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Los juegos de azar, fascinación universal

Los juegos de azar, fascinación universal

Los juegos de azar, fascinación universal

JOHN, criado en Escocia, soñaba con que le tocara un premio de la lotería. “Compraba un billete todas las semanas —dice—. Costaba poco dinero, pero me daba la esperanza de conseguir todo lo que siempre había deseado.”

A Kazushige, que reside en Japón, le encantaban las carreras de caballos. “Era muy divertido apostar en el hipódromo con mis amigos, y a veces ganaba mucho dinero”, recuerda.

“Mi juego favorito era el bingo —comenta Linda, que vive en Australia—. Me gastaba unos 30 dólares a la semana, pero me fascinaba la emoción de ganar.”

John, Kazushige y Linda consideraban los juegos de azar un pasatiempo relativamente inofensivo, opinión que comparten cientos de millones de personas de todo el mundo. Una encuesta Gallup efectuada en 1999 indicó que dos tercios de la población de Estados Unidos estaban a favor del juego. En 1998, los estadounidenses gastaron 50.000 millones de dólares en juegos de azar legales, más del total que dedicaron a ir al cine, comprar grabaciones musicales y videojuegos, así como a acudir a acontecimientos deportivos y parques temáticos.

En el espacio de un año, más del 80% de la población de Australia jugó dinero por lo menos una vez, y el 40% lo hizo todas las semanas, según una investigación reciente. Los adultos de este país gastan un promedio superior a los 400 dólares al año en juegos de azar, casi el doble que los europeos o los estadounidenses, lo que sitúa a los australianos entre los jugadores más ávidos del mundo.

Numerosos japoneses son adictos al pachinko, juego que se practica en máquinas recreativas y en el que apuestan miles de millones de dólares al año. Los brasileños dedican un mínimo de 4.000 millones de dólares anuales al juego, en su mayoría a la lotería, aunque no son los únicos a quienes cautiva esta modalidad. La revista Public Gaming International calculó hace poco que existen “306 loterías en 102 países”. Lo cierto es que los juegos de azar ejercen una fascinación universal, fascinación que, según algunos, reporta grandes beneficios.

Sharon Sharp, representante del Public Gaming Research Institute (Instituto de investigación sobre los juegos públicos), afirma que entre 1964 y 1999, la recaudación en concepto de lotería en Estados Unidos “represent[ó] 125.000 millones de dólares del presupuesto del Estado, la mayoría de los cuales se ingresaron a partir de 1993”. Gran parte de ese dinero se destinó a programas de educación pública, parques estatales y la creación de instalaciones deportivas. El juego proporciona muchos puestos de trabajo; tan solo en Australia emplea a 100.000 personas distribuidas en más de siete mil establecimientos.

De modo que sus defensores arguyen que, además de ofrecer entretenimiento, el juego legal genera empleos, aporta ingresos a la nación mediante los impuestos y sanea las economías en mal estado.

Es lógico, pues, que muchos lectores se pregunten: “¿Qué tiene de malo el juego?”. La respuesta, que se ofrecerá en los artículos siguientes, probablemente les haga cambiar de opinión.

[Ilustración de la página 3]

John

[Ilustración de la página 3]

Kazushige

[Ilustración de la página 3]

Linda