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Un torbellino de emociones

Un torbellino de emociones

Un torbellino de emociones

“CUANDO me diagnosticaron una enfermedad mortal —señala un anciano—, traté de superar mis temores, pero me venció la incertidumbre.” Este comentario subraya un hecho: tras el impacto físico de la dolencia viene el emocional. No obstante, algunos pacientes afrontan bien tales golpes, y en muchos casos recalcan que existen medidas para encarar con entereza un mal crónico. Antes de ver cuáles son, examinemos algunos sentimientos que se experimentan en la fase inicial.

Incredulidad, negación y disforia

Aunque las emociones varían mucho de unos enfermos a otros, tanto los afectados como los especialistas señalan que hay varias que son comunes a todos. Tras la conmoción e incredulidad iniciales pudiera venir la negación: “No es posible”. “Tiene que haber algún error.” “A lo mejor han confundido las muestras.” Una señora explica cómo reaccionó al saber que padecía cáncer: “Tuve ganas de esconder la cabeza bajo las sábanas, con la esperanza de que, cuando la sacara, hubiese pasado todo”.

Al imponerse la realidad, la negación suele dar paso a la disforia, la sensación de infelicidad que, cual nube amenazadora, se cierne sobre el enfermo. A menudo le inquietan preguntas como: “¿Cuánto me quedará de vida?” y “¿Tendré que pasarme el resto de mis años sufriendo?”. Quizás llegue a desear un imposible: que retroceda el tiempo hasta la etapa anterior al diagnóstico. Poco después se sume en un torbellino de emociones dolorosas. ¿Cuáles son algunas de ellas?

Incertidumbre, ansiedad y temor

Los males graves conllevan un buen grado de incertidumbre y ansiedad. “Mi situación es impredecible, por lo que a veces me invade la frustración —señala un afectado de Parkinson—. Todos los días tengo que esperar a ver cómo marchan las cosas.” La enfermedad también genera mucho temor. Si esta se presenta de improviso, el miedo puede ser angustioso. Ahora bien, si se diagnostica tras años de batallar con síntomas malinterpretados, el temor tal vez surja gradualmente. Al principio, el paciente hasta pudiera sentir alivio al ver que, al fin, la gente aceptará que su mal no es imaginario, sino muy real. Pero tras el alivio inicial suele comprender, asustado, las implicaciones del diagnóstico.

Tal vez le inquiete la posibilidad de perder las riendas de su vida. Sobre todo si disfruta de relativa independencia, pudiera incomodarle la idea de depender cada vez más de otras personas, y quizás le preocupe que la enfermedad domine su vida y limite sus acciones.

Ira, vergüenza y soledad

La sensación de que va perdiendo el control de su vida posiblemente llene de ira al enfermo. No es raro que se pregunte: “¿Por qué me ha pasado a mí? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?”. La situación parece injusta y absurda. También pudiera dominarle la vergüenza y la desesperación. Un paralítico comenta al respecto: “Me avergonzaba que todo hubiese sido por culpa de un estúpido accidente”.

Se corre el peligro de caer en el aislamiento, primero físico y luego —en fácil transición— social. Si la enfermedad le obliga a permanecer en casa, quizás no pueda relacionarse mucho con los viejos amigos, aunque anhele más que nunca el calor humano. Es probable que tras la avalancha inicial reciba cada vez menos visitas y llamadas.

Dado que el distanciamiento de los amigos es doloroso, el paciente tal vez se encierre en sí mismo. Es comprensible que necesite tiempo antes de reanudar las relaciones. Pero si en esta etapa se aparta aún más del mundo que le rodea, pasará del aislamiento social (nadie va a verlo) al emocional (él no quiere ver a nadie). Sea como fuere, seguramente se siente muy solo. * A veces hasta se preguntará si logrará aguantar un día más.

Aprender de las experiencias ajenas

Pero hay razones para la esperanza. La persona que ha entrado en una crisis de salud en fechas recientes puede adoptar varias medidas que le ayudarán a recuperar cierto grado de control sobre su vida.

Como es obvio, estos artículos no van a solucionar los males crónicos de nuestros lectores, pero sí pueden ayudarlos a plantearse formas de asumirlos y afrontarlos. Una enferma de cáncer sintetiza así la evolución de su actitud: “Primero negué la realidad, luego me enfurecí y finalmente analicé los recursos de los que disponía”. Todo paciente puede hacer este análisis, apoyándose en la experiencia de quienes han afrontado circunstancias parecidas y aprendiendo de ellos a beneficiarse de los recursos existentes.

[Nota]

^ párr. 12 Como es natural, el orden y la intensidad de estas emociones varían de un enfermo a otro.

[Comentario de la página 5]

No es raro que se pregunte: “¿Por qué me ha pasado a mí? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?”