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Uruguay

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CUANDO los españoles llegaron por primera vez a Uruguay, en 1516, no encontraron ni oro ni plata, ni tampoco el paso a Oriente que andaban buscando. Pero con el tiempo reconocieron que su terreno ondulado y su clima benigno eran ideales para la ganadería. Allí había la oportunidad de ganar dinero. Valiéndose de métodos que, por desgracia, suelen ser característicos de las potencias coloniales, España lanzó una agresiva campaña militar para exterminar a la población autóctona, los indios charrúas, y apoderarse del territorio. Durante los siglos XVII y XVIII, prácticamente reemplazaron a la población india del país. Después también llegaron miles de inmigrantes de Italia y otros países. Por consiguiente, la mayoría de la población uruguaya actual desciende de los europeos, y su idioma oficial es el español.

Pese a que es la influencia europea la que predomina en los más de tres millones de habitantes, alrededor del diez por ciento tienen antepasados indios y menos del tres por ciento descienden de esclavos africanos. La mayor parte de los uruguayos no tienen la religión entre sus principales intereses. La Iglesia Católica no ejerce sobre la población el férreo control que en otros países de América del Sur. De hecho, desde principios del siglo XX hay una clara separación entre la Iglesia y el Estado. Aunque hay muchos librepensadores, agnósticos y ateos, una cantidad considerable de personas aún cree en Dios. Reflejo de su postura es una frase que se escucha con frecuencia: “Creo en Dios, pero no en la religión”.

¿Cómo reaccionarían esas personas si en lugar de enseñárseles los credos de la cristiandad, aprendieran sobre el Dios verdadero, cuyo amoroso propósito y bondadosa relación con la humanidad se exponen en la Biblia? ¿Resultarían ser de “las cosas deseables” que Dios acoge en su casa espiritual de adoración? (Ageo 2:7.)

Inicios modestos

En 1924, un español de nombre Juan Muñiz vino a buscar a personas de corazón sincero que se hicieran adoradoras de Jehová. El entonces presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, J. F. Rutherford, le pidió que se trasladara a América del Sur y supervisara la predicación de las buenas nuevas en la Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Poco después de llegar a la Argentina, cruzó en barco el Río de la Plata para predicar a los uruguayos.

Durante los siguientes cuarenta y tres años, hasta su muerte, en 1967, Juan Muñiz fue un intrépido maestro de la Palabra de Dios y desempeñó un papel decisivo en la propagación de las buenas nuevas por varios países sudamericanos, incluido Uruguay. Muchos testigos de Jehová de entonces recuerdan que podía captar la atención de un auditorio durante dos o tres horas sin notas, utilizando solo la Biblia.

Respuesta a la solicitud de más trabajadores

Poco después de llegar a Sudamérica, Juan Muñiz se dio cuenta de las muchas posibilidades de hacer discípulos y de la gran necesidad de predicadores que había. Debió sentirse como Jesús: “La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Por lo tanto, rueguen al Amo de la mies que envíe obreros a su siega” (Mat. 9:37, 38). De modo que en armonía con sus oraciones al “Amo de la mies”, Jehová, el hermano Muñiz transmitió sus inquietudes al hermano Rutherford.

En respuesta a su solicitud, en una asamblea celebrada en 1925 en Magdeburgo (Alemania), el hermano Rutherford preguntó a un precursor alemán, llamado Karl Ott, si estaba dispuesto a ayudar en Sudamérica. El hermano Ott aceptó la asignación, y llegó a ser conocido entre los hermanos hispanohablantes como Carlos Ott. Tras servir durante una temporada en la Argentina, en 1928 se le asignó a Montevideo, la capital de Uruguay, país donde sirvió los siguientes diez años.

Carlos se puso a trabajar de inmediato. Resultó ser un hombre diligente e ingenioso. Enseguida encontró en la calle Río Negro un lugar donde vivir y tener reuniones regulares para estudiar la Biblia con unas cuantas personas interesadas. También se encargó de que se radiaran discursos bíblicos. Una emisora incluso aceptó emitir los discursos gratuitamente.

A veces, Carlos entraba en los restaurantes y abordaba a las personas en las mesas mientras comían. Cierto día, mientras daba testimonio de mesa en mesa, encontró a José Gajek, un tendero alemán que aceptó la verdad bíblica inmediatamente. Al poco tiempo, José empezó a predicar con Carlos, y así se convirtió en uno de los primeros proclamadores de las buenas nuevas de Uruguay.

El hermano Gajek estaba decidido a difundir las buenas nuevas del Reino de Dios a tiempo completo, por lo que vendió su tienda de comestibles y emprendió el precursorado. El hermano Ott y él cubrieron una extensa parte del país, predicando de casa en casa y presentando discursos bíblicos en muchos pueblos y ciudades. El hermano Gajek sembró generosamente la semilla en los corazones de muchos uruguayos hasta su muerte, en 1953. Muchos de sus estudiantes entraron en la congregación cristiana y permanecen fieles hasta el presente.

Los rusos aceptan la verdad

Durante la I Guerra Mundial, varias familias rusas se trasladaron a Uruguay y se instalaron en el norte del país, donde establecieron prósperas colonias agrícolas. También conservaron su tradicional respeto por la Biblia, que leían asiduamente. Los rusos, buenos trabajadores y de carácter reservado, formaron una comunidad austera que se relacionaba poco con la sociedad uruguaya. Es aquí donde aparece en escena otro de los primeros publicadores de las buenas nuevas en el país: Nikifor Tkachenko.

En su Besarabia natal, Nikifor había sido un comunista acérrimo. No obstante, después de emigrar a Brasil, se hizo con el folleto Where Are the Dead? (¿Dónde están los muertos?), editado por la Sociedad Watch Tower. Inmediatamente reconoció que era la verdad y se hizo un ávido estudiante de la Biblia. Al poco tiempo se puso a predicar a los rusohablantes de los alrededores de São Paulo (Brasil). Impelido por su deseo de predicar en su idioma a sus compatriotas de Uruguay, emprendió un viaje de unos 2.000 kilómetros [1.250 millas]. En 1938, llegó a una comunidad rusa llamada Colonia Palma, en el norte del país, donde predicó con tanto fervor que enseguida agotó las publicaciones bíblicas en ruso que llevaba.

Los granjeros respondieron con entusiasmo. Familias completas se pusieron a estudiar y abrazaron la verdad. Resultaron ser parte de “las cosas deseables” invitadas a la casa de Jehová. Tkachenko, Stanko, Cotlearenco, Gordenko, Seclenov y Sicalo son solo algunas de las familias cuyos nietos y bisnietos han constituido el fundamento de congregaciones del norte como Bella Unión, Salto y Paysandú. Algunos miembros de estas familias han sido precursores especiales, ancianos, superintendentes de circuito y misioneros. En cuanto al hermano Tkachenko, permaneció fiel hasta su muerte, en 1974.

Los seis alemanes

La violenta persecución de que fueron objeto los testigos de Jehová en la Alemania nazi hizo que muchos precursores alemanes dejaran su país natal y se fueran a servir a América del Sur. A principios de 1939, seis de esos precursores llegaron a Montevideo, sin dinero y sin apenas pertenencias. Se alegraron de encontrar a Carlos Ott, quien estaba allí para recibirlos. Eran los hermanos Gustavo y Betty Bender, Adolfo y Carlota Voss, Kurt Nickel y Otto Helle. A los tres días de llegar, ya estaban predicando de casa en casa. Como no sabían español, utilizaban una tarjeta de testimonio impresa en ese idioma. Todo lo que sabían decir en español era: “Por favor, lea esto”. Pese a las limitaciones con el idioma, se dejó al grupo alemán en Uruguay para que atendiera la obra del Reino en el país cuando el hermano Ott recibió una nueva asignación en la Argentina.

Los primeros meses no fueron fáciles. Aprender el idioma constituía un reto. No era infrecuente que invitaran a las personas a los riñones, en lugar de a las reuniones, ni que hablaran de abejas en vez de ovejas, o que pidieran arena, en lugar de harina. Uno de ellos recuerda: “Era difícil predicar de casa en casa y dirigir los estudios bíblicos y las reuniones sin saber el idioma. Además, no teníamos ayuda económica. Cubríamos nuestros gastos de transporte y manutención con las contribuciones que recibíamos por las publicaciones. Afortunadamente, a finales de 1939 habíamos distribuido 55 suscripciones a las revistas, más de 1.000 libros y 19.000 folletos”.

Bicicletas y tiendas de campaña

Estos seis alemanes no se desanimaban con facilidad. Enseguida se pusieron a llevar las buenas nuevas por todo el país de la manera más económica posible: compraron seis bicicletas. Otto Helle y Kurt Nickel viajaron en bicicleta varios días —615 kilómetros [384 millas]— para llegar a Colonia Palma y apoyar al hermano Tkachenko. Imagínese su sorpresa cuando se dieron cuenta de que él no hablaba ni español ni alemán, y ellos no entendían ni una palabra de ruso. Sintiendo los efectos de lo sucedido en la Torre de Babel, decidieron predicar con su limitado español en la cercana ciudad de Salto, en tanto el hermano Tkachenko siguió con su obra entre los rusos (Gén. 11:1-9).

Mientras tanto, los Bender emprendieron un viaje de cientos de kilómetros por carreteras cubiertas de grava y polvo, con objeto de llevar el mensaje de la Biblia por los pueblos y ciudades del sur. En las bicicletas transportaban una tienda de campaña, un hornillo, utensilios de cocina, publicaciones, un gramófono con discos de discursos bíblicos y la ropa necesaria para varios meses. Todo lo que iba en cada bicicleta pesaba tanto como una persona. Con esa cantidad limitada de artículos, desafiaron el frío, el calor y la lluvia. En algunas ocasiones, cuando vadeaban las aguas de las crecidas, tenían que llevarlo todo en los hombros para que los libros y el gramófono no se mojaran.

Un elemento esencial de su carga era la tienda de campaña. Los Bender la habían impermeabilizado ellos mismos tratándola con aceite y ajo para que no la atacara la polilla. Cierta mañana, cuando se despertaron, no podían creer que estuvieran viendo el cielo a través de decenas de agujeros en el techo de la tienda. Durante la noche, las hormigas se habían dado un irresistible banquete de lona aderezada con aceite y ajo. El matrimonio alemán había subestimado el apetito voraz de estos insectos.

¿“Espías nazis”?

Ser alemanes se convirtió en uno de los mayores problemas de Gustavo y Betty Bender mientras predicaban en el interior del país. ¿Por qué? La II Guerra Mundial estaba en pleno apogeo, y la radio y los periódicos uruguayos daban reportajes sensacionalistas sobre los avances alemanes en Europa. En cierta ocasión, estando los Bender acampados a las afueras de un pueblo, la radio anunció que los alemanes habían lanzado paracaidistas armados y con bicicletas tras las líneas enemigas. Inmediatamente, la población, presa del pánico, concluyó que el matrimonio alemán acampado a las afueras eran espías nazis. La policía se encaminó sin demora hacia el campamento de los Bender para investigar, apoyada por un grupo grande de hombres armados.

Interrogaron a Gustavo y Betty. La policía observó que ciertos artículos estaban cubiertos por una lona, así que preguntaron nerviosos: “¿Qué cubren con esa lona?”. Gustavo contestó: “Nuestras dos bicicletas y publicaciones bíblicas”. Con mirada desconfiada, un policía le ordenó quitarla. No aparecieron ametralladoras, sino dos bicicletas y varios libros, para gran alivio de los agentes. Luego, estos invitaron amigablemente a los Bender a quedarse en un lugar más acogedor, la comisaría, mientras predicaban en el pueblo.

Los seis alemanes predicaron fielmente en Uruguay durante décadas. Cuando Gustavo Bender murió, en 1961, su esposa regresó a Alemania, donde siguió sirviendo de precursora. Ella falleció en 1995. Adolfo y Carlota Voss sirvieron de misioneros en Uruguay hasta su muerte, en 1993 y 1960, respectivamente. Y Kurt Nickel también permaneció en el país hasta su muerte, en 1984. Al momento de escribirse este reportaje, Otto Helle, de 92 años de edad, aún sirve en Uruguay.

Las semillas producen fruto

Esos primeros proclamadores de las buenas nuevas en Uruguay buscaron con fervor a los futuros súbditos del Reino de Dios. En 1944, veinte publicadores y ocho precursores informaban su actividad en el país. Fueron unos inicios modestos, pero pronto iba a encontrarse a otras “cosas deseables”.

María de Berrueta y sus cuatro hijos —Lira, Selva, Germinal y Líber— empezaron a asistir a las reuniones cristianas en 1944. Poco después, Lira y Selva se pusieron a predicar, y a los pocos meses se hicieron precursoras. Acompañaban a Aida Larriera, una de las primeras y celosas publicadoras del país. Sin embargo, la familia Berrueta aún no había simbolizado su dedicación mediante el bautismo en agua. Juan Muñiz se percató de esa anomalía durante una de sus visitas desde la Argentina. Por ello, seis meses después de emprender el ministerio de tiempo completo, Lira y Selva se bautizaron junto con su hermano Líber y su madre, María.

“Sustentados por la bondad inmerecida de Jehová, nunca hemos traicionado nuestra dedicación”, dice Lira. En 1950 se la invitó a la Escuela de Galaad, y se la asignó de misionera a la Argentina, donde sirvió por veintiséis años. En 1976 regresó a Uruguay. En 1953 Selva fue también a la Escuela de Galaad con su esposo. Se les asignó a Uruguay, donde él sirvió de superintendente de circuito. Selva continuó fiel hasta la muerte, en 1973. Líber se casó y crió una familia. También disfrutó de muchos privilegios de servicio. Hasta su fallecimiento, en 1975, fue el presidente de la corporación legal que utilizan los testigos de Jehová de Uruguay, la Sociedad La Torre del Vigía. ¿Qué fue de Germinal? Se apartó del pueblo de Jehová, pero tras unos veinticinco años, la semilla de la verdad volvió a brotar en su corazón. Hoy día es anciano en una de las congregaciones de Montevideo.

Llegan los misioneros de Galaad

En marzo de 1945, Nathan H. Knorr y Frederick W. Franz, de la sede mundial de la Sociedad, viajaron por primera vez a Uruguay, donde fueron una fuente de estímulo para todos. También estuvo otro hermano, Russell Cornelius, que llegó al país más o menos al mismo tiempo. El hermano Cornelius no estaba simplemente de visita. Para alegría de los hermanos, era el primer graduado de Galaad asignado a Uruguay. Por entonces solo hablaba unas palabras de español, pero estaba decidido a aprender. A las seis semanas dio su primer discurso público en español. Resultó ser de una ayuda inestimable para la obra del Reino en el país.

Ese mismo año, la Sociedad envió a dieciséis misioneros más, todos ellos hermanas jóvenes. Enseguida se notó su presencia en Montevideo, y un periódico dijo que “ángeles rubios con maquillaje” habían llegado desde los cielos a la capital. Las hermanas empezaron a predicar de inmediato con celo y entusiasmo. Los efectos de su ministerio se hicieron patentes. La asistencia a la Conmemoración pasó de 31 personas en 1945 a 204 al año siguiente. Posteriormente, se envió a varias de estas misioneras a las ciudades del interior del país. Jehová bendijo el empeño que pusieron en la predicación en territorios a los que nunca antes se habían llevado las buenas nuevas.

Más de ochenta misioneros han servido en Uruguay a lo largo de los años. Permanecen en su asignación Ethel Voss, Birdene Hofstetter, Tove Haagensen, Günter Schönhardt, Lira Berrueta y Florence Latimer. Todos ellos han pasado más de veinte años en su asignación. El esposo de la hermana Latimer, William, murió en su asignación tras treinta y dos años de servicio misionero, muchos de ellos sirviendo de superintendente viajante.

Una reunión muy protegida

Jack Powers, graduado de la primera clase de Galaad, dio inicio a su servicio en Uruguay el 1 de mayo de 1945. Él y su esposa, Jane, trabajaron incansablemente fomentando los intereses del Reino hasta 1978, cuando tuvieron que dejar el país para atender a sus padres enfermos en Estados Unidos. Jack rememora un episodio inolvidable de su estancia en Uruguay. En 1947, llegó a Rivera, una ciudad del norte del país cercana a la frontera brasileña. Aunque no había ningún publicador, con la ayuda de un hermano de Brasil pasó un mes predicando en la ciudad, donde dejó más de mil ejemplares del folleto Un solo mundo, un solo gobierno.

Para cerrar con broche de oro aquel mes de actividad, decidió tener una reunión pública en la plaza Internacional. Como el nombre indica, esta plaza estaba ubicada céntricamente justo en la frontera internacional entre Brasil y Uruguay. Tras anunciar la reunión durante varios días, los dos hermanos ocuparon su lugar en la plaza a la espera de que afluyeran las multitudes que ellos confiaban que llegarían para escuchar el discurso. Al poco tiempo llegaron 50 policías armados para mantener el orden durante la reunión. ¿Cuál fue la asistencia? Cincuenta y tres personas en total: los dos hermanos, una persona interesada en el tema del discurso y los 50 policías. La reunión se mantuvo en orden y estuvo muy bien protegida, sin duda.

Al año siguiente, la Sociedad destinó a cinco misioneros a Rivera. Poco después de su llegada, Nathan H. Knorr y Milton G. Henschel, de la sede mundial de la Sociedad, celebraron una reunión en dicha ciudad, a la que asistieron 380 personas. A lo largo de los años, se encontró en Rivera a muchas personas dispuestas a escuchar el mensaje del Reino. Actualmente hay dos congregaciones en ese territorio.

Dos vecinas con deseos de aprender

Una de las mayores ciudades del interior del país es Salto, ubicada en la orilla este del río Uruguay. Esta es una fructífera región agrícola, famosa por sus naranjas y otros cítricos. Salto también ha sido productiva en sentido espiritual, pues hay cinco congregaciones en la zona. Pero en 1947 los misioneros de Salto acababan de empezar la búsqueda de las “cosas deseables” de Jehová.

Ese año, Mabel Jones, una de las dieciséis misioneras que llegaron en 1945, fue a Salto con otros misioneros durante varias semanas para fomentar el interés por la asamblea que iba a celebrarse allí. Dos vecinas, Carola Beltramelli y su amiga Catalina Pomponi, observaban con curiosidad a Mabel. Un sábado por la tarde, cuando Mabel regresaba a casa del ministerio del campo, las dos vecinas se le acercaron y le plantearon algunas preguntas bíblicas. Catalina Pomponi recuerda: “Yo siempre había tenido muchas inquietudes religiosas, por eso me puse a leer la Biblia por mi cuenta. Aprendí gran cantidad de cosas, como por ejemplo, que las oraciones a Dios debían hacerse en privado, no para que otras personas nos vieran. Después de eso, muchas veces me arrodillaba y le pedía a Dios en oración que me diera entendimiento. La primera vez que Mabel Jones habló con nosotras, sentimos que se nos quitaba un velo de los ojos. Fui a casa y me puse de rodillas para dar gracias a Dios. Al día siguiente, tanto Carola como yo fuimos a la reunión pública de la asamblea”.

A pesar de la oposición de parte de sus esposos, las dos vecinas de Mabel progresaron rápidamente y se bautizaron. Andando el tiempo, a Catalina Pomponi se la nombró precursora especial. A lo largo de su fructífera carrera de más de cuarenta años en el servicio de tiempo completo, ha ayudado a 110 personas a convertirse en testigos de Jehová bautizados. Carola Beltramelli también resultó ser una celosa proclamadora del Reino, y ha ayudado a más de treinta personas a llegar al bautismo. Sus dos hijos se hicieron precursores. El mayor, Delfos, tuvo el privilegio de asistir a la Escuela de Galaad, y colabora con la sucursal en la supervisión de la obra desde 1970.

En la tierra del mate

Cuando los misioneros cubrieron las zonas rurales, visitaron varias estancias, grandes asentamientos donde se cría ganado vacuno y ovino. Las personas que viven en las estancias son sencillas y hospitalarias. Es bastante frecuente que reciban a los Testigos ofreciéndoles mate, la bebida tradicional. Se trata de una infusión caliente que se bebe a sorbos en una calabaza con una bombilla, un tubo de metal con un filtro en el extremo. Para los uruguayos, preparar y servir el mate es casi una ceremonia. Cuando está preparado, se pasa la taza de una persona a otra y todas comparten la misma bombilla.

Imagínese la reacción de los misioneros la primera vez que se les invitó a beber mate en grupo. Para diversión de sus anfitriones, cuando los misioneros tomaban esta bebida amarga de color verde, hacían diferentes muecas. Después de probarla por primera vez, algunos decidieron que sería la última, y rechazaban cortésmente las siguientes invitaciones a tomar unos sorbos de mate.

‘Si tienen imágenes, no regresaré’

Se destinó a un grupo de misioneros a la ciudad de Tacuarembó, en el norte de Uruguay. Esta ciudad está rodeada de grandes estancias y otros asentamientos agropecuarios. En 1949, Gerardo Escribano, un granjero joven con muchas preguntas sobre la vida, recibió una invitación para asistir a un discurso público en el Salón del Reino. La aceptó con una condición: “Si tienen imágenes o se me pide que repita oraciones, no regresaré”.

A Gerardo le agradó que en el Salón del Reino no hubiera imágenes ni ritos, y disfrutó del discurso bíblico, que reavivó su interés por la Biblia. Continuó asistiendo a las reuniones, y con el tiempo llegó a ser un siervo de Jehová dedicado y bautizado. A lo largo de los años ha disfrutado de muchos privilegios de servicio, como ser precursor especial, superintendente de circuito y de distrito. En conjunto, el hermano Escribano y su esposa, Ramona, han estado en el servicio de tiempo completo un total de más de ochenta y tres años. Desde 1976, el hermano Escribano forma parte del Comité de Sucursal, junto con Delfos Beltramelli y Günter Schönhardt, misionero alemán que durante muchos años ha contribuido en gran manera al fortalecimiento espiritual de las congregaciones cercanas a la sucursal.

Aumenta la siega

“La mies es mucha, pero los obreros son pocos”, dijo Jesús (Mat. 9:37, 38). Con un territorio tan vasto que cubrir, estas palabras cobraron especial significado en la vida de los misioneros de Uruguay. Con el pasar de los años, se hizo patente que Jehová apoyaba y bendecía el empeño de sus obreros.

En 1949, cuando los hermanos Knorr y Henschel visitaron el país por segunda vez, 592 personas se reunieron en Montevideo para escuchar el discurso del hermano Knorr: “¡Es más tarde de lo que usted piensa!”. En aquella ocasión se bautizaron 73 personas. Por entonces había once congregaciones en el país. Diez años más tarde, durante su cuarta visita, el hermano Knorr habló en Montevideo a un auditorio de más de dos mil personas. Para entonces, en Uruguay había 1.415 publicadores y 41 congregaciones.

La década de los cincuenta se caracterizó por el aumento en la cantidad de congregaciones por todo el país. Pero muchas de ellas tenían que reunirse en hogares particulares. En un caso, el dueño de la vivienda tuvo la buena idea de instalar ruedecitas en todos los muebles de su sala de estar, y así, cuando llegaba la hora de hacer sitio para la reunión de la congregación, podía correr los muebles sin esfuerzo. En otro caso, la congregación se reunía en una pequeña habitación en la parte delantera de un hogar particular. Al crecer la congregación, se quitaron los tabiques para acomodar a ese grupo mayor. Andando el tiempo, se quitaron la mayoría de las paredes, y la familia aceptó vivir en un espacio pequeño en la parte de atrás de la casa.

La película La Sociedad del Nuevo Mundo en acción fue un sobresaliente instrumento que resultó muy útil para que la población uruguaya se familiarizara con la obra de los testigos de Jehová. Llegó a Uruguay en 1955. Ese año, Líber Berrueta viajó al interior del país y proyectó la película ante más de cuatro mil quinientas personas. A mucha gente que anteriormente se había interesado poco en nuestra obra, la motivó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová.

Una nueva sucursal

Como la cantidad de publicadores seguía creciendo rápidamente, quedó patente la necesidad de contar con unas instalaciones adecuadas donde acoger la sucursal y el hogar misional. Con ese propósito se habían alquilado varios edificios a lo largo de los años. Pero llegó el momento de que la Sociedad comprara un terreno donde construir sus propias instalaciones. No obstante, en el centro de la capital, Montevideo, los terrenos eran muy caros. Parecía no haber más opción que comprar uno más lejos, a las afueras de la ciudad. Por consiguiente, en 1955 se adquirió un solar de grandes proporciones. Se aprobaron los planos de la construcción, y los obreros estaban preparados para ponerse a trabajar. Entonces, a los hermanos les conmocionó enterarse de que el gobierno municipal había decidido ampliar una de las principales avenidas justo por en medio de la propiedad que acababan de comprar.

¿Qué harían? Comenzaron las negociaciones con las autoridades. Como solución, los funcionarios ofrecieron comprar el solar de la Sociedad. Pero la cantidad que estaban dispuestos a pagar era menor que la que los hermanos habían desembolsado. No bastaría para adquirir un solar parecido.

“En un determinado momento, concluimos que tal vez no era la hora de Jehová para construir —recuerda Jack Powers—. Pero enseguida llegamos a comprender mejor las palabras de Pablo en Romanos 11:34: ‘¿Quién ha llegado a conocer la mente de Jehová, o quién se ha hecho su consejero?’. Uno de los funcionarios propuso que cambiáramos nuestro terreno por uno del gobierno que no se utilizaba. Nos ofreció un solar de tamaño parecido con una ubicación idónea en el centro de Montevideo, en la calle Francisco Bauzá. Aceptamos la oferta sin dudarlo. Al fin y al cabo, la propiedad valía mucho más que la que habíamos comprado, y no tuvimos que pagar ni un centavo más. Sin duda, Jehová había manejado los asuntos para favorecer a su pueblo.”

Un arquitecto toma una decisión

Las obras de construcción de la sucursal avanzaron bajo la dirección de Justino Apolo, un conocido arquitecto. Justino acababa de empezar a estudiar la Biblia con un misionero. “Siempre había querido encontrar la verdad sobre Dios —recuerda—. Me criaron en el catolicismo, pero con el paso de los años fui desengañándome cada vez más. Aún recuerdo muy bien el día que fui a la iglesia para concretar los detalles de mi boda. El sacerdote me preguntó: ‘¿Cuántas luces desea que haya encendidas en la iglesia durante la ceremonia? Cuantas más luces estén encendidas, más le costará, pero seguro que impresionará a sus amigos’. Por supuesto, yo quería una boda bonita, así que pedí muchas luces. Luego el sacerdote me preguntó: ‘¿Quiere una alfombra roja, o una blanca?’. ¿En qué estriba la diferencia? ‘Claro está, la roja hace que el vestido de la novia destaque más —explicó—, pero cuesta el doble.’ Después llegó el tema del ‘Ave María’. ‘¿Quiere que lo cante una persona, o desea un coro?’ El sacerdote siguió vendiéndome una prestación de la ceremonia tras otra.

”Me casé en la iglesia, naturalmente. Pero estaba muy irritado por todo el mercantilismo que había en la religión. Cuando me puse a estudiar con los testigos de Jehová, la diferencia fue obvia. Enseguida me di cuenta de que había encontrado la verdad.”

Tras muchos meses de estudiar la Biblia al mismo tiempo que trabajaba en la construcción de Betel y se relacionaba con los Testigos, Justino se dio cuenta de que debía tomar una decisión. Una vez acabado el edificio, hacia finales de 1961, el arquitecto tomó la decisión apropiada y se bautizó. Actualmente sirve de anciano, y ha colaborado en la construcción de más de sesenta Salones del Reino en Uruguay.

Continúa la ampliación de la sucursal

El 28 de octubre de 1961 tuvo lugar la alegre dedicación del hermoso nuevo edificio. En la planta baja había amplio espacio para las oficinas, el almacén de las publicaciones y el cómodo Salón del Reino. Había nueve dormitorios en el piso superior, donde se alojaban los misioneros y el personal de las oficinas.

A los 1.570 publicadores activos en el país en aquel entonces, les parecía que el nuevo Betel podría absorber todo el aumento previsto para los siguientes años. No obstante, el crecimiento fue más rápido de lo esperado. En 1985, un anexo de dos plantas duplicó el tamaño de la sucursal.

Más recientemente, la Sociedad adquirió otra magnífica propiedad a las afueras de Montevideo. La construcción de la nueva sucursal y de un Salón de Asambleas está muy avanzada. Con la ayuda de un equipo de obreros internacional, se espera finalizar las obras en 1999.

Preparación para los superintendentes

Para atender el aumento de las “cosas deseables” en Uruguay no solo era necesario que hubiera una sucursal, sino también pastores bondadosos. Entre los años 1956 y 1961, se duplicó la cantidad de publicadores y se formaron trece nuevas congregaciones. La Escuela del Ministerio del Reino resultó ser una provisión muy amorosa y oportuna. Cuando dio comienzo dicha escuela, en 1961, muchos hermanos con puestos de responsabilidad en las congregaciones hicieron planes para asistir a estos cursos de un mes de duración. Varios tuvieron que viajar largas distancias, y algunos se arriesgaron a perder el empleo por asistir a todo el curso.

Tomemos como ejemplo el caso de Horacio Leguizamón, que vivía en Dolores, a 300 kilómetros [190 millas] de Montevideo, donde iba a tener lugar la Escuela del Ministerio del Reino. Cuando pidió a su patrono un mes de permiso, este le dijo que no podía concedérselo. El hermano Leguizamón le explicó la importancia que tenía para él esa preparación y que deseaba asistir, aunque implicara perder el trabajo. Unos días después recibió la sorpresa de que su patrono había decidido hacer una excepción y le daba permiso para asistir a la escuela sin perder el empleo.

¿Mereció la pena pasar por todas esas dificultades para asistir al curso? “Nunca habíamos experimentado nada parecido —recuerda uno de los primeros estudiantes—. Estar en compañía de hermanos maduros de todo el país nos hizo sentir como si viviéramos en el nuevo mundo durante un mes. En la escuela se nos preparó adecuadamente para enfrentarnos al reto de pastorear eficazmente el rebaño, con el apoyo amoroso de la organización visible de Jehová.”

La Escuela del Ministerio del Reino ayudó a cientos de cristianos maduros a estar mejor preparados, lo que resultó en el fortalecimiento de las congregaciones, sobre todo en un momento en que se intensificaban los problemas del viejo sistema de cosas.

Eran pobres, pero tenían riquezas espirituales

Según los historiadores uruguayos, la década de los sesenta marcó el inicio del deterioro económico del país. Los precios de los productos de exportación tradicionales, como la carne de res, el cuero y la lana, cayeron poco a poco en los mercados internacionales. Varios bancos y compañías manufactureras importantes quebraron, y miles de personas quedaron sin empleo. A la gente le preocupaba la inflación incontrolada, la brusca devaluación de la moneda, el aumento de los impuestos y las dificultades para conseguir comida y otros artículos de primera necesidad.

La crisis económica tuvo graves consecuencias sociales. El empobrecimiento de la numerosa clase media resultó en un aumento considerable del delito. El descontento se tradujo en frecuentes y a veces violentas manifestaciones contra las autoridades. Miles de uruguayos, en particular los jóvenes, marcharon a otros países para huir de una crisis que se acentuaba rápidamente.

Por otro lado, dentro de la organización de Jehová, la década de los sesenta trajo un crecimiento espiritual que hace recordar las palabras de Isaías 35:1, 2: “El desierto y la región árida se alborozarán, y la llanura desértica estará gozosa, y florecerá como el azafrán. Sin falta florecerá, y realmente estará gozosa con gozo y con alegre gritería”. Entre 1961 y 1969 se formaron quince nuevas congregaciones, y la cantidad total de publicadores en el país alcanzó un máximo de 2.940.

El 9 de diciembre de 1965, el gobierno aprobó el reglamento de nuestra corporación legal, conocida como Sociedad La Torre del Vigía. Este instrumento nos ha permitido conseguir permisos especiales y exenciones de impuestos para la impresión, importación y distribución de Biblias y publicaciones bíblicas. Además, la situación legal hizo posible la adquisición y construcción de Salones del Reino.

La “gran asamblea”

Siempre se recordará 1967 como el año de la “gran asamblea”. Una delegación de alrededor de cuatrocientos Testigos de Estados Unidos y Europa, entre ellos F. W. Franz y M. G. Henschel, asistieron a ella. Los 3.958 hermanos asistentes disfrutaron por primera vez de la presentación de un drama bíblico con trajes de época. También por primera vez pudieron utilizar los hermanos el Palacio Peñarol, un amplio estadio cerrado en el que tenían lugar todos los acontecimientos sociales, artísticos y deportivos importantes de Montevideo.

Muchos hermanos uruguayos hicieron un esfuerzo extraordinario para pagarse el viaje y el alojamiento. Una hermana trabajó durante seis meses lavando ropa a mano con el fin de ahorrar suficiente dinero para ir a la asamblea. Otra hermana, cuyo esposo se oponía a que fuera testigo de Jehová, consiguió el dinero necesario preparando refrescos helados y vendiéndolos a los vecinos.

¿Qué impresión causó la asamblea a los administradores del estadio? Uno de ellos dijo que “el Palacio Peñarol nunca [había] estado tan limpio y sin malos olores”. Los administradores quedaron tan impresionados por el orden y la buena organización de los Testigos, que pusieron sus oficinas privadas a disposición de los hermanos encargados de la administración de la asamblea. El estadio se utilizó posteriormente para muchas asambleas de distrito hasta 1977, el año en que cambió la actitud del gobierno para con los testigos de Jehová, y desde entonces no se les dejó celebrar asambleas durante varios años.

“Cautelosos como serpientes”

A principios de la década de los setenta, la economía de Uruguay empeoró. Los actos de desobediencia civil se hicieron cada vez más comunes. Las manifestaciones de los obreros y los estudiantes se tornaron violentas y destructivas. Comenzaron a proliferar en las grandes ciudades grupos armados de guerrilleros urbanos que se dedicaban a robar, poner bombas, asaltar y secuestrar, sembrando con ello el terror. En medio de este tumulto, aumentó el poder de las fuerzas armadas, que asumieron el gobierno en 1973.

Los militares gobernaron con mano de hierro. Se prohibieron todas las actividades políticas y sindicales. Se instauró una estricta censura de prensa. No podían tenerse reuniones públicas sin permiso previo de las autoridades. Las libertades individuales se restringieron severamente. ¿Cómo pudieron los hermanos ‘predicar la palabra’ en este tiempo dificultoso? (Compárese con 2 Timoteo 4:2.)

El hermano Escribano recuerda: “En aquellos días tuvimos que poner en práctica, como nunca antes, las palabras de Jesús de Mateo 10:16: ‘¡Miren! Los estoy enviando como ovejas en medio de lobos; por lo tanto, demuestren ser cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas’. En consecuencia, la Sociedad rápidamente dio instrucciones a todos los ancianos de que los publicadores recibieran la preparación necesaria para seguir predicando con celo, pero con precaución y buen juicio”.

Algunos miembros del clero y de las organizaciones religiosas habían apoyado a los rebeldes, por lo que el nuevo gobierno militar desconfiaba mucho de todos los movimientos religiosos, incluidos los testigos de Jehová. A raíz de ello, se detuvo a muchos hermanos por todo el país mientras participaban en el ministerio de casa en casa. No obstante, en la mayoría de los casos se les liberaba inmediatamente cuando enseñaban las publicaciones bíblicas y explicaban la naturaleza de su obra. Tras esa avalancha inicial de detenciones, los hermanos juzgaron prudente ir en grupos más pequeños para pasar más inadvertidos.

En algunos casos, los militares consintieron tácitamente la obra de casa en casa de los Testigos. En una ocasión hasta intentaron ayudar, claro que a su manera. Un grupo de soldados patrullaba una zona en la que predicaba una publicadora. En una casa, ella tocó el timbre, y el ama de casa se asomó por la ventana de la primera planta y le dijo a la hermana con muy malos modos que se fuera. Un soldado que vio lo que había ocurrido reaccionó inmediatamente apuntando con su ametralladora al ama de casa y ordenándole que bajara y recibiera como era debido a la hermana. La señora obedeció.

Un lugar donde celebrar asambleas

En junio de 1974, la sucursal recibió una citación del gobierno para que los hermanos responsables de la obra comparecieran ante el secretario de la Suprema Corte de Justicia. El hermano Beltramelli fue uno de ellos. Él recuerda: “Estábamos nerviosos. Sabíamos que el gobierno militar tenía el poder de proscribir nuestra obra inmediatamente si así lo deseaba. Qué alivio sentimos cuando el funcionario nos explicó que el gobierno estaba interesado en comprar un edificio que usábamos como Salón del Reino. Hasta se ofrecieron para ayudarnos a conseguir otro lugar adecuado donde tener un Salón. Como consecuencia, pudimos comprar el Cine Lutecia, en Montevideo. Se encontraba en una de las avenidas principales, una ubicación ideal. Y el dinero que nos dio el gobierno fue más que suficiente para convertirlo en un nuevo Salón del Reino.

”Estábamos convencidos de que Jehová había intervenido —recuerda el hermano Beltramelli—. El enorme auditorio de este cine tenía cabida para casi mil personas. No solo serviría de Salón del Reino de la zona, sino también de Salón de Asambleas, que necesitábamos con urgencia en vista de las nuevas restricciones sobre las asambleas.”

Así, ese anterior cine, aunque era oficialmente el Salón del Reino de la congregación local, durante varios años se utilizó en realidad para celebrar todas las semanas las asambleas de circuito. Los hermanos aprendieron a ser cautelosos en estas reuniones grandes. Entraban y salían del edificio llamando la menor atención posible y estacionaban sus vehículos en lugares dispersos por todo el vecindario.

Tiempo de edificar

Incluso durante ese período turbulento, el aumento constante de publicadores del Reino, junto con la adición de nuevas congregaciones, fue causa de mucha alegría. Para 1976, la cantidad de publicadores se había incrementado en más del cien por ciento en menos de diez años. Pero esa circunstancia también presentaba un desafío: ¿cómo acomodar a tantos nuevos en los viejos Salones del Reino, la mayoría de los cuales eran alquilados? “Para todo hay un tiempo señalado”, dijo el rey Salomón por inspiración. Con 85 congregaciones y solo 42 Salones del Reino, parecía obvio que había llegado el “tiempo de edificar” Salones del Reino (Ecl. 3:1-3).

Pero todo el país estaba sumido en la crisis económica, y las congregaciones no contaban con fondos suficientes para la construcción. ¿De dónde saldría el dinero? Delfos Beltramelli, el coordinador de la sucursal, recuerda: “Durante aquella época, percibimos la mano de Jehová y el amor de su pueblo en acción. Las generosas contribuciones de los hermanos de todo el mundo permitieron a la sucursal prestar a las congregaciones uruguayas el dinero que necesitaban”.

También hacían falta trabajadores cualificados, y los Testigos de Uruguay respondieron a esa necesidad. Muchos han continuado ofreciéndose para ayudar a construir Salones del Reino en un lugar tras otro. Avelino Filipponi fue uno de estos voluntarios incansables. Tras participar en la construcción de la sucursal, en 1961, él y su esposa, Elda, sirvieron de precursores especiales, y desde 1968 él ha sido superintendente de circuito. Durante bastantes años, también se le designó para ayudar en la construcción de Salones del Reino suministrando servicios y dirección profesionales en las obras de construcción.

“El Plomito”

El hermano Filipponi recuerda algunas experiencias sobre la construcción de los Salones del Reino: “En todos los lugares donde levantábamos un Salón del Reino, los vecinos y los transeúntes siempre quedaban muy impresionados por el entusiasmo y celo de los Testigos que trabajaban. En una de las obras, un niño de seis años del vecindario que no era Testigo iba todos los días y suplicaba que le dejáramos trabajar. Era tan insistente que le llegamos a llamar el Plomito. Pues bien, pasaron los años y no volvimos a saber nada de él. Pero en una asamblea, un hermano se me acercó y me dijo: ‘Hermano Filipponi, ¿se acuerda del Plomito? Soy yo. Me bauticé hace dos años’”. Por lo visto, la semilla de la verdad se había plantado en ese joven durante la construcción del Salón del Reino.

Actualmente hay 1 Salón del Reino por cada 129 publicadores, un total de 81 Salones. No cabe duda de que Jehová ha bendecido la construcción de lugares de adoración adecuados para su pueblo en Uruguay.

Asambleas para ayudar a nuestros vecinos

En la Argentina, país que hace frontera con Uruguay al oeste, también se había instaurado un régimen militar. Allí, el gobierno cerró la sucursal de la Sociedad y los Salones del Reino, por lo que los hermanos argentinos comenzaron a tener las reuniones en grupos pequeños. No obstante, durante ese período celebraron las asambleas en público sin intervención del gobierno. ¿Cómo fue posible? Cruzando la frontera y celebrándolas en Uruguay. Organizaban estas grandes reuniones los hermanos uruguayos, pero muchas partes del programa estaban a cargo de los hermanos argentinos. Fue un privilegio especial dar alojamiento a los miles de hermanos procedentes de la Argentina. Resultó en un “intercambio de estímulo” que fortaleció la fe (Rom. 1:12).

Una asamblea inolvidable tuvo lugar en el Palacio Peñarol del 13 al 16 de enero de 1977. La concurrencia estaba compuesta de unos siete mil hermanos uruguayos y argentinos. Al final de la asamblea, todo el auditorio cantó alabanzas a Jehová. Lo hicieron por turnos: los argentinos entonaban una estrofa mientras los uruguayos guardaban silencio, y luego al contrario. Finalmente, todos cantaban a la vez la última estrofa. El gozo que sentían por haber estado juntos en la asamblea y la tristeza que les daba tener que despedirse de sus queridos hermanos, llenaron de lágrimas los ojos de muchos de los presentes.

El 13 de enero de 1977, mientras se celebraba esa gran asamblea en el Palacio Peñarol, un famoso periódico favorable a la Iglesia Católica publicó un artículo en primera plana bajo el titular: “Testigos de Jehová: se Analizaría su Autorización”. El artículo denunciaba la posición de los Testigos con relación a los símbolos patrios. Destacaba que el gobierno de la Argentina había proscrito nuestra obra y que lo mismo podía ocurrir en Uruguay. Poco después de la publicación del artículo, el gobierno dejó de conceder permisos para celebrar las asambleas.

Se intensifican las restricciones

En 1975, el gobierno militar había lanzado una campaña concebida para fomentar el patriotismo y el nacionalismo. Esta euforia nacionalista causó dificultades a muchos hermanos que procuraban mantener neutralidad cristiana. Trataban de “[pagar] a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Mar. 12:17). A varios Testigos jóvenes se les expulsó de la escuela porque su conciencia les impedía venerar los símbolos patrios. Muchos hermanos aguantaron burlas y maltrato en sus empleos. Algunos hasta perdieron el trabajo por mantenerse neutrales.

En las ciudades pequeñas y los pueblos del interior, las autoridades locales vigilaban muy de cerca a los Testigos. En algunos casos, espías del gobierno iban a los Salones del Reino haciéndose pasar por personas interesadas. Por esa razón, los hermanos vieron la necesidad de ser más cautelosos. En las reuniones no trataban el tema de la neutralidad para así evitar confrontaciones con las autoridades.

En cierta ocasión, uno de tales espías fue a un Salón del Reino justo antes de que comenzara la reunión. Preguntó a uno de los hermanos: “¿En qué momento cantará la congregación el himno hoy?”. La palabra himno puede ser tanto el himno nacional como un cántico religioso, por lo que el hermano, dándose cuenta de que se trataba de un espía, le contestó: “Tres veces: al comienzo de la reunión, a la mitad y al final”. Claro, el hermano se refería a los cánticos del Reino. Pero el espía se fue de inmediato, completamente satisfecho imaginándose que los hermanos iban a cantar el himno nacional tres veces durante la reunión.

Aunque los detuvieron, estaban felices

A veces, la policía allanaba los Salones del Reino en mitad de una reunión y detenía a todos los presentes. Entonces, se interrogaba a todos los hermanos y hermanas, lo cual resultó ser una magnífica oportunidad para que dieran testimonio a muchos agentes de policía. Después de interrogarlos a todos, un proceso que solía tomar varias horas, los dejaban en libertad (compárese con Hechos 5:41).

A la hermana Sely Assandri de Núñez, de la Congregación Florida, al norte de Montevideo, se le había asignado un discurso estudiantil en la Escuela del Ministerio Teocrático, por lo que invitó a su vecina Mabel para que fuera a escucharla. Mabel no había ido nunca antes a un Salón del Reino. Esa noche, la policía hizo una redada durante la reunión y detuvo a todo el mundo, incluida Mabel. Tras estar retenida durante varias horas, su esposo pudo lograr que la pusieran en libertad. Esta alarmante experiencia despertó en ella un verdadero interés por las enseñanzas de los testigos de Jehová. Poco después empezó a estudiar la Biblia y a asistir a las reuniones. Actualmente es una testigo de Jehová dedicada y bautizada.

Pese a los casi doce años de restricciones impuestas por el régimen militar, un torrente ininterrumpido de personas sinceras continuó entrando en la organización de Jehová. En 1973 había 3.791 publicadores en el país. Para 1985, cuando finalizó este difícil período, la cantidad había ascendido a 5.329, un aumento de más del cuarenta por ciento. No cabe duda de que Jehová bendijo a su pueblo durante esa época de dificultades.

Asambleas sin restricciones

En marzo de 1985 se estableció un gobierno democrático y se eliminaron todas las restricciones. A partir de entonces, el pueblo de Jehová pudo predicar y enseñar el Reino libremente. Había libertad para celebrar asambleas de circuito y distrito. Los hermanos rebosaban de alegría por tener de nuevo la oportunidad de reunirse con sus compañeros cristianos de lugares distantes del país. ¡Cuánto ánimo les dio ver que también sus hermanos se habían mantenido firmes y aún servían a Jehová fielmente!

Ahora bien, ¿dónde encontraríamos lugares en los que acomodar a la concurrencia que se esperaba, más de diez mil personas? Ninguno de los sitios utilizados anteriormente servía ya. Una vez más Jehová contestó nuestras oraciones. Durante los años del gobierno militar se había construido en el parque Rivera, uno de los mayores de Montevideo, un nuevo estadio de fútbol, el Estadio Charrúa. Aunque se había utilizado exclusivamente para competiciones deportivas, logramos alquilarlo para celebrar una asamblea nacional en diciembre de 1985. Desde entonces, las autoridades locales se han mostrado muy dispuestas a colaborar y nos han dejado el estadio todos los años para celebrar las asambleas, con asistencias, en muchas ocasiones, de más de trece mil personas.

En diciembre de 1990 se dio un importante testimonio en una asamblea de circuito celebrada en el estadio de la ciudad de Treinta y Tres. Desde el interior de una iglesia católica se veía perfectamente todo el estadio abarrotado de testigos de Jehová. Una mañana, el sacerdote señaló a la ventana y dijo a los fieles: “¿Ven cuánta gente reúnen los testigos de Jehová? ¿Cómo atraen a tantas personas? Tienen algo de lo que ustedes los católicos carecen: el espíritu de evangelización. Cada día somos menos porque no vamos a predicar como ellos. O comenzamos a evangelizar como los Testigos, o nuestra Iglesia dejará de existir”.

Se trabajan territorios aislados

En los años ochenta se puso un empeño especial en llevar las buenas nuevas a las zonas más remotas del país. Durante la visita anual a un lugar del nordeste, un grupo de hermanos distribuyó varios libros en un pueblo llamado Cuchilla de Caraguatá. Al año siguiente, los Testigos visitaron a un señor del pueblo que no escuchaba su mensaje porque decía que tenía la verdad. “Soy testigo de Jehová”, afirmó. Él no se encontraba en el pueblo cuando los Testigos lo habían visitado el año anterior. Pero al regresar a su casa, leyó las publicaciones que habían dejado y se convenció de que era la verdad. Fue por el pueblo diciendo a todo el mundo que a partir de ese momento era testigo de Jehová. Hoy día hay una pequeña congregación allí.

Aunque Berta de Herbig vivía en la remota población de Dolores, valoraba la importancia de asistir asiduamente a las reuniones. Caminaba 11 kilómetros [7 millas] con sus seis hijos para ir al Salón del Reino. La mayoría de las veces llegaba como una hora antes del inicio de la reunión. El buen ejemplo de aguante y determinación que dio como madre ha tenido un poderoso efecto en sus hijos. Tras años de servicio fiel de esta hermana, actualmente cuatro de sus hijos están activos en la verdad. Uno de ellos, Miguel Ángel, que posteriormente se hizo precursor, viajaba 58 kilómetros [36 millas] en bicicleta para llegar a un grupo aislado en La Charqueada-Cebollatí. Otro de sus hijos, Daniel, sirve actualmente de precursor especial en la ciudad de Treinta y Tres.

Una mejor relación

Muchos profesionales de la medicina de Uruguay menospreciaron durante años a los testigos de Jehová porque no entendían su actitud de abstenerse de sangre (Hech. 15:28, 29). Una gran cantidad de hospitales del país se negaban a admitir a los testigos de Jehová. Otros los admitían cuando iban a operarse, y luego, justo antes de la intervención, los echaban debido a que no aceptaban sangre. No obstante, la relación entre la profesión médica y los Testigos ha mejorado considerablemente durante los pasados años.

En 1986, el Hospital Central de las Fuerzas Armadas organizó una convención para hablar sobre los tratamientos alternativos para los testigos de Jehová, y reunió a varias personalidades eminentes en los campos médico y quirúrgico, así como a abogados especializados en medicina. Los testigos de Jehová suministraron información y sugerencias a las autoridades hospitalarias. El resultado de esta reunión especial fue que muchos médicos uruguayos cambiaron su actitud con respecto a los Testigos, y actualmente están dispuestos a atenderlos y a respetar su postura bíblica sobre la sangre.

Posteriormente se celebraron varias reuniones a las que se dio mucha publicidad, primero en Montevideo y luego en varias ciudades más. Especialistas de renombre han reconocido que con la ayuda de los testigos de Jehová, han aprendido nuevas técnicas para dar tratamiento médico sin sangre. Un profesor de Hemoterapia dijo: “Hemos aprendido mucho y hemos cambiado nuestra forma de pensar, gracias a los testigos de Jehová. En el pasado tuvimos numerosas confrontaciones con ellos sencillamente porque no los comprendíamos. Ahora vemos que en muchos campos siempre han tenido la razón. Obviamente se han ahorrado muchos dolores de cabeza por no aceptar sangre”.

Su labor no es en vano

Puede decirse en verdad que la ardua labor realizada por los celosos proclamadores del Reino de Uruguay desde los años veinte hasta los cuarenta no fue en vano. Un puñado de entusiastas proclamadores del Reino extranjeros reunieron y educaron a miles de “cosas deseables” de este bello país de colinas onduladas (Ageo 2:7). En la actualidad hay en Uruguay más de diez mil publicadores del Reino de Dios. Cada una de las más de ciento treinta y cinco congregaciones tienen como promedio casi cinco ancianos. A la última Escuela del Ministerio del Reino, que tuvo lugar en el mes de marzo de 1998, asistieron 656 ancianos y 945 siervos ministeriales. Casi todas las congregaciones poseen su Salón del Reino, muchos de ellos construidos por los hermanos con el apoyo económico de la Sociedad.

Durante los pasados veinte años, la cantidad de publicadores ha aumentado a más del doble, y hay buenas perspectivas de crecimiento futuro. En tanto Jehová retenga los vientos de la venidera gran tribulación, los testigos de Jehová uruguayos seguirán haciendo la siguiente invitación al prójimo: “Vengan, y subamos a la montaña de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y él nos instruirá acerca de sus caminos, y ciertamente andaremos en sus sendas” (Isa. 2:3; Rev. 7:1).

[Ilustración a toda plana de la página 224]

[Ilustración de la página 227]

Juan Muñiz

[Ilustración de la página 229]

Vivieron en tiendas caseras y viajaron por todo Uruguay en bicicleta para dar testimonio (de izquierda a derecha): Kurt Nickel, Gustavo y Betty Bender, y Otto Helle

[Ilustraciones de la página 235]

Algunos de los primeros publicadores uruguayos (de izquierda a derecha): María de Berrueta, Carola Beltramelli y Catalina Pomponi

[Ilustraciones de la página 237]

Misioneros que aún sirven en Uruguay: 1) Florence Latimer. 2) Ethel Voss. 3) Birdene Hofstetter. 4) Lira Berrueta. 5) Tove Haagensen. 6) Günter Schönhardt

[Ilustración de la página 243]

Construcción de las instalaciones de la nueva sucursal, en 1998

[Ilustración de la página 245]

El Comité de Sucursal (de izquierda a derecha): Günter Schönhardt, Delfos Beltramelli y Gerardo Escribano