contestó a la última pregunta?”

En 1964 llevé el caso de la Ley número 38 ante el Tribunal Supremo de Canadá, pero este optó por no juzgar su constitucionalidad debido a que nunca se había aplicado. Para entonces Duplessis había muerto, y a nadie le interesaba ya esa ley. Nunca se utilizó, ni contra los testigos de Jehová ni contra nadie más.

Poco antes de que Duplessis muriera en 1959, el Tribunal Supremo de Canadá le impuso pago por daños al hermano Roncarelli debido a la cancelación ilegal de su licencia para la venta de licor. A partir de entonces, muchas personas de Quebec se hicieron muy amigables. La cantidad de Testigos en la región ha aumentado de trescientos en 1943, a más de treinta y tres mil en la actualidad, según un censo del gobierno. Hoy día se considera a los testigos de Jehová la cuarta agrupación religiosa más numerosa de la provincia. No le atribuyo a ningún ser humano el mérito por estas victorias legales ni por el éxito del ministerio de los testigos de Jehová. Más bien, para mí es patente que Jehová da la victoria, pues la batalla es suya, y no nuestra (2 Crónicas 20:15).

Cambio de circunstancias

En 1954 me casé con una encantadora precursora de Inglaterra, Margaret Biegel, y juntos nos hicimos precursores. Al mismo tiempo, seguía actuando en los tribunales a favor de los testigos de Jehová de Canadá y de Estados Unidos, y también servía de asesor para algunos litigios en Europa y Australia. Margaret era mi secretaria, y fue un valioso apoyo durante muchos años. En 1984 ella y yo regresamos a la sucursal de Canadá, donde ayudé a establecer de nuevo el Departamento Legal. Lamentablemente, Margaret murió de cáncer en 1987.

Después del fallecimiento de mi madre en 1969, mi hermano Joe y su esposa Elsie, que se habían preparado para ser misioneros en la novena clase de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, llevaron a mi padre a su hogar y lo atendieron hasta su muerte dieciséis años después. La abnegación de ambos me permitió permanecer en el servicio de tiempo completo, y les estaré siempre agradecido por ello.

Batallas continuas

Las batallas legales que libraron los testigos de Jehová cambiaron con el paso de los años. Muchos casos implicaban conseguir propiedades y permisos para Salones del Reino y Salones de Asambleas. Otros eran disputas por la custodia de menores, en las que padres no Testigos se valían del fanatismo religioso para obtener la custodia total o para impedir que el padre Testigo hablara a sus propios hijos de sus sanas creencias y prácticas religiosas.

Una abogada estadounidense, Linda Manning, vino a la sucursal de Canadá en 1989 para dar asesoría legal por un tiempo. En noviembre de ese año nos casamos, y desde entonces hemos disfrutado de servir juntos aquí.

En la década de los noventa, John Burns (otro abogado de la sucursal de Canadá) y yo viajamos a Japón para ayudar a nuestros hermanos a ganar un juicio constitucional relacionado con la libertad de un estudiante de negarse a participar en las clases de artes marciales que exigía su escuela. También logramos la victoria en un caso relacionado con el derecho de un adulto a rehusar recibir una transfusión de sangre.

Luego, en 1995 y 1996, Linda y yo tuvimos el privilegio de pasar cinco meses en Singapur, pues en ese país se había proscrito a los testigos de Jehová y había varios procesos judiciales que atender. Defendí a sesenta y cuatro hombres, mujeres y jóvenes que afrontaban cargos delictivos por asistir a reuniones cristianas y tener en su posesión Biblias y publicaciones bíblicas. No ganamos ninguno de esos casos, pero vimos cómo Jehová fortaleció a sus siervos fieles para perseverar con integridad y gozo.

Agradecido de haber participado

A la edad de 80 años me alegra tener buena salud y poder seguir peleando las batallas legales del pueblo de Jehová. Todavía estoy listo y preparado para ir al tribunal a defender lo que es justo. Es un placer para mí haber visto crecer la cantidad de Testigos en Canadá, de 4.000 en 1940 a 111.000 en nuestros días. La gente y los sucesos vienen y van, pero Jehová continúa haciendo que Su pueblo avance y le garantiza prosperidad espiritual.

¿Sigue habiendo problemas? Sí, pero la Palabra de Jehová nos tranquiliza: “Sea cual sea el arma que se forme contra ti, no tendrá éxito” (Isaías 54:17). Después de los más de cincuenta y seis años que he dedicado al ministerio de tiempo completo, ‘defendiendo y estableciendo legalmente las buenas nuevas’, puedo testificar sobre la veracidad de esa profecía de Isaías (Filipenses 1:7).

[Ilustración de la página 19]

Con mi hermano menor y nuestros padres

[Ilustración de la página 19]

Hayden Covington, consejero legal

[Ilustración de la página 19]

Con Nathan Knorr

[Ilustración de la página 20]

Duplessis arrodillándose frente al cardenal Villeneuve

[Reconocimiento]

Foto de W. R. Edwards

[Ilustraciones de las páginas 20 y 21]

Frank Roncarelli

[Reconocimiento]

Cortesía de Canada Wide

[Ilustraciones de la página 21]

Aimé Boucher

[Ilustración de la página 24]

Con John Burns y mi esposa Linda, ambos compañeros de abogacía