BIOGRAFÍA
El ministerio es mi verdadera vocación
En 1937 ingresé en la Universidad Estatal de Iowa, cerca de donde vivíamos, en la zona central de Estados Unidos. Desde siempre mi vocación fue la ingeniería. Me fascinaban los rascacielos y los puentes colgantes. Como estudiaba y trabajaba a fin de pagarme las clases, no me quedaba tiempo para nada más.
A principios de 1942, poco después de que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial, estaba en mi quinto año de universidad y solo me faltaban unos meses para convertirme en ingeniero estructural. Por esa época estaba viviendo con dos muchachos, y uno de ellos me dijo que hablara con la persona que visitaba “a los de abajo”. Esa persona era testigo de Jehová y se llamaba John (Johnny) Brehmer. Me impresionó mucho ver cómo podía encontrar en la Biblia la respuesta a casi cualquier pregunta. Empecé a estudiar la Biblia con él, y andando el tiempo comencé a acompañarlo a predicar siempre que podía.
El padre de Johnny, Otto, se había hecho Testigo mientras era presidente de un banco en Walnut (Iowa), pero había dejado ese empleo para dedicar la mayor parte de su tiempo a la evangelización. Su ejemplo y el de su familia me animaron a tomar una decisión crucial.
LLEGÓ EL MOMENTO DE DECIDIRME
Un día, el director de la facultad me dijo que mis notas habían bajado y que aunque las anteriores eran muy buenas, no serían suficientes para graduarme. Oré a Jehová con todo el corazón para que me guiara en este asunto. Poco después de graduarme, uno de mis profesores me llamó para decirme que le habían pedido un ingeniero para un puesto de trabajo y él se había tomado la libertad de decir que yo lo aceptaría. Le di las gracias, pero le expliqué que mi intención era dedicar mi vida a servir a Jehová. Me bauticé el 17 de junio de 1942, y casi de inmediato me hice precursor, como llaman los testigos de Jehová a sus evangelizadores de tiempo completo.
Ese mismo año, el ejército me llamó a filas. Cuando me presenté en la oficina de reclutamiento, expliqué que mi conciencia no me permitía ir a la guerra. Además, mostré unas declaraciones firmadas por mis profesores en las que hablaban muy bien de mí y de mis excepcionales aptitudes como ingeniero. Pero de todos modos me multaron con 10.000 dólares y me sentenciaron a cumplir cinco años en la prisión federal de Leavenworth (Kansas).
MI VIDA EN PRISIÓN
Foto actual de la prisión de Leavenworth, donde fuimos encarcelados unos 230 Testigos
En la prisión había una granja en la que trabajábamos más de 230 Testigos vigilados por guardias. Varios de ellos conocían nuestra postura neutral y estaban de acuerdo con ella.
Algunos guardias nos ayudaban a celebrar reuniones bíblicas y hasta a introducir nuestras publicaciones en prisión. Incluso, el director del centro se suscribió a la revista Consolación (ahora llamada ¡Despertad!).
ME LIBERAN Y ME HAGO MISIONERO
Salí de prisión poco después de que terminara la guerra, el 16 de febrero de 1946, así que solo cumplí tres de los cinco años de condena. Enseguida volví a ser precursor. ¿Y a dónde me enviaron? A Leavenworth. La verdad, me aterroricé: allí había muchos prejuicios contra los testigos de Jehová. Si de por sí era difícil encontrar empleo, peor era encontrar casa.
Recuerdo que una vez, mientras estaba predicando, me encontré con uno de mis anteriores guardias. “¡Sal de mi propiedad!”, me gritó con un bate de béisbol en la mano. Me puse nervioso y me fui de inmediato. En otra casa, una mujer me dijo: “Espere aquí un momento”, y cerró la puerta. De pronto se abrió la ventana de arriba y me tiraron encima un cubo de agua sucia. Pero a pesar de todo tuve muchas bendiciones. De hecho, tiempo después me enteré de que algunos de los que aceptaron las publicaciones que les ofrecí se habían hecho testigos de Jehová.
En 1943 se inauguró una escuela de misioneros en el estado de Nueva York, que llegó a llamarse Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Me invitaron a la décima clase y me gradué el 8 de febrero de 1948. Entonces me enviaron a mi nuevo destino: Costa de Oro, ahora conocida como Ghana.
Cuando llegué, mi labor consistía en predicarles a los europeos y a los oficiales del gobierno. Los fines de semana colaboraba con una congregación y ayudaba a sus miembros en el ministerio de casa en casa. También visitaba a los Testigos que vivían en zonas aisladas y les enseñaba a predicar. Además, fui superintendente viajante en la vecina Costa de Marfil.
Aprendí a vivir como los nativos: dormía en una choza de adobe, comía con las manos e incluso iba al baño “fuera del campamento”, como los israelitas en el desierto (Deuteronomio 23:12-14). De ese modo, tanto mis compañeros misioneros como yo nos ganamos la confianza de la gente del lugar. Las esposas de algunos funcionarios locales comenzaron a estudiar la Biblia; así que cuando nuestros adversarios conseguían que el gobierno nos invalidara el visado, ellas presionaban a sus esposos y la orden era cancelada.
Tal como muchos otros misioneros en África, contraje paludismo. Me daban unos escalofríos horribles y la fiebre me hacía delirar. A veces tenía que sujetarme la mandíbula para que dejara de temblarme. Pero nunca perdí la alegría.
Durante los primeros cuatro años que pasé allí estuve escribiéndome con Eva Hallquist, a quien había conocido antes de dejar Estados Unidos. Me enteré de que se graduaría de la clase 21 de la Escuela de Galaad el 19 de julio de 1953, en la asamblea internacional que se celebraría en el Estadio de los Yankees de Nueva York. Así que hablé con un capitán de barco y llegamos a un acuerdo: él me llevaría a Estados Unidos y a cambio yo trabajaría a bordo.
Tras veintidós días surcando mares a veces agitados, llegué a mi destino. Fui directo a las oficinas centrales de los testigos de Jehová, en Brooklyn, a buscar a Eva. La llevé al último piso del edificio y allí, con la impresionante vista del puerto y los rascacielos de la ciudad, le pedí matrimonio. Después de casarnos, Eva fue a servir conmigo a Costa de Oro.
EL CUIDADO DE LA FAMILIA
Servimos varios años en África hasta que recibí una carta de mi madre en la que me decía que mi padre se estaba muriendo de cáncer. Obtuvimos permiso para ausentarnos de nuestra asignación y fuimos a Estados Unidos. La salud de mi padre se deterioró tan rápido que murió poco después de nuestra llegada.
Volvimos a Ghana y estuvimos allí casi cuatro años más. Pero la salud de mi madre se debilitó mucho. Algunos amigos nos sugirieron que regresáramos para cuidarla. Fue la decisión más difícil de nuestra vida. Yo llevaba quince años como misionero y mi esposa, once. Pero al final optamos por mudarnos a Estados Unidos.
Con un jefe local en Costa de Oro, la actual Ghana
Pasamos años turnándonos para cuidar a mi madre y llevándola a las reuniones cuando le era posible, hasta que murió el 17 de enero de 1976, a los 86 años. Pero lo peor estaba por llegar. Nueve años más tarde, Eva enfermó de cáncer. Aunque luchamos contra la enfermedad de toda manera posible, perdimos la batalla. Mi esposa murió el 4 de junio de 1985. Tenía 70 años.
MÁS CAMBIOS EN UNA VIDA PLENA
En 1988 me invitaron a la dedicación de las nuevas instalaciones de la sucursal de Ghana. ¡Qué ocasión tan memorable! Cuando llegué a África, cuarenta años atrás, solo había unos cientos de Testigos en el país. En 1988 ya eran más de 34.000, y ahora son casi 114.000.
El 6 de agosto de 1990, dos años después de mi visita a Ghana, me casé con la mejor amiga de Eva, Betty Miller. Juntos seguimos dedicados de lleno al servicio de Jehová. Ambos deseamos volver a ver a nuestros abuelos, a nuestros padres y a Eva cuando resuciten en la Tierra convertida en un paraíso (Hechos 24:15).
Los ojos se me llenan de lágrimas cuando pienso en el honor de haber sido utilizado por Jehová durante más de setenta años. A menudo le doy las gracias por haberme permitido hacer de su servicio el centro de mi vida. Aunque ya tengo más de 90 años, Jehová, el Gran Ingeniero, sigue dándome fuerzas y valor para servirle.