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Expresar el cariño, ¿realmente importa?

Expresar el cariño, ¿realmente importa?

Expresar el cariño, ¿realmente importa?

ATOSIGARLOS de abrazos. Eso le aconsejó un profesor de Psiquiatría Infantil a una madre primeriza. Ella acababa de tener gemelos y le había pedido orientación sobre la mejor forma de criarlos. “El amor y el cariño —le dijo el profesor— hay que expresarlos en sus múltiples manifestaciones: besos, abrazos, gestos de ternura, comprensión, alegría, generosidad, perdón y, cuando es necesario, disciplina razonada [...]. Nunca hay que dar por hecho que nuestros hijos saben que les queremos.”

Por el mismo camino va la opinión de Tiffany Field, jefa del Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami (Florida, Estados Unidos). Ella afirma que “tocar a los niños es fundamental para su crecimiento y bienestar, igual de importante que la dieta y el ejercicio”.

Pero ¿y qué hay de los adultos? ¿Necesitan ellos expresiones de afecto? Sí. A partir de sus observaciones clínicas, el psicoterapeuta Claude Steiner concluyó que, independientemente de la edad, los estímulos verbales y físicos son imprescindibles para el bienestar emocional del ser humano. Laura, una enfermera que atiende a muchas personas de edad avanzada, lo ha comprobado. Ella dice: “Por experiencia he podido ver que las expresiones físicas de afecto hacia los mayores realmente son la clave. Cuando les tratas con amabilidad y les acaricias, te ganas su confianza, y ellos obedecen tus instrucciones de buena gana. Además, tal trato afectivo aumenta su propia autoestima y dignidad”.

Ahora bien, las expresiones de cariño no solo son buenas para el que las recibe, sino también para el que las da. Ya lo dijo Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35). Y todavía podemos hallar más satisfacción si mostramos afecto a quienes se sienten preocupados, deprimidos o inseguros. La Biblia nos brinda numerosos ejemplos a este respecto.

Tomemos por caso el “varón lleno de lepra” al que Jesús curó. A los ojos de todos, aquel hombre era despreciable. Pero imagínese cómo se sintió al recibir una caricia comprensiva, y nada menos que de Jesucristo (Lucas 5:12, 13; Mateo 8:1-3).

Piense también en lo que le sucedió al profeta Daniel en un momento en el que necesitaba ayuda para recuperarse de su debilidad física y angustia mental. Pues bien, el ángel de Jehová le dio ánimo, tocándolo en tres ocasiones. Su mano fortalecedora y sus palabras de aliento sin duda reanimaron al viejo profeta (Daniel 10:9-11, 15, 16, 18, 19).

Finalmente, tenemos el ejemplo de Pablo. En cierta ocasión, sus amigos de Éfeso caminaron unos 50 kilómetros (30 millas) hasta Mileto para encontrarse con él. Allí, el apóstol les hizo saber que aquella sería la última vez que lo verían. ¡Qué fortalecido debe haberse sentido Pablo cuando sus amigos leales “se fueron despidiendo de él, abrazándolo y besándolo”! (Hechos 20:36, 37, La Biblia al Día, edición para España.)

Como vemos, tanto la Biblia como la ciencia nos animan a expresar abiertamente nuestro cariño. Los beneficios físicos y emocionales son innegables, y está claro que no es solo “cosa de niños”.