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No dejen el corazón de sus hijos en manos del azar

No dejen el corazón de sus hijos en manos del azar

No dejen el corazón de sus hijos en manos del azar

LOS hábiles alfareros son capaces de transformar el barro en primorosos objetos. Ciertamente, no hay muchos artesanos que logren tanto con tan poco. De hecho, durante milenios fueron figuras clave en la sociedad al fabricar tazas, platos, ollas, vasijas y jarrones.

De igual manera, los padres realizan un incalculable aporte a la sociedad al formar el carácter y la personalidad de su prole. La Biblia compara el ser humano a barro, y señala que Dios ha encomendado a ambos progenitores la importantísima labor de modelar, como si de “barro” se tratara, a sus hijos (Job 33:6; Génesis 18:19). Tal como crear una bonita pieza de cerámica no es tarea fácil, tampoco lo es convertir a los hijos en adultos responsables y equilibrados. Dicha transformación nunca es fruto de la casualidad.

Existen muchas influencias que moldean internamente al muchacho, y, por desgracia, algunas son destructivas. Así pues, en vez de dejar su corazón en manos del azar, los padres prudentes lo educarán “conforme al camino para él”, confiando en que “cuando se haga viejo no se desviará de él” (Proverbios 22:6).

Durante este largo y crucial proceso formativo, los cristianos sensatos dedicarán tiempo a contrarrestar las influencias malsanas que amenazan el corazón de sus hijos. Su amor paterno se verá puesto a prueba en muchas ocasiones al desempeñar su paciente labor de criarlos “con disciplina, dándoles instrucción para que crean en el Señor” (Efesios 6:4, Versión Popular, 1966). Por supuesto, les será mucho más fácil si comienzan cuando los niños son pequeños.

Empiecen lo antes posible

Los alfareros prefieren que el barro sea tanto maleable como firme, pues resulta fácil de modelar y luego mantiene la forma. Por ello, una vez refinado, no tardan más de seis meses en usarlo. Así mismo, el mejor tiempo para empezar a dar forma al corazón del hijo es cuando este es más receptivo y moldeable.

Los especialistas afirman que, con solo ocho meses, el bebé ya reconoce los sonidos de la lengua materna, posee un estrecho vínculo con sus padres, tiene desarrolladas ciertas percepciones sensoriales y comienza a explorar su entorno; de ahí que sea la edad ideal para empezar a moldear su corazón. ¡Cuánto se beneficiará el hijo que, como Timoteo, conozca los santos escritos desde su más tierna infancia! (2 Timoteo 3:15.) *

El niño tiende, por naturaleza, a imitar a sus padres. No solo aprende sonidos, expresiones y ademanes, sino el amor, la bondad y la compasión que les ve manifestar. Para educar a un hijo en la ley de Jehová, debemos grabarla primero en nuestro corazón. Si la apreciamos, le hablaremos con frecuencia acerca de Dios y su Palabra. La Biblia recomienda a los progenitores que conversen sobre estos temas ‘cuando se sienten en la casa y cuando anden por el camino y cuando se acuesten y cuando se levanten’ (Deuteronomio 6:6, 7). Francisco y Rosa nos cuentan cómo aplican ese consejo con sus dos hijos pequeños. *

“Aparte de las conversaciones cotidianas, tratamos de hablar con cada hijo un mínimo de quince minutos diarios, y algo más cuando vemos que, como suele suceder, surgen problemas. Por ejemplo, el de cinco años vino un día de la escuela diciendo que no creía en Jehová. Al parecer, uno de sus compañeros se había burlado de él y le había dicho que Dios no existía.”

Francisco y Rosa percibieron la necesidad de cultivar en los hijos fe en el Creador. Un elemento que puede utilizarse para nutrir dicha fe es la fascinación que sienten naturalmente los niños por la creación. ¿No es verdad que les entusiasma tocar a los animales, recoger flores del campo o jugar con la arena del mar? Pues bien, los padres tienen la oportunidad de mostrarles la relación existente entre la naturaleza y el Creador (Salmo 100:3; 104:24, 25). La admiración y el respeto por las obras de Jehová quizá los acompañen toda la vida (Salmo 111:2, 10). Además de lo mencionado, conviene fortalecer su deseo de complacer a Dios y el temor de desagradarle, lo cual los moverá a “aparta[rse] de lo malo” (Proverbios 16:6).

Por lo general, los pequeños son curiosos y despiertos, pero no suelen ser muy obedientes (Salmo 51:5). A veces se empeñan en salirse con la suya o en conseguir todo lo que ven. Para impedir que tales actitudes se arraiguen, hacen falta firmeza, paciencia y disciplina (Efesios 6:4). Así lo han constatado Phyllis y Paul, quienes han obtenido muy buenos resultados al criar cinco hijos.

Phyllis recuerda: “Aunque diferían en personalidad, todos querían salirse con la suya. Les costó trabajo, pero aprendieron lo que quería decir un ‘no’”. Paul, su marido, añade: “Solíamos explicarles el porqué de nuestras decisiones si tenían edad para entenderlas. Siempre tratamos de ser cariñosos, al tiempo que les enseñamos a respetar la autoridad que Dios nos había dado”.

Por problemáticos que sean los años formativos, la mayoría de los padres opinan que el mayor reto llega en la adolescencia, cuando el joven corazón afronta muchas pruebas.

Cómo llegar al corazón del adolescente

Los alfareros tienen que trabajar la masa antes de que se seque. Para contar con más tiempo a veces le añaden agua, y así la mantienen húmeda y maleable. De igual modo, los padres han de evitar por todos los medios que se endurezca el corazón del joven. La principal herramienta que les permite “censurar”, “rectificar las cosas” y lograr que el hijo esté “equipado para toda buena obra” es, lógicamente, la Biblia (2 Timoteo 3:15-17).

Pero al llegar a la adolescencia, el hijo quizá no acepte como antes los consejos paternos. Es posible que les haga más caso a sus compañeros de clase y que se resienta la comunicación franca y abierta que sostenía con sus progenitores. Es entonces cuando se precisa mucha más paciencia y habilidad, dado que la relación padre-hijo entra en una nueva fase. El joven tiene que aceptar los cambios físicos y emocionales que experimenta. Además, deberá tomar decisiones y trazarse metas que van a repercutir en su vida (2 Timoteo 2:22). A lo largo de esta difícil etapa, habrá de lidiar con un factor que puede corromperle el corazón: la influencia de sus compañeros.

La presión de sus iguales no suele manifestarse en una situación concreta y aislada, sino mediante comentarios reiterados que menoscaban la autoestima y atacan el punto débil de muchos adolescentes: el miedo atroz a ser rechazados por la gente de su edad. La timidez y el deseo de ser aceptados pudieran inducirlos a aprobar “las cosas que están en el mundo” y que promueven otros jóvenes (1 Juan 2:15-17; Romanos 12:2).

Para colmo, los deseos naturales del corazón imperfecto quizás concedan mayor atractivo al mensaje que lanzan sus compañeros, quienes los incitan a divertirse y a hacer lo que les dé la gana. María nos cuenta su experiencia: “Escuchaba a otros adolescentes que creían que los jóvenes tienen el derecho de vivir al máximo, sin pensar en las consecuencias. Como quería hacer lo mismo que ellos, estuve a punto de meterme en un buen lío”. Ustedes los padres, sin duda, desean ayudar a su hijo a superar tal presión, pero ¿cómo?

Con palabras y obras, demuéstrenle vez tras vez que lo aman. Esfuércense por saber qué opina y por comprender sus problemas, seguramente mucho más complejos que los que ustedes afrontaron a su edad. Es el momento en que él necesita más que nunca considerarlos dignos de su confianza (Proverbios 20:5). Sus gestos y sus cambios de humor tal vez revelen angustia o confusión. Si así es, respondan a tales gritos silenciosos y consuélenle el corazón (Colosenses 2:2).

Claro, es importante defender con firmeza los principios morales. Muchos padres encuentran a veces resistencia a sus decisiones, pero no deben ceder si están bien fundadas. Por otra parte, han de asegurarse de tener un cuadro claro de la situación antes de determinar si van a aplicar corrección amorosa y cómo lo harán de ser necesario (Proverbios 18:13).

Malas influencias hasta dentro de la congregación

Aunque un jarrón esté en apariencia terminado, no podrá contener líquidos sin estropearse hasta que no pase por el horno. La Biblia asemeja el proceso de cocción a las pruebas y dificultades, pues ponen de manifiesto qué clase de personas somos en realidad. Es cierto que se refiere en particular a las pruebas de fe, pero en sentido general, la comparación es válida también para otros tipos de situaciones (Santiago 1:2-4). Por raro que parezca, algunas de las pruebas difíciles de vencer tienen lugar dentro de la congregación.

El adolescente tal vez presente buen aspecto en sentido espiritual, pero pudiera tener dividido el corazón (1 Reyes 18:21). Por ejemplo, Megan se enfrentó a las ideas mundanas de jóvenes que asistían al Salón del Reino.

“Influyó en mí un grupo de jóvenes que pensaban que ser cristianos era aburrido y que no les permitía divertirse. Hacían comentarios de este tipo: ‘Apenas cumpla los 18, dejo la verdad’ o ‘No sabes las ganas que tengo de salirme’. Evitaban a los jóvenes que les llevaban la contraria y los llamaban beatos.”

Solo hacen falta uno o dos con mala actitud para echar a perder a los demás. Normalmente, los componentes del grupo siguen a la mayoría. En ocasiones, la insensatez les impide actuar con sabiduría y decoro. En muchos países ha habido que lamentar que algunos jóvenes cristianos se hayan metido en problemas por dejarse arrastrar.

Huelga decir que los adolescentes necesitan relacionarse para pasar un buen rato. ¿Cuál es el papel de ustedes los padres? Aprovechen los momentos de ocio y planeen actividades interesantes con la familia o con otros jóvenes y adultos. Conozcan a los amigos de sus hijos. Invítenlos a comer o a pasar alguna tarde juntos (Romanos 12:13). Animen a sus hijos a ponerse metas sanas, como aprender a tocar un instrumento, a hablar otro idioma o a realizar manualidades. En la mayoría de los casos ni siquiera tendrán que abandonar la protección del hogar.

La formación académica puede ser una protección

Los estudios también ayudarán al adolescente a mantener el entretenimiento en su lugar. Loli, que lleva veinte años en la administración de un gran centro de enseñanza, dice: “Por esta escuela ha pasado una buena cantidad de Testigos jóvenes. Muchos se comportaban de forma encomiable; otros, en cambio, ni se distinguían de los demás. Los que eran ejemplares siempre se interesaban en sus estudios. Recomiendo encarecidamente a los padres que se tomen muy en serio el progreso escolar de sus hijos, que conozcan a los profesores y que convenzan a los chicos de la importancia de sacar buenas notas. Cierto, solo algunos destacarán, pero todos son capaces de alcanzar niveles satisfactorios y ganarse el respeto de los maestros”.

La buena formación académica también favorecerá el progreso espiritual del adolescente, ya que adoptará buenos hábitos de estudio y aprenderá a disciplinarse y responsabilizarse. Al no tener dificultades en la lectura ni en la comprensión de conceptos, probablemente estudie y enseñe mejor la Palabra de Dios (Nehemías 8:8). Cumplir con los deberes escolares y espirituales le ayudará a relegar el entretenimiento al lugar que le corresponde.

Un orgullo para ustedes y para Jehová

En la antigua Grecia, muchos jarrones estaban firmados por el alfarero y el decorador. De igual modo, en la familia normalmente son dos los que forman a los hijos. Tanto el padre como la madre modelan su corazón, de modo que ambos estampan su “firma”. Al igual que los alfareros y decoradores famosos, pueden sentirse orgullosos de haber transformado a sus hijos en personas de bien (Proverbios 23:24, 25).

El éxito de esta gran empresa dependerá mucho del grado al que hayan modelado ustedes el corazón de su hijo. Deseamos que puedan decir: “La ley de su Dios está en su corazón; sus pasos no vacilarán” (Salmo 37:31). En efecto, el corazón de un hijo es muy valioso para dejarlo en manos del azar.

[Notas]

^ párr. 8 Hay padres que, con voz dulce, leen pasajes bíblicos al recién nacido. Esta agradable experiencia tal vez logre que ame la lectura el resto de su vida.

^ párr. 9 Se han cambiado algunos nombres.