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“A veces creo que es un sueño”

“A veces creo que es un sueño”

“A veces creo que es un sueño”

Lourdes contempla el panorama de la ciudad por la ventana de su apartamento, tapándose con los dedos la boca temblorosa. Esta señora latinoamericana soportó las agresiones de Alfredo, su esposo, por más de veinte años. Aunque él recibió la motivación necesaria y logró cambiar, a ella aún le cuesta hablar del dolor físico y mental que padeció.

“Todo comenzó a las dos semanas de la boda —señala Lourdes en voz baja—. Una vez me hizo saltar dos dientes de un puñetazo. En otra ocasión esquivé el golpe, y dio con el puño al armario. Pero lo que más me dolía eran los insultos. Me llamaba ‘trasto inútil’ y me trataba como si no tuviera inteligencia. Quería irme, pero ¿cómo iba a hacerlo con tres hijos?”

Alfredo le acaricia el hombro. “Soy un profesional de alto rango —dice—. Así que el día en que me entregaron la citación y la orden de protección, me sentí humillado. Traté de cambiar, pero no tardé en volver a las andadas.”

¿Qué suscitó el cambio? “La tendera de la esquina es testigo de Jehová —señala Lourdes, ahora mucho más calmada—. Se ofreció a darme lecciones bíblicas, y así aprendí que Jehová Dios valora a la mujer. Comencé a asistir a las reuniones de los Testigos, aunque al principio Alfredo se enfureció. Para mí fue una experiencia nueva disfrutar de la compañía de los hermanos en el Salón del Reino. Me sorprendió ver que era capaz de tener mis propias convicciones, expresarlas con libertad e incluso enseñarlas. Comprendí que Dios me valoraba y cobré ánimo.

”Entretanto, Alfredo seguía yendo a misa todos los domingos y se quejaba de mis actividades con los testigos de Jehová. Entonces llegó el momento decisivo que nunca olvidaré. Un día lo miré fijamente a los ojos, y con calma, pero segura, le dije: ‘Alfredo, tus creencias no son las mías’. ¡Y no me golpeó! Poco después me bauticé, ya hace cinco años, y desde entonces no me ha vuelto a poner la mano encima.”

Pero iban a sucederse cambios mayores. Alfredo explica: “Unos tres años después del bautismo de Lourdes, me invitó un colega a su casa. También era testigo de Jehová y me mencionó puntos fascinantes de las Escrituras. Sin decírselo a mi esposa, comencé a estudiar la Biblia con él. Enseguida empecé a acompañarla a las reuniones, en las que oí muchos discursos sobre la vida de familia, lo que a menudo me abochornaba”.

Algo que le impresionó fue ver que hasta los varones de la congregación barrían el piso al acabar las reuniones. En las visitas que realizó a sus hogares, vio que los maridos ayudaban a su mujer a lavar los platos. Estos detalles le enseñaron cómo actúa el amor verdadero.

Poco después se bautizó, y en la actualidad tanto él como su esposa son evangelizadores de tiempo completo. “Él me ayuda muchas veces a quitar la mesa y hacer las camas —comenta Lourdes—. Hace cumplidos sobre la comida y me deja elegir, mientras que antes ni siquiera me hubiera permitido seleccionar la música que prefiero o los artículos domésticos. Hace poco me compró por primera vez un ramo de flores. A veces creo que es un sueño.”

[Ilustración de la página 10]

“Comprendí que Dios me valoraba y cobré ánimo”

[Ilustración de la página 10]

A Alfredo le impresionó que en la congregación hasta los hombres barrieran el piso después de las reuniones

[Ilustración de la página 10]

Vio que los maridos ayudaban a su mujer a lavar los platos

[Ilustración de la página 10]

“Hace poco me compró por primera vez un ramo de flores”