BIOGRAFÍA

Toda una vida aprendiendo lecciones de nuestro Gran Instructor

Toda una vida aprendiendo lecciones de nuestro Gran Instructor

PUESTOS de control con soldados armados, barricadas en llamas, ciclones, guerras civiles y evacuaciones... Estos son solo algunos de los peligros que mi esposa y yo enfrentamos durante nuestra vida como precursores y misioneros. A pesar de eso, no cambiaríamos nuestras vidas por nada. En todos estos años, Jehová nos ha ayudado y nos ha bendecido. Y, como nuestro Gran Instructor, también nos ha enseñado valiosas lecciones (Job 36:22; Is. 30:20).

EL EJEMPLO DE MIS PADRES

A finales de los años cincuenta, mis padres emigraron de Italia a Canadá, a un pueblito llamado Kindersley, en la provincia de Saskatchewan. Poco después conocieron la verdad, y esta llegó a ser lo más importante en nuestras vidas. Recuerdo que de niño pasaba muchas horas predicando con mi familia. Por eso a veces digo en broma que yo con ocho años ya hacía el precursorado auxiliar.

Con mi familia, más o menos en 1966.

Mis padres tenían poco dinero, pero aun así no dudaban en hacer sacrificios por Jehová. Por ejemplo, en 1963 se celebró una asamblea internacional en Pasadena (California, Estados Unidos). Como mis padres querían ir, vendieron muchas de sus posesiones para poder tener el dinero necesario. En 1972 nos mudamos a un pueblito llamado Trail, que está a unos 1.000 kilómetros de distancia (unas 620 millas), en la provincia de Columbia Británica (Canadá), para predicar a las personas que hablaban italiano. Mi padre trabajaba en labores de mantenimiento y limpieza. Y, como quería centrarse en las cosas espirituales, rechazó oportunidades para ganar más dinero.

Estoy muy agradecido por el ejemplo que nos dieron mis padres tanto a mí como a mis tres hermanos. Ellos sentaron una base sólida en mi carrera cristiana y me enseñaron una lección para toda la vida: si busco primero el Reino, Jehová siempre me cuidará (Mat. 6:33).

COMIENZO EL SERVICIO DE TIEMPO COMPLETO

En 1980, me casé con Debbie, una hermosa hermana que tenía muy claras sus metas espirituales. Los dos queríamos comenzar el servicio de tiempo completo, así que Debbie se hizo precursora tres meses después de nuestra boda. Un año después de casarnos, nos mudamos a una pequeña congregación donde se necesitaba ayuda para predicar, y yo también me hice precursor.

El día de nuestra boda, en 1980.

Con el tiempo, nos desanimamos y quisimos mudarnos. Pero primero hablamos con el superintendente de circuito, quien con mucho cariño pero sin rodeos nos dijo: “Ustedes son parte del problema. Se están centrando en las cosas negativas de la situación. Si buscan las positivas, las encontrarán”. Eso era justo lo que necesitábamos oír (Sal. 141:5). Le hicimos caso de inmediato, y pronto nos dimos cuenta de que había muchas cosas positivas. Varios en la congregación estaban dispuestos a hacer más por Jehová, incluyendo niños y algunas hermanas que tenían esposos no Testigos. Eso nos enseñó una lección muy importante: aprendimos a buscar las cosas positivas y a confiar en que Jehová arreglará cualquier situación difícil a su debido tiempo (Miq. 7:7). Recuperamos nuestra alegría, y las cosas mejoraron.

En nuestra primera escuela de precursores tuvimos cuatro instructores, y tres de ellos habían servido en el extranjero. Nos mostraron diapositivas y nos hablaron de los desafíos y las bendiciones que habían experimentado, y eso despertó en nosotros el deseo de ser misioneros. Así que nos lo pusimos como meta.

En un Salón del Reino en la Columbia Británica, en 1983.

Como queríamos prepararnos para esa meta, en 1984 nos mudamos a Quebec, a más de 4.000 kilómetros de distancia (2.485 millas) de la Columbia Británica. Allí se habla francés, así que tuvimos que aprender un nuevo idioma y adaptarnos a una nueva cultura. Otro reto era que a menudo el dinero no nos alcanzaba. En una ocasión, un granjero nos permitió recoger las sobras de su cosecha de papas. Era lo único que teníamos para comer. Debbie se puso muy creativa con las recetas y se inventó diferentes y deliciosas maneras de cocinar las papas. A pesar de las dificultades, hicimos todo lo posible por aguantar con alegría. Además, vimos de primera mano cómo Jehová nos cuidaba (Sal. 64:10).

Un día recibimos una llamada inesperada. Era una invitación para servir en el Betel de Canadá. Como habíamos solicitado ir a la Escuela de Galaad, teníamos sentimientos encontrados, pero igual aceptamos la invitación. Al llegar a Betel, le preguntamos al hermano Kenneth Little, un miembro del Comité de Sucursal: “¿Y qué hay de nuestras solicitudes para Galaad?”. Él nos contestó: “Ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él”.

El momento de cruzar ese puente llegó una semana después, cuando Debbie y yo recibimos la invitación para ir a Galaad. Teníamos que tomar una decisión. El hermano Little nos dijo: “Elijan lo que elijan, habrá días en los que piensen que habría sido mejor escoger la otra opción. Ninguna es mejor que la otra. Jehová puede bendecir cualquiera de las dos”. Aceptamos la invitación para ir a Galaad, y a lo largo de los años hemos visto que el hermano Little tenía mucha razón. De hecho, muchas veces les hemos dicho esas mismas palabras a otros hermanos que tenían que decidir entre diferentes facetas del servicio a Jehová.

NUESTRA VIDA COMO MISIONEROS

(Izquierda) Ulysses Glass.

(Derecha) Jack Redford.

Nos emocionó mucho asistir junto con otros 22 estudiantes a la clase 83 de Galaad, que empezó en abril de 1987 en Brooklyn (Nueva York). Los instructores principales fueron los hermanos Ulysses Glass y Jack Redford. Los cinco meses de la escuela pasaron volando, y nos graduamos el 6 de septiembre de 1987. Nos asignaron a Haití junto con John y Marie Goode.

En Haití, en 1988.

Fuimos los primeros misioneros de Galaad que llegaban a Haití desde 1962, cuando se expulsó del país a los últimos que quedaban allí. Tres semanas después de graduarnos comenzamos a servir en una congregación pequeñita de 35 publicadores, que estaba en medio de una zona montañosa. Éramos jóvenes y teníamos mucho que aprender, y vivíamos solos en el hogar misionero. La gente de Haití era muy pobre, y la mayoría no sabía leer. En el tiempo que pasamos allí vivimos disturbios políticos, golpes de Estado, protestas con barricadas en llamas y huracanes.

Aprendimos mucho al ver la resiliencia y la alegría de los hermanos de Haití. Muchos tenían una vida difícil, pero amaban a Jehová y la predicación. Una hermana mayor no sabía leer, pero se había aprendido de memoria unos 150 textos bíblicos. Todo lo que veíamos cada día nos impulsaba a contarles a las personas que el Reino de Dios es la única solución a los problemas de la humanidad. Nos hace muy felices que, con el tiempo, algunos de nuestros primeros estudiantes de la Biblia llegaran a ser precursores regulares, precursores especiales y ancianos.

En Haití conocí a un joven misionero mormón llamado Trevor, y pudimos hablar de la Biblia en varias ocasiones. Años después me llevé una grata sorpresa cuando recibí una carta suya en la que me decía: “¡Me voy a bautizar en la próxima asamblea! Quiero volver a Haití y ser precursor especial en el mismo lugar donde estuve cuando era misionero mormón”. Y así fue: pasó muchos años allí junto con su esposa.

EUROPA Y DESPUÉS ÁFRICA

Trabajando en Eslovenia, en 1994.

Con el tiempo, nos enviaron a servir a una zona de Europa donde se estaban levantando las restricciones a nuestra obra. En 1992 llegamos a Liubliana (Eslovenia), cerca del lugar en el que mis padres se habían criado antes de mudarse a Italia. En esa época se estaba produciendo una guerra en la zona que antes se conocía como Yugoslavia. En toda aquella región, la obra se había estado supervisando entre la sucursal de Viena (Austria) y las oficinas de Zagreb (Croacia) y Belgrado (Serbia). Pero ahora cada república independiente tendría su propio Betel.

Así que tuvimos que adaptarnos a otro idioma y a otra cultura. Los eslovenos nos decían “Jezik je težek”, que significa “El idioma es difícil”. ¡Y tenían razón! Nos encantó ver lo leales que eran los hermanos y la buena actitud con la que aceptaban los cambios que hacía la organización. Y vimos cómo Jehová los bendijo por ello. De nuevo pudimos ver que él siempre corrige los asuntos con amor en su debido momento. Los años que pasamos en Eslovenia grabaron más profundamente en nosotros muchas lecciones que ya habíamos aprendido y nos enseñaron otras nuevas.

Entonces llegaron más cambios. En el 2000, nos enviaron a Costa de Marfil, en África Occidental. Pero estalló una guerra civil, y en noviembre de 2002 nos evacuaron a Sierra Leona, donde acababa de terminar una guerra civil que había durado 11 años. Fue muy difícil tener que salir de Costa de Marfil tan de repente. Sin embargo, las lecciones que habíamos aprendido nos ayudaron a no perder la alegría.

Nos centramos en la buena reacción de las personas del territorio y en el amor de nuestros hermanos, que habían aguantado tantos años de guerra. Aunque eran pobres, querían compartir lo que tenían. Una hermana le quería regalar a Debbie algunas prendas de ropa. Al principio, Debbie intentó decirle que no con tacto, pero la hermana insistió y le dijo: “Durante la guerra, los hermanos de otros países nos apoyaron. Ahora nos toca a nosotros ayudar”. Así que nos propusimos imitar el buen ejemplo de aquellos hermanos.

Con el tiempo regresamos a Costa de Marfil, pero los problemas políticos hicieron que surgiera la violencia de nuevo. Así que en noviembre de 2004 nos evacuaron en helicóptero, y solo pudimos llevar 10 kilos (22 libras) de equipaje por persona. Pasamos la noche en el suelo de una base del ejército francés, y al día siguiente nos llevaron en avión a Suiza. Llegamos a la sucursal cerca de la medianoche. Nos conmovió profundamente ver al Comité de Sucursal y a los instructores de la Escuela de Entrenamiento Ministerial junto con sus esposas esperándonos para recibirnos con muchos abrazos, una comida caliente y un montón de chocolate suizo.

Dirigiéndose a un grupo de refugiados en Costa de Marfil, en el 2005.

Nos asignaron temporalmente a Ghana, y cuando se calmaron las cosas volvimos a Costa de Marfil. Durante este periodo tan estresante, en el que nos evacuaron tantas veces y recibimos varias asignaciones temporales, la bondad de los hermanos nos fue de mucha ayuda. Debbie y yo nos propusimos que, aunque el amor es la norma en la organización de Jehová, jamás lo daríamos por sentado. Sin duda, estos tiempos tan difíciles nos enseñaron lecciones valiosas para nuestra carrera cristiana.

OTRO CAMBIO DE ASIGNACIÓN

En Oriente Medio, en el 2007.

En el 2006, recibimos una carta de la central mundial donde nos informaban de nuestra nueva asignación en Asia occidental (Oriente Medio). Una vez más, eso significaba nuevas aventuras, dificultades, idiomas y culturas. Teníamos mucho que aprender en esta zona donde la política y la religión tenían tanto peso. Por otro lado, nos encantó la variedad de idiomas que había en las congregaciones y lo unidos que estaban los hermanos gracias a que seguían las instrucciones de la organización. Era admirable el valor con el que tantos hermanos aguantaban la oposición de familiares, compañeros de escuela, compañeros de trabajo y vecinos.

En el 2012 asistimos a la asamblea especial que se celebró en Tel Aviv (Israel). Esta ocasión fue inolvidable porque desde el Pentecostés del año 33 no se reunían tantos siervos de Jehová en esta región.

Durante esos años, nos enviaron a visitar un país donde nuestra obra está restringida. Llevamos algunas publicaciones, salimos a predicar y asistimos a algunas asambleas pequeñas. Había soldados armados y puestos de control por todas partes, pero nos sentíamos seguros gracias a que algunos de los pocos publicadores que había en el país nos acompañaron y nos ayudaron a andar con discreción.

DE REGRESO A ÁFRICA

Preparando un discurso en la República Democrática del Congo, en el 2014.

En el 2013 recibimos una asignación muy diferente: nos invitaron a servir en la sucursal de Kinsasa (República Democrática del Congo). Este es un país muy grande, lleno de bellezas naturales, pero castigado por la pobreza extrema y frecuentes conflictos armados. Al principio dijimos: “Ya conocemos África, hemos vivido ahí, sabemos lo que nos espera”. Pero aún teníamos muchas cosas que aprender, por ejemplo, cómo viajar por áreas donde no había carreteras ni puentes. Con todo, encontramos muchas cosas positivas en las que centrarnos, como el aguante y la alegría de los hermanos a pesar de las dificultades económicas, su amor por el ministerio y sus esfuerzos por asistir a las reuniones y asambleas. Vimos de primera mano cómo crecía la obra solo gracias al apoyo y la bendición de Jehová. Los años que pasamos en Congo-Kinsasa nos enseñaron lecciones muy importantes y nos dieron amigos que llegaron a ser familia.

Predicando en Sudáfrica, en el 2023.

A finales del 2017 nos asignaron al Betel de Sudáfrica —la sucursal más grande en la que hemos servido— y nos encargaron tareas que nunca habíamos hecho. Una vez más, había mucho que aprender, pero las lecciones que aprendimos en el pasado nos fueron de gran ayuda. Hay muchos hermanos que le han servido a Jehová lealmente por décadas, y sentimos un gran cariño por ellos. Es impresionante ver lo unida que está la familia Betel a pesar de que hay tantas razas y culturas distintas. Sin duda, como los siervos de Jehová se visten de la nueva personalidad y aplican los principios bíblicos, Jehová los bendice dándoles paz.

A lo largo de los años, Debbie y yo hemos recibido asignaciones emocionantes, nos hemos adaptado a diferentes culturas y hemos aprendido nuevos idiomas. Y, aunque las cosas no siempre han sido fáciles, hemos visto el amor leal de Jehová en todo momento a través de su organización y de los hermanos (Sal. 144:2). Todo lo que hemos aprendido en el servicio de tiempo completo nos ha ayudado a ser mejores siervos de Jehová.

Valoro mucho la crianza que me dieron mis padres, el apoyo de mi querida esposa, Debbie, y los excelentes ejemplos de tantos hermanos de todo el mundo. Al mirar hacia el futuro, estamos decididos a seguir aprendiendo lecciones de nuestro Gran Instructor.